Antonio Bolívar: ¿Puede venir el liderazgo pedagógico por el nombramiento oficial?

 

Sin embargo toda la literatura pedagógica más potente y relevante a nivel internacional, así como las experiencias de mejora, ponen de manifiesto –como nos hemos encargado de difundir en diversos trabajos y libros– que, actualmente, si queremos mejorar el sistema educativo hay que pasar de la gestión al liderazgo. Agotado, por esclerotizado, un modelo burocrático-administrativista de gestión escolar, de acuerdo con las orientaciones reflejadas en las experiencias y literatura internacional, se apuesta por un liderazgo educativo o dirección pedagógica, como un factor de primer orden para incidir en la mejora de la educación. Además, este liderazgo ha de ser construido en un proyecto conjunto de acción en cada escuela, de modo distribuido o compartido en una comunidad de profesionales. Al tiempo, esa misma literatura y experiencias subrayan que la Administración lo que ha de hacer es crear las condiciones propicias para que sea posible. De ahí la “simpleza” de creer que todo se arregla eligiéndolo la Administración.

Lo curioso (o contradictorio) es que, si bien las nuevas propuestas que hace la LOMCE nos retrotraen de nuevo a una regulación burocrática por la Administración educativa; paralelamente, se apuesta por tendencias postburocráticas de rendimiento de cuentas que requieren una amplia autonomía en la gestión, en un contexto general de recentralización, como hace la Ley. Estos elementos contradictorios hacen peculiar el futuro inmediato de la dirección escolar, al margen del contexto internacional. La dirección escolar ha de ser responsable de los resultados conseguidos por su centro, pero –claro– esto supone un contexto de autonomía, de competencias o capacidades propias de la dirección y de un modo de organizar los centros, ausente en la LOMCE. Son dos elementos contradictorios que provienen de tradiciones dispares: uno, la tradición burocrática; otro, las tendencias actuales. Quieren apoyarse en Hanushek, pero la autonomía y control de resultados neoliberal es incompatible con la recentralización y la delegación administrativista.

Justamente, el director como “la Administración en el centro” es el modelo burocrático-gerencialista que en todo los lugares del mundo (incluido el nuestro) ha fracasado; pues está en oposición frontal a las líneas pujantes de liderazgo pedagógico, compartido o distribuido. Nada hay en el Proyecto de reforma que asegure la capacidad pedagógica y de liderazgo de la dirección escolar, más bien se incrementa su dimensión gerencial y ejecutiva. De este modo, el director o directora no tiene más capacidad (y autoridad) que la que le otorga la autoridad o el poder de quien lo ha designado.

Si se demanda una profesionalización de la dirección escolar en España, ésta no puede provenir de su politización. Tampoco se consigue por exigir una acreditación previa superando un curso sobre el desarrollo de la función directiva. Volver otra vez a los cursos de acreditación, mejor o peor organizados, después de la experiencia de la LOPEG, nos parece fuera de lugar. Sin duda es necesaria la formación, pero cuando esta se convierte en un requisito burocrático para presentarse, pierde de entrada el valor que pudiera tener, para quedar en una pantomima de profesionalización.

Es cierto que “profesionalización” es un concepto ambiguo: mientras para unos se refiere a incrementar la cualificación del profesorado en las tareas de gestión, para otros conduce a defender que la dirección escolar es una función distinta de la docencia, lo que implica una formación específica y una carrera propia. Por su parte, desde la defensa de un liderazgo pedagógico, el desafío no es tanto “profesionalizar a los gestores”, cuanto “cualificar al profesorado” en tareas de gestión y liderazgo, con la creación de los oportunos dispositivos, que no pueden ser sólo “cursos de formación. Profesionalizar, por tanto, no tiene por qué oponerse a participación democrática, si esta se sitúa en un marco pedagógico de mejora.  En cualquier caso, nunca puede significar politizar la dirección escolar. El liderazgo pedagógico no va por afinidades políticas. Desde luego que puede decidir una Comisión, pero profesional; no representantes de la Administración, con las veleidades habituales de introducir la política donde debiera permanecer al margen.

(*) ANTONIO BOLIVAR. Catedrático de Didáctica y Organización Escolar. Universidad de Granada

 

 

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