Antonio Luis Gallardo: «Un pedazo de gloria (La Caleta)»

La mañana asoma lentamente, el rebalaje de Salobreña parece que ha sido limpiado toda la noche y los chinorros se muestran pulidos y limpios, prendido de sal y levante veo al fondo levantarse ese pedazo de gloria que es La Caleta. Si alguien dijo que Salobreña es una bandada de palomas blancas que han detenido su vuelo, La Caleta son gaviotas que hace tiempo que eligieron este lugar para anidar, huele a sal, pescado y azúcar.

Vista de la Caleta desde el mar/ CORBATILLAS Desde que era un niño, mi tía Eloísa Medina, siempre me llamó, animó y sedujo para que visitara el mayor tiempo posible su segunda casa, su segunda alma, pues desde que se casó, La Caleta siempre estaba presente en toda su vida y la sabía transmitir a todo el mundo, ella fue realmente mi introductora. Siempre he sentido algo muy especial por ese rincón tan maravilloso y entrañable que tanto me ha acompañado en mi vida.

Primeros años de mocedad, primeros bailes en las Fiestas de la Virgen del Carmen, primeros paseos en bicicleta, recorridos siempre alternativos, bien fueras por el Gambullón, por la Cuesta Caracho, por la Carretera, el Pontiví o mejor aún a pie por toda la playa.

Días de pesca y amistad con mi buen amigo Pepe, compañero del alma que tan temprano te fuiste, nos pasábamos toda una semana preparando comida, aparejos e itinerario. El sedal y anzuelos comprados, como no, en Hidalgo o en Paquito Franco, la comida atractiva y generosa, pollo frito, huevos duros, un par de tomates para cortarlos con la navaja y rociarlos con abundante sal y por supuesto el bote con la lejía sustraída a mi madre.

Nada más llegar al Caletón, Pargo o Carrizal, se elegía la roca más frondosa de algas para echar un poco del preciado elemento de la lejía y recoger la cosecha de gusanos que salían y utilizábamos como carnada. Raro era el día que no pescábamos varias herreras, algún sargo y eso sí muchas viejas que volvíamos a echar de nuevo al agua.

Procesión de la Virgen del Carmen en La Caleta/ CORBATILLASEl mes de julio era el preferido, pues de siempre la celebración de la procesión marítima de la Virgen del Carmen atraía a gran cantidad de gente de Salobreña, Lobres, Molvizar, Itrabo, Motril, etc. preciosa imagen la de la Virgen paseando por toda la bahía y con la fila de barcas siguiendo su estela hasta llegar al peñón.

Veranos largos e interminables pasados en La Guardia, en esa maravilla de artesanía y cobijo que era la choza que cada año levantaba mi tío Antonio Medina, ni Marbella ni Mallorca podrían competir nunca con esa paz y tranquilidad que se respiraba a orillas de allí, afortunadamente mi mujer y mis hijas pudieron disfrutar de tal cariño y familiaridad que se respiraba.

Si su paisaje sencillo y acogedor de casas blancas y marineras, todas encaladas y apiñadas una a otra, más aún son sus gentes honradas y marineras. Un día, cuando volvíamos Pepe y yo de nuestra jornada de pesca, nos encontramos con un caletero de nombre Manuel, nunca más he vuelto a verlo, que nos preguntó por la pesca y aún recuerdo sus palabras… «tengo grandes recuerdos, echo la vista atrás con una gran sonrisa, pero prefiero mirar hacia adelante.¡No sé si estaré aquí mañana, así que tengo que conseguir que el presente merezca la pena!», nunca supimos a qué, ni el motivo de sus palabras, pero nos llegó muy hondo.

El agua salada se había filtrado en el interior de mis venas, el olor a costra dulce de la azucarera y el sabor a chumbo me había seducido para siempre. La Caleta y La Guardia o La Guardia y La Caleta, me da igual ya están siempre presentes en mis recuerdos y en mis sentimientos.

Alguien escribió… «Me sumerjo en ti, y me mandas tu mensaje de caracolas lejanas, o me golpeas con tus olas zarandeando mis silencios que quieren esconderse, me llamas desde tus corrientes escondidas y falaces susurrándome con tus resacas promesas de sirenas y jardines», siempre estaré deseando volver y abrazarte en ese largo y húmedo abrazo de tu mar.

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