Pedro López Ávila: «Portavozas, miembras y testigas»

Dice mi amigo, al que le gustan mucho lo western, que esto se está poniendo muy chungo, porque cada día vivimos más en la trifulca que en solucionar problemas sociales. Para él, que insiste hasta la saciedad de que el movimiento feminista es una ideología que lleva a rebufo otras que vienen detrás (relacionadas con la condición sexual de los seres humanos), se están imponiendo de una manera chusca o cuanto menos al conjuro de la lógica, de la razón o de las inclinaciones naturales de la persona. Y yo que me considero en la actualidad una persona liberal, no hago otra cosa que contradecirlo, esgrimiéndole todo tipo de fundamentaciones a favor de la poca visibilidad que tienen las mujeres en el mundo actual. Para rematarlo en sus desvaríos me dejo llevar por el acaloramiento con argumentaciones ad hominem diciéndole que parece que se ha escapado del pleistoceno y que su ideología es un poco cutre y fachosa.

Evidentemente, mi amigo que, por cierto, se declara amante de D. Pelayo, del Cid Campeador y del Guerrero del Antifaz, responde que se pierde mucho menos tiempo en leer y comprender a Chomsky, a Martinet o a Saussure que en descifrar ñoñerías inútiles que tanto enredan y cabrean a la gente sobre lo que es una miembra, una portavoza o una testiga, y, a la vez, me inquiere para que le explique qué significa dar visibilidad a alguien.

Intento recurrir, con todas las fuerzas que me da el intelecto, a darle respuestas eficaces a la situación comprometida a la que me veo sometido y le expongo que para conseguir la igualdad entre hombres y mujeres deberíamos partir de que el lenguaje sea inclusivo, es decir, que en su terminología no se utilice exclusivamente el género masculino para referirse a hombres y mujeres, sino que como el lenguaje es algo vivo y dinámico y no es algo estático, han sido, precisamente, las propias mujeres y los propios hombre los que han generado su evolución hasta conformar las distintas lenguas existentes en el mundo; y, por tanto, ahora tendríamos la oportunidad de instar a la propia RAE, como lo hace con toda brillantez Irene Montero, a aprender igualdad.

Mi amigo, con reposado asombro, no sale de su incredulidad ante mi respuesta y me contesta: ves, ves cómo aún no has comprendido el estructuralismo de Saussure, ni la ley de economía lingüística de Martinet, ni la gramática generativa de Chomsky. Mira, me dice: en el momento en que no exista una norma lo suficientemente amplia para mantener un núcleo común numeroso de hablantes sujetos a ella (a la norma), la lengua se dispersaría. ¿Qué crees tú que fue la Torre de Babel? ¿Por qué crees que se confundieron las lenguas? Pues te lo voy a decir: porque no existía ese núcleo común amplio de todos los que trabajaban allí y, por consiguiente, lo que se llama en términos lingüísticos pauta general, que son las diferencias de habla entre unos y otros, hizo que cada uno terminara utilizando códigos distintos, hasta llegar a la incomunicación total entre ellos. Luego, la RAE tiene la obligación de velar para que existan las mínimas diferencias en la lengua de casi 600 millones de hablantes como instrumento vehicular comunicativo en la transmisión del conocimiento. Por tanto, lo que te parece a ti, a Irene Montero y a otros feligreses, la RAE no está tan apolillada, ni es tan desigual con las mujeres como os creéis los de izquierdas. Todos las academias del mundo actúan de la misma manera.

Bueno, ¿y esto que tiene que ver con que el feminismo sea una ideología en vez de un movimiento para la igualdad entre mujeres y hombres?, continúo interrogando a mi amigo. A lo que me responde, no sé si con ciertas evasivas, que este asunto es más complejo de explicar, aunque no muy difícil de justificar, pero que, no obstante, en una visión muy reduccionista de los hechos, me dice que detrás de todos estos galimatías, además de mucha ignorancia, se esconden intereses ocultos milimétricamente organizados con el objetivo final de imponer un determinado pensamiento dogmático que rompa con modelos estructurales y organizativos de convivencia social y suplantarlos por otros, cuyos intereses él conoce muy bien y en donde acaban.

El caso es que a mí me parece que mi amigo es un franquista de mucho cuidado, pues el hecho de que sienta admiración por D. Pelayo, el Cid Campeador o el Guerrero del Antifaz da mucho que pensar, pues podría sentir la misma veneración por Juana de Arco, Mariana Pineda o Victoria Kent, entre otras muchas mujeres ilustres de la historia. Sin embargo, a pesar de todo, está convencido, por otro lado que, efectivamente, existe en las sociedades actuales una enorme brecha discriminatoria entre los hombres y las mujeres tanto desde el punto de vista salarial, cuanto de integración social en los distintos ámbitos laborales. Y esto me mosquea más, pues no lo entiendo.

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