Julio Grosso Mesa: «Gran turismo»

Recuerdo que hace diez años, cuando visité Venecia por última vez, me hospedé en uno de esos alojamientos familiares. Un hotelito encantador que había sido antes la casa de Angelo Scattolin, un conocido arquitecto veneciano, jefe de obras de la Basílica de San Marcos. Como en muchos otros casos, el hostal ocupaba un edificio histórico reformado con minuciosidad. Scattolin quiso unir en su hogar los estilos clásicos venecianos con las soluciones de la arquitectura moderna, respetando escrupulosamente las tradiciones. Las habitaciones eran amplias y luminosas. La sala del desayuno gozaba de unas vistas maravillosas sobre el Canal Grande. Todo era armonioso.

Matteo Wulten, el dueño del hotel, ya me avisó en 2004 de la catástrofe actual. Todas las mañanas después del café compartíamos un rato de charla, mitad español, mitad italiano. Yo visitaba la ciudad esta vez como periodista para asistir al Festival de Cine y él no me consideró un turista ocasional, sino un español curioso. Matteo me confesó entonces que los jóvenes habían comenzado a huir de la Laguna a otras poblaciones del Véneto. Y que los viejos seguían allí porque no tenían alternativa.

Como consecuencia, estaban desapareciendo las panaderías, las fruterías y las tiendas de ultramarinos. Los productos de primera necesidad estaban siendo reemplazados por los souvenirs. Y, además, los alquileres se habían puesto imposibles para los comerciantes y artesanos que hasta entonces sostenían la economía veneciana. La única solución que dieron los gobernantes fue entregar la ciudad al turismo y convertir Venecia en un verdadero parque temático. ¿Conocen Disneyland Paris? Dicen que la ciudad es «un organismo muy complejo, hecho de un número casi ilimitado de iniciativas singulares, de muchas capas sucesivas, con tal número de conexiones e interdependencias que cualquier quiebro tajante o no muy pensado puede tener consecuencias catastróficas». Cada ciudad dispone de un ecosistema frágil y complicado y el turismo desbocado puede acabar pronto con él.

Mi ciudad es bella y monumental como Venecia, pero sin Laguna ni acqua alta. Es un destino turístico de primer orden y además, está de moda. Por eso, los gobernantes han decidido priorizar los servicios de las zonas turísticas sobre los de otros barrios: limpieza, transporte y seguridad. Han permitido que aceras y plazas estén completamente ocupadas por terrazas de bares y restaurantes. Han facilitado que las calles y los paseos más emblemáticos se hayan convertido en zocos donde comerciantes marroquíes venden a turistas ingenuos la artesanía del Magreb como si fuera local. No es extraño. En Venecia, unos chinos venden a otros máscaras falsas, fabricadas en China.

Como ha ocurrido en la Gran Vía madrileña o en las Ramblas de Barcelona, en mi ciudad las franquicias y las grandes marcas han reemplazado a los pequeños negocios. Y como sucede en muchas otras ciudades españolas, se ha sustituido el sonido del trabajo, sobre todo de las grúas y los obreros de la construcción, por el de las maletas de ruedas saltando los adoquines. Cuidado: las burbujas no siempre son inmobiliarias.

Como Venecia, mi ciudad está tomada. Los turistas nos invaden. Vivimos entre extranjeros, rodeados de gente que no conocemos. Y por eso, la ciudad se va despoblando poco a poco. Los viejos resisten porque no tienen alternativa. Es cierto que antes solo viajaban los ricos y que ahora podemos hacerlo casi todos. Pero una gran parte de los turistas de ahora no saben adonde vienen, ni conocen nuestra historia, ni respetan nuestra convivencia. Algunos no saben siquiera situarnos en un mapa antes de llegar, pero la oferta de Internet era tan buena que merecía la pena viajar. Los turistas de masas difícilmente aman lo que ven. Ya sea el Puente de Rialto o la Torre del Oro.

 

«No debemos apostar por un turismo de aluvión, ni récord de visitas, ni souvenirs fabricados en China, ni franquicias en lugar de comercios tradicionales. Sino por un turismo ordenado y de calidad»

 

Dicen que el turismo vuelve a repuntar en España. Que es un sector clave en la recuperación. Que en 2013 nos visitaron 60.6 millones de extranjeros y que este año se volverá a batir la marca. Pero «gran turismo» no debe significar turismo de aluvión, ni record de visitas, ni souvenirs fabricados en China, ni franquicias en lugar de comercios tradicionales. Sino un turismo ordenado y de calidad, respetuoso con los residentes y adecuado a la capacidad y las características de nuestro territorio. Es más cómodo cerrar los ojos, pero la desidia siempre nos saldrá más cara.

Hace una década, Matteo Wulten, el dueño de un pequeño hotel veneciano, lo tenía muy claro. El problema no es el turismo en general, sino el tipo de turismo que estamos generando. Nuestra deriva turística. Y sobre todo, las graves consecuencias de un turismo abusivo y depredador con el ecosistema de nuestras ciudades. Lo pude comprobar entonces paseando por los canales y las plazas. Ahora lo han certificado. Venecia está muerta. No será la única.

 

JULIO GROSSO MESA

(Este artículo se ha publicado en la edición impresa del Diario IDEAL en sus ediciones de Granada, Costa, Almería y Jaén, correspondiente al lunes, 25/08/2014))

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