Julio Grosso Mesa: «La televisión no ha muerto»

Tanto es así, que una conocida plataforma de televisión de pago está usando el lema “La televisión ha muerto. Viva la televisión” para promocionar su nueva oferta de “video bajo demanda” (VoD), un sistema que permite el acceso del telespectador a contenidos multimedia de forma personalizada. La plataforma ofrece más de 2.000 títulos y todos sus canales a través de múltiples dispositivos (iPad, iPhone, Xbox), cuándo y dónde quieran sus clientes, sin ajustarse a la tradicional parrilla diaria de programación. Sin ataduras, sin horarios, sin esperas. El abonado tiene ya libertad total. Pero lo que en principio podría considerarse el súmmum del consumo televisivo es también el fin del modelo tradicional de ver la televisión.

En 1926 un ingeniero escocés llamado John Logie Baird logró hacer las primeras emisiones experimentales de televisión de tan solo treinta líneas desde un laboratorio de Londres. La primera de ellas se recibió en una casa a diez kilómetros de distancia. Enseguida el gobierno británico encomendó a Baird y a la BBC un servicio regular de televisión con un nivel medio de 240 líneas, que se inició oficialmente el 2 de noviembre de 1936. Un año después llegaron a través de la televisión las imágenes borrosas de la coronación de Jorge VI, el padre de la reina Isabel, mediante tres cámaras que retransmitían en directo. En España las primeras pruebas datan de 1948, pero las emisiones regulares no comenzaron hasta el 28 de octubre de 1956.  

Desde los inicios del medio televisivo, todos los canales del mundo han llevado sus programas a los hogares mediante diversos procedimientos de emisión: analógicos o digitales; terrestres, por cable o por satélite; en abierto o de pago. Y las estaciones o emisoras de televisión han organizado su actividad hasta ahora en una programación dividida en franjas horarias, con especial interés en el llamado “prime time”, el horario estelar dedicado a la familia, cuya audiencia ha condicionado históricamente su producción audiovisual.

Pero todo esto ha cambiado muy rápidamente. A la par que los diarios han ido reduciendo el papel y aumentado la edición digital, las emisiones televisivas están siendo superadas por el VoD y el streaming. Lo hacemos diariamente cuando vemos un vídeo en YouTube, entramos en la «televisión a la carta» o seguimos un evento en directo desde el ordenador. Nuevos hábitos de consumo que llevan un lustro desarrollándose en todo el mundo y a la vez, un nuevo modelo de negocio que sustituye al telespectador por el cliente (abonado o usuario) y más allá, que reemplaza el binomio emisor-receptor por el concepto de difusión. Propaganda en lugar de comunicación.

Como consecuencia, las cadenas generalistas españolas –públicas y privadas- encuentran desde hace algunos años serias dificultades para alcanzar la cuota media del 10% de audiencia, cuando hasta hace poco lo normal era superar el 20% de share y acumular audiencias millonarias. Esta preocupante caída de las audiencias se hace más notable ahora en verano, cuando tan solo la presencia de fútbol, telenovelas, informativos y, como no, Los Simpsons salvan la cara a los programadores durante dos  largos meses de vacaciones.

¿Cómo han reaccionando las cadenas ante esta nueva realidad? ¿Han diversificado su oferta de programas? ¿Han mejorado la calidad? En términos generales, los canales españoles siguen haciendo lo mismo de siempre, tan solo que ahora forman parte de grupos (Mediaset, Atresmedia, RTVE) y lo vuelcan todo en la web. En un mundo donde hace años que prima la estridencia, el protagonismo y la sobreexposición, sigue siendo mucho más fácil  producir tertulias del corazón, emitir eventos deportivos o retransmitir la convivencia de jóvenes y famosos en los habituales realities.

Otra práctica habitual es pagar a los famosos para que cuenten sus miserias y a los implicados en procesos judiciales para alimentar juicios paralelos de largo alcance mediático. Por no mencionar las miniseries españolas que ensalzan a banqueros o tonadilleras envueltos en el «pelotazo». Un estudio demuestra que el 80% de los programas en horario de protección infantil abusan del sexo implícito, los insultos y el lenguaje soez. “Hay que tener cuidado con aceptar distraídamente la normalidad porque puede que se descubra retrospectivamente que era una normalidad monstruosa”, advierte Muñoz Molina.

La televisión generalista no ha muerto aún, pero no hay duda que ya no es la misma. Ni volverá a ser el gran invento del ingeniero Baird. Su audiencia se está diluyendo, mes a mes, por culpa de Internet -una pantalla universal, gratuita y sin horarios- y en menor medida, por el empuje -lento pero continuo- de los canales temáticos de la TDT. Permanezcan atentos a las pantallas porque «nada es tan sólido que no pueda desvanecerse mañana mismo en el aire».
 

Julio Grosso Mesa 

 (Este artículo de opinión de Julio Grosso Mesa se ha publicado en la edición impresa de IDEAL del 23/08/2013)  

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