Juan de Dios Villanueva Roa: «Bofetadas a ocho meses»

Ese padre, que lo es por incontinencia o por casualidad, ignora que el resto de su vida quedará marcado por la mano de golpes que le dio al futuro de su hijo en la cara del maestro. Y luego quedan los niños que lo vieron, que contemplaron a un ser con la razón perdida, pero ellos no lo sabían; a alguien golpeando (eso sí lo sabían) a un maestro que estaba enseñándoles, siendo vilipendiado, agredido por un padre que no era como los suyos. Y los otros padres, ¿qué hicieron? Lo contaron los medios. Ocho meses de cárcel.

Depositamos en la escuela el futuro de nuestra civilización, de nuestra sociedad, de nuestros hijos, el nuestro mismo (y pronto estaremos experimentando en nuestras carnes las consecuencias de la educación que estamos dando ahora), y callamos. La administración, que somos nosotros en diferido como diría la ministra esa, debe atajar estas acciones, y la justicia también, por el bien de ese niño ya marcado por los golpes de su padre al maestro, los otros niños que contemplaron la escena, y ese padre, que debería pasar una época de su vida meditando y estudiando en la cárcel por lo hecho.

Y es que en los últimos años esta sociedad ha perdido los papeles, si es que algún día los tuvo, y se tiende a mezclar todo para justificarlo todo. Y hay cosas, hechos, sucesos que no son ni admisibles ni justificables, pero nos callamos, aceptamos estos sucesos porque así tenemos ya algo de qué hablar, y tendemos a generalizar.

Todos los padres no son lo mismo, como no lo son todos los maestros, ni todos los niños, ni todos los mandatarios, ni todos los oficiantes ni escuchantes de cursos ni discursos, pero al generalizar se escapan estos golpeadores de la médula social que acabarán con ella a menos que nos espabilemos y les paremos los pies de alguna forma, que ya está bien.

 

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