Blas López Ávila: «Bolardos»

 

“Quien se arrodilla ante el hecho consumado es
incapaz de enfrentar el porvenir”
León Trotsky

Una vez más la sangre, el horror, la muerte y el dolor han hecho acto de presencia en España, en Barcelona. Y una vez más todo el cortejo de minutos de silencio, de condenas institucionales y no institucionales, de velitas, florecitas y demás banalidades, que están bien pero que desvían a la opinión pública, a mi juicio, del verdadero foco de la situación, si no se ofrecen datos significativos de que el problema está identificado; cosa bien distinta sería la solución, harto compleja por otra parte. Porque para solucionar un problema, es obvio que previamente hay que identificarlo y esto es justamente lo que no se hace, vaya usted a saber por qué oscuros intereses.
En un país en el que no se sabe bien quién gobierna; si el partido en el poder, la oposición, los separatistas, los antisistema o los tertulianos -definitivamente los platós de televisión han suplantado al parlamento- resulta repugnante a la inteligencia que se hable tanto o más de problemas de integración que del horror –según el coronel Baños, experto en terrorismo islámico, hay imanes en todo el litoral mediterráneo que prohíben a sus fieles integrarse para evitar la contaminación pecaminosa de los infieles-, de islamofobia que de la fraternidad con las víctimas y sus familiares, de intereses políticos que de la muerte y la desolación de los inocentes, entre los que se encuentran niños de cortísima edad que todos deberíamos sentir como propios. Aquí poco importa que, al día de hoy y sólo en lo que va de año, el balance de víctimas del terrorismo islámico -según datos de la OIET- sobrepase los diez mil muertos y miles de personas heridas o mutiladas, cebándose muy especialmente en los más débiles: Siria, Irak, Yemen… Aquí se hace buena la frase que jamás pronunció Stalin: “La muerte de un hombre es una tragedia. La muerte de millones es una estadística”. Y ante tanto horror, incapaces de sentir el menor escalofrío frente a tan estremecedor holocausto, nuestra solidaridad es una mera pose. Pero en occidente rebelarse contra la estupidez es caer en lo políticamente incorrecto.

Digamos sin rodeos que es el salafismo yihadista – financiado a través de los países árabes más opulentos, del tráfico de drogas y del crimen organizado-, el que ha decidido declarar la guerra a occidente por su compromiso con la democracia, los derechos humanos y la igualdad social.

Siempre he desconfiado del capital y sus aledaños y es por eso por lo que no entiendo cómo aún no se ha asumido que libramos una guerra: una guerra contra un ejército de sombras, tan siniestro como eficaz. Y no comprendo muy bien si es a la población a la que no se quiere asustar o es a los mercados. Y me preocupa que estemos inermes ante esta batalla tan desigual. Verán, y estos datos los tienen los mandatarios mundiales: existen dos mil millones de musulmanes de los que con que sólo el diez por ciento -los servicios de inteligencia manejan entre un quince y un veinte por ciento- estuvieran radicalizados nos daría la cifra nada despreciable de doscientos millones de potenciales terroristas. Y de eso no se suele hablar como tampoco de las otras víctimas, los propios terroristas que se inmolan, adolescentes y jóvenes que apenas han dado los primeros pasos en la vida y se la han dejado en pos de una ilusión tan incierta como vacua. Pero hay más: si a todo esto unimos las distintas tendencias del islamismo, desde los códigos étnicos de honor mezclado con la religiosidad de los pastunes hasta la espiritualidad mística del movimiento sufí, se podrá comprender que hablar de islamofobia no deja de ser una mera consigna. Si, además, son los imanes de cada mezquita los que hacen su propia interpretación de los preceptos coránicos, estamos apañados.

Digamos sin rodeos que es el salafismo yihadista – financiado a través de los países árabes más opulentos, del tráfico de drogas y del crimen organizado-, el que ha decidido declarar la guerra a occidente por su compromiso con la democracia, los derechos humanos y la igualdad social. Maestros en el engaño y la hipocresía han sabido disfrazar una confrontación meramente ideológica, de corte totalitario fascista, en un conflicto religioso. No se puede seguir engañando a la sociedad. Si en un principio creí que el buenismo y la corrección política eran producto de la estulticia, hoy ya no me cabe la menor duda de que forma parte de un sistema ideológico de control, censura –también autocensura- y represión que nos devuelve a los tiempos más negros. Si no fuera así, no se usarían consignas como “discurso del odio” o “islamofobia” para manifestar una aparente superioridad moral que es harto discutible. Aquí el único ¿discurso? del odio lo ponen los terroristas y la única superioridad moral es la de los valores democráticos. Utilizar islamofobia no es sino caer en la trampa de aceptar implícitamente que estamos ante un conflicto religioso con todo el islam, rigurosamente falso por otra parte.

Definitivamente hay que colocar bolardos a tanta estupidez. Es la guerra, idiotas.

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