El CEIP Jardín de la Reina viaja al pasado

 

Lstos pues, y con el consiguiente nerviosismo que agudiza el que algunos alumnos, como es habitual, lleguen el últimomomento, desde la puerta del edificio de Caja Granada, dos autocares, con 94 niños y cinco profesores emprendían el viaje hacia Galera. Las inevitables canciones que hacen que, al final, todos, incluidos profesores, tengan que cantar; la aclaración sobre algunos de los lugares que quedaban cerca de la ruta y se veían desde el autobús; la habitual pregunta de cuándo llegamos; aderezaban las dos horas que emplearon en llegar a su destino.

Allí les estaban esperando dos monitoras y un monitor que les guiaron rumbo al yacimiento argárico de Castellón Alto. Es de reseñar la magnífica iniciativa que ha puesto en marcha el Ayuntamiento de Galera ya que la amabilidad, combinada con las amenas y certeras explicaciones, de los monitores; la magnífica “puesta al día” del yacimiento, lo que lo ha convertido en un auténtico museo al aire libre; todo unido a la importancia histórica del lugar; hacen que la visita sea agradable y sumamente didáctica. Explicaciones sobre la estructura del poblado, sistema de enterramiento, restos encontrados, hacían que los escolares del Jardín de la Reina se arremolinaran deseosos de, al mismo tiempo, escuchar las explicaciones y no perder detalle de los molinos de mano, hogares, cimientos de cabañas y enterramientos con restos y ajuares, aunque estos últimos sean simulados. Tal era el afán por ver cosas que, en ocasiones, las gorras rojas que suelen llevar en las excursiones parecían unirse las unas a las otras de juntas que estaban.

La explanada que da acceso a la rampa que conduce al poblado se convirtió en improvisado comedor donde reponer fuerzas ya que quedaba, todavía, mucho día por delante y, una vez descansados, la comitiva se dirigía, por las calles del pueblo rumbo al museo que ofreció a los niños una panorámica del interesante pasado de Galera. Aunque deslumbrados por la diosa de Galera y extrañados de que en el pueblo hubieran aparecido monolitos que tenían escritos números romanos, la máxima expectación se produjo cuando llegó el momento de contemplar la “momia” que, aunque ya se les había hablado en clase de ella e incluso habían visto fotos, no podían imaginar fuera así. ¡Mira el pelo! ¡Tiene un hacha! Todo eran comentarios de asombro ante tan excepcional hallazgo.

Pero como no todo en una excursión tiene que ser aprender, sino que también es necesario divertirse, había llegado el momento de comer y relajarse. El sitio elegido por los profesores fue la piscina de Fuencaliente de Orce y habría que haber estado allí para ver la cara de sorpresa de los niños al ver que dicha piscina estaba llena de peces. Magnífico lugar que, a pesar de que a alguno hubiera que llamarle la atención por acercarse demasiado al borde, lo cual no suponía más riesgo que el mojarse la ropa, permitió que los niños pudieran descansar en un sitio precioso y tranquilo. Descanso que duró el tiempo necesario para comer ya que, enseguida, la amplia explanada se convirtió en escenario de carreras, juegos y bailes de “trompos”, que, por lo que se ve, es el juguete de moda hasta que, como todos los maestros saben pasa a lo largo del curso, sea sustituido por otro.

En la plaza de Orce los niños eran divididos en dos grupos para poder visitar, al mismo tiempo, la fortaleza y el museo. De nuevo y con las mismas características de amabilidad, amenidad y precisión, las monitoras les hacían comprender la importancia de la zona y como los animales que acudían a beber agua a las orillas del inmenso lago que allí había hace muchos millones de años eran víctimas de los depredadores y, después de las hienas, los humanos se alimentaban del tuétano de los huesos que quedaban y que, rico en fósforo, ayudó al hombre a mejorar su capacidad cerebral. Un poco decepcionados al ver los restos del “hombre de Orce”, disfrutaron de lo lindo con la cantidad de huesos de animales fosilizados que pudieron contemplar en el museo y se asombraron con que existieran esos animales hace tantos millones de años.

Por las calles de Orce

 Por un momento, la tranquilidad de Orce se vio interrumpida por un correteo de niños que, con gorras rojas, se desplazaban del castillo al museo y viceversa. La compra de algún regalo, las rutinarias fotos delante de la portada de la iglesia, marcaban el fin de la visita y, por lo tanto, el momento de montarse en el autobús y volver a Granada.

Ni lo largo de la jornada, ni el que la noche hiciera acto de presencia pudieron sofocar las ansias y el ardor propio de la edad, y las charlas y canciones siguieron siendo protagonistas del viaje de vuelta: ni uno solo se durmió. Al final, las luces de los coches de sus padres aparcados en doble fila, señalaron el fin de un viaje que, como decíamos al principio, no es sino el principio de una nueva actividad que combinará viajes a la provincia, al centro histórico de Granada y a parajes naturales en los que los escolares tendrán que demostrar que tienen el mismo brío para andar que para cantar.

 Esta noche, cuando alguno de ellos ya esté en la cama, podrá soñar que un niño juega con dos piedras en la puerta de una cabaña con zócalo de piedras y cubierta de ramas, mientras su madre, dentro, muele trigo para hacer harina y que, cuando mira hacia abajo, hacia el río, ve a su padre que, con rústicas herramientas, cultiva la vega. Si eso pasa, es que el viaje ha tenido sentido y ese alumno de Jardín de la Reina ha aprendido a saber de dónde viene y, por lo tanto, a dónde tiene que ir.

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