Pedro López Ávila: «La fiesta de la primavera»

 Vaya por delante que el alcohol, como droga permitida, forma parte de la cultura de nuestros pueblos desde las civilizaciones más antiguas de la humanidad. De hecho, la antigüedad no criticó mucho el hábito ni la cantidad en su consumo, pues los escritos de varios filósofos hablan de él muy benévolamente; y hasta algunos, los estoicos, aconsejan que nos permitamos a beber a veces en exceso, hasta embriagarnos, para relajar al alma.

Un médico excelente, parisino del S. XV, llamado Jacques Duboix,  decía que para evitar que se nos apoltronen las fuerzas del estómago, es bueno despertarlas una vez al mes con el exceso de vino y picarlas para evitar que se atrofien. Imagino que a este médico, debía gustarle el ‘alpiste’ al igual que a insignes personajes (científicos, artistas o literatos), que , incluso, cayeron en el alcoholismo, y que se encuentran en las biografías de los talentos más prodigiosos de nuestra historia. Bueno, incluso, no sé donde leí que los persas, después del vino, discutían sus principales asuntos.

Digo esto, porque no vaya a parecer que uno es ‘la vieja del visillo’  o el último defensor de la decencia de la moral de occidente de lo que voy a opinar a continuación sobre los millares de jóvenes que, con cualquier motivo o excusa, se reúnen para beber indistintamente cualquier tipo de bebida alcohólica, con un paladar tan poco delicado para degustarlas, que lo que hacen es tragar lo que les echen con tal de ‘cogerla’.

«No se puede permitir colapsar el tráfico de nuestra ciudad de mala manera y mucho menos provocar situaciones que pudieran poner en riesgo la integridad física de los ciudadanos»

En primer lugar me parece muy bien que cada uno beba lo que le dé la gana hasta que le reviente el hígado, pierda el conocimiento, el dominio sobre sí mismo o sobre el cuerpo, siempre y cuando no se sea menor de edad. Por tanto me cuesta trabajo creer, vamos, que no me lo creo, que para justificar conductas de la permisividad con la que actúa nuestro Ayuntamiento, autorizando estas movidas, para beber en la vía pública de manera tan brutal,  se ofrezca el dato (desconozco por parte de quién o quiénes), que tan sólo fueran denunciados 10 menores de edad. Como si se pudiera solicitar la identificación a 20.000 personas.

Tampoco me creo que fueran tan sólo 17 personas las que orinaran en la calle, lo que nos haría suponer que, independientemente de las bolsas con las litronas que cada uno de los asistentes debería llevar, portarían, igualmente un orinal consigo, que irían vaciando en algún lugar acordado previamente con el Ayuntamiento. Podemos seguir hablando y debatiendo hasta el infinito sobre el tema, en cuanto a las toneladas de basura acumuladas, molestias ocasionadas a los vecinos, comas etílicos, la constancia que tienen una parte importante de nuestra juventud en empapar su estómago de alcohol etc.., sin que nunca llegáramos a un acuerdo

En fin, eso son otros problemas que deberían ser tratados con más rigor por los expertos sobre este fenómeno de nuestra época denominado ‘botellón’. Pero, siendo todo muy importante, tengo que decir que me escandaliza y que no puedo llegar a entender como miles de granadinos se vieron enjaulados en la autovía, en donde los ocupantes de los vehículos se sintieron atrapados, indefensos y angustiados, bloqueando 6 kilómetros la circunvalación hasta las 11 de la noche, y a decir por muchos de estos damnificados llegaron a sentir miedo y en algunos casos auténtico pánico, pues de haberse producido un accidente o alguna circunstancia adversa como en el Madrid Arena, ahora estaríamos buscando responsables subsidiarios que, como es costumbre en este país, se esconderían de la peor de las maneras: culpando a otros.

No se puede permitir colapsar el tráfico de nuestra ciudad de mala manera y mucho menos provocar situaciones que pudieran poner en riesgo la integridad física de los ciudadanos. Las autoridades municipales deben ser profundamente celosas y poner todo su empeño, por encima de cualquier presión social, para garantizar la seguridad de la mayoría silenciosa, que clama impotente ante el desbarajuste, el caos y  galimatías que se generan por falta de prevenciones a quienes corresponden.

Pedro López Ávila

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