Miguel Vílchez: «Hay que defender la Vega de Granada a capa y espada»

Miguel nos espera en su haza, colindante a los Viveros Taboada. Tras atravesar la puerta y saludar a sus perros para que dejen de ladrar nos dirigimos hacia la huerta en la que abundan los frutales y en la que aprovecha los huecos para sembrar habas y pronto varios tipos de hortalizas. Nos cuenta que en esta finca de casi 8.000 metros cuenta con cerca de 300 árboles, fundamentalmente caquis, pero también ciruelos, perales, membrillos, albaricoques, cerezos, e incluso, algún que otro nogal, higuera, vid,… Todo criado en esta fértil tierra a base de estiércol por lo que, tras la petición de su declaración como cultivo ecológico, en un par de temporadas, podrá contar el correspondiente sello.

“Este terreno anteriormente estaba dedicado al cultivo del tabaco y maíz. Mis padres aprovechaban las esquinas y las veras para sembrar caquis que aquí siempre se han dado muy bien, pues no tenían apenas enfermedades y suponían poca faena”, nos informa al tiempo que nos muestra los recipientes con atrayentes y botellas de plástico reutilizadas para controlar la mosca de la fruta. Con estos simples cuidados el pasado año llegó a recolectar entre octubre a diciembre cerca de 15.000 kilogramos libres de pesticidas que repartió entre los comerciantes del barrio y familias que conocen su afición por sus productos ecológicos.

Miguel observa un cerezo florido plantado hace un año por alumnos del IES H. Lanz
Miguel observa un cerezo florido plantado hace un año por alumnos del IES H. Lanz

Con enorme satisfacción nos va mostrando su pequeño vergel en el que predominan los caquis, junto con otros frutales, algunos floridos en esta época, entre ellos una decena de árboles que un grupo de alumnos del IES H. Lanz plantaron el pasado curso a los que, además, les hizo una exposición de los cuidados que necesitan y las actividades que realiza dependiendo de la estación del año. Visita que también aprovecharon para colocar algunos nidos que habían construido para los pájaros.

Desde niño
Faenas agrícolas que Miguel aprendió de su padre y que recuerda de forma cariñosa pues se ve siendo aún un zagal “pintando” papas en los surcos que previamente los mayores y mujeres habían hecho cascos que transportaba en las espuertas de pleita. También “tirando” el estiércol que traían los mulos de Maracena en los serones de esparto que dejaban formando pilas y que luego con las horcas se iban extendiendo, todo ello antes de que la yunta de mulos pasara con el arado para que el estiércol quedara enterrado lo que hacía que luego se pudiera cosechar “unas estupendas papas, habas y cualquier tipo de hortalizas”.

Después de mucho años cultivando caquis, Miguel se ha convertido en un especialista
Después de mucho años cultivando caquis, Miguel se ha convertido en un especialista

Llegado a este punto, Miguel nos explica que “esta tierra al ser tan buena no requería que fuera estercolada cada año, pues era suficiente hacerlo cada dos o tres años”. En cuanto al sistema de riego que realiza por el método de inundación señala que se le da “magníficamente” y que “es una gozada ver el agua va entrando en la “melga” (amelga) y cómo es chupada por la tierra”. También no explica su secreto para saber por donde va el agua, pues lo pájaros insectívoros “se van levantando a medida que el agua avanza para ir delante comiéndose los bichillos que van saliendo de la tierra. Cuando los veo al fondo es el momento de cambiar el agua a la otra melga”. Con estas actividades Miguel se siente “feliz y realizado”, al tiempo que reconoce la suerte de que a su mujer le guste muchísimo el campo y la vega.

A pesar de la edad y su vinculación a la tierra Miguel sorprende también al ser un usuario de Internet y correo electrónico cuyo uso le ha enseñado su hijo, veterinario de profesión, que muestra su disposición para continuar con el cuidado de esta huerta denominada El Pilar por un caño de finales del XIX que desgraciadamente ha desaparecido. Antes de despedirnos nos expresa su esperanza de que la ciudad nos salte la Autovía ya que supondría la desaparición de este espacio que considera una seña de identidad granadina junto con la Alhambra, el Albaicín y la Sierra. “No se puede perder la Vega de ninguna de las maneras. Hay que defenderla a capa y espada para que le podamos dejar a la gente joven un medio ambiente magnífico, por lo menos como está ahora, y si se puede mejorar, que todo es mejorable, pues mejor”, afirma convencido.

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