La ciudadanía y el Banco de Alimentos

La ambición por la riqueza y la posesión está en la esencia del ser humano desde los tiempos más remotos de nuestra existencia y penetra en nosotros a través de nuestro conocimiento, sin que este sea capaz de despreciarlas o darles un giro hacia el bienestar general de las sociedades. No es precisamente el hambre la que genera la avaricia en los hombres sino muy al contrario, es la abundancia el impulso fundamental sobre la que se edifica la indiferencia ante los desposeídos, aunque muchos nunca hayan conocido o comprendido aquella máxima de Epicuro, al decir que ser rico no supone alivio sino cambio de problemas Maquiavelo, personaje tan maltratado por la historia, comenta que tenía a la entrada de su despacho un letrero que decía: «La prueba de mi honradez se puede comprobar en mi pobreza». Aunque no existen pruebas contrastadas de que la honradez esté directamente relacionada con la pobreza, y mucho menos en las sociedades modernas. Sin embargo, pues, si el azar es el que determina la indigencia o la acumulación de bienes materiales, es a nosotros a los que nos toca darle forma y a los gobiernos encontrar los mecanismos pertinentes para conseguir una mejor distribución de la riqueza.

Pero, mientras tanto, aquellas personas que han dedicado su vida en defensa de lo público, no han hecho otra cosa que vivir muy plácidamente de lo público (con todo tipo de artimañas), como nos demuestran los acontecimientos en nuestra época, que van desde el agujero millonario de los fondos de reptiles, hasta aquellos que en aras al progreso van pregonando privatizar lo que son derechos fundamentales de la persona o del ser humano (como más nos guste) Ahora que el sistema económico ha abierto brechas por todas partes en muchas riquezas del mundo occidental, para dejar entrar a la pobreza, unos y otros siguen buscando el viento del favor de los gobernantes que se hallen en el poder sean los que fueren, con el objetivo de acumular pronto grandes reservas. Vamos, lo que en términos coloquiales se ha venido denominando ‘el pelotazo’.

Con todo esto, mientras unos acumulan y otros no pueden vivir siquiera al día, sin tener nada que llevarse a la boca, otra parte de la población está deseando que se acabe esta perruna crisis, con el claro objetivo no sólo de satisfacer sus necesidades presentes y ordinarias, sino también las extraordinarias que, a mi parecer, ni con todas las provisiones del mundo se sentirían satisfechos.

Menos mal que al menos la solidaridad del pueblo español, cuya sensibilidad está muy por encima del orden de sus ingresos y de sus políticos, en su última campaña (a través del Banco de Alimentos) a finales de noviembre, ha recogido cientos de miles de toneladas de viandas para la población más vulnerable y con riesgo de exclusión social.

Algo inaudito en un pueblo desarrollado, pero cuyas tasas de desempleo desdicen los discursos triunfalistas de sus rectores.

Es la población civil en manos de un voluntariado (cada vez más numeroso) la que tiene que sacar las castañas del fuego, provisionalmente, a quienes por sentido del honor y de sus juramentos deberían cumplir con sus mandatos constitucionales.

Pero al cabo como la tierra gira y la vida da muchas vueltas, llegará el día en que todos estos que manejan las finanzas (cuyo negocio fundamental consiste en prestar o vender lo que no se tiene), o los otros que son especialistas en la manipulación del mundo globalizado, los chanchullos y en ingresar recaudaciones de la ciudadanía como les sale del ciruelo, recaerá sobre ellos el famoso aforismo o sentencia de Publio Siro, que nos dice que «la fortuna es como el cristal, brilla, pero se rompe».

Por esta razón, a los artesanos de sus propias fortunas, se les han roto como el cristal, y muchos gobiernos, que se han visto empujados por la escasez de sus recursos, se están convirtiendo en injustos usurpadores de los bienes de sus ciudadanos a través de fórmulas recaudatorias que recuerdan el vasallaje; pero que, en cualquier caso, tales recaudaciones nunca van destinadas a la población más necesitada y frágil, sino que el destino final de las mismas va dirigido a pagar al que vendió lo que no tenía, es decir, a la banca.

Por el contrario, parece que proveer del sustento necesario para la supervivencia de los más débiles está quedando como una labor inexcusable que debe ejercer la población civil. Más como actuaciones de caridad, que como una obligación de justicia que corresponde al Gobierno.

(*) Este articulo de Pedro López Ávila se ha publicado en la edición impresa de IDEAL correspondiente al 20/12/2013


– Visitar página web del  BANCO DE ALIMENTOS DE GRANADA

 

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