Blas López Ávila: «7’50»

Yo afirmo que la conducta de un hombre
depende de su jornal”.
Juan Marsé: “Últimas tardes con Teresa”

Cuando uno observa lo que pasa a su alrededor no es difícil darse de bruces con la realidad más cruel. Y tengo la costumbre de observar, quizás más de la cuenta. Observar con el propósito de identificar la realidad que nos envuelve y que no queremos o no somos capaces de ver. Observar para tratar de comprender mejor el mundo que nos rodea y, en la medida de lo posible, desenmascarar a tanto caradura, desenmascarar tanta hipocresía y tomar conciencia de que a los vencidos se les niega hasta la plegaria. Hemos perdido la grandeza humana, individual y colectivamente. En este país, más. Y es que aquí, como bien dice Pérez Reverte, “llevamos mucho tiempo siendo gilipollas por encima de nuestras posibilidades”. Les cuento:
Después de hacer la compra me dispongo a pagar. Delante de mí sólo dos personas. La primera en pasar por caja es una chica muy joven, morena, menuda, quizá de etnia gitana. Ha comprado pan, fruta, leche y yogures: 7’50. Llevaba el dinero contado. Extiende, ruborizada, un monedero de plástico lleno de monedas –de 5 ctms la de mayor valor- para que la cajera haga el recuento y esta tiene la humana delicadeza de verter el contenido del monedero directamente en la caja. No es necesaria la humillación. La chica está tan atribulada que se deja atrás el monedero y sale corriendo. Roja como una amapola, casi temblando. Es demasiado joven y humilde para comprender que la pobreza es una putada, no un desdoro. Me lanzo tras ella para devolverle el monedero. La alcanzo y se santigua. La tranquilizo y le devuelvo su liviano portamonedas. Sí, es demasiado joven para comprender que no existe un Dios de los humillados que la saque de su miseria. Que sí, en cambio, existe un Dios de los ricos y poderosos que les hará crecer en opulencia y poder.

“Me invade la náusea cuando pienso en el sarcasmo del Sr. Rajoy pidiendo a los españolitos que se estrechen aún más y ahorren ¡Qué desahogo! ¿Qué sabrá este sujeto de lo que es ahorrar céntimo a céntimo para comprar el pan de cada día? ¿Qué sensibilidad social es la de la ministra de Trabajo que abronca a los pensionistas por reclamar una pensión digna? ¡Qué nivel, Maribel!”

Salgo a toda leche del super , jurando en hebreo y ciscándome en el FMI, en el BCE, en los fondos buitre, en los especuladores de criptomonedas y hasta en el portero de mi casa, que tiene una tía en Valencia. Salgo maldiciendo la reforma laboral, el pacto de Toledo y a todos los cantamañanas que alardean de haber recuperado el pulso a la economía. Sin otro fundamento de mayor calado sino el hecho de que a ellos les va bien. Me invade la náusea cuando pienso en el sarcasmo del Sr. Rajoy pidiendo a los españolitos que se estrechen aún más y ahorren ¡Qué desahogo! ¿Qué sabrá este sujeto de lo que es ahorrar céntimo a céntimo para comprar el pan de cada día? ¿Qué sensibilidad social es la de la ministra de trabajo que abronca a los pensionistas por reclamar una pensión digna? ¡Qué nivel, Maribel!

Busco la puerta de la realidad porque estamos en el delirio”, decía días pasados J.J. Millás en una entrevista a propósito de la presentación de su nueva novela: “Que nadie duerma”. Sí, estamos en el delirio de la mascarada carnavalesca: trotskistas multimillonarios, millonarios comunistas, antisistema trasladando su domicilio a paraísos capitalistas, separatistas virtuales cuando vienen mal dadas, ¿artistas? del todo por la pasta, profesionales de la solidaridad sólo solidarios consigo mismos, compositoras de la letra del himno nacional que pagan sus impuestos fuera de España, empresarios del “esto es lo que hay” a sus trabajadores –y eso cuando les pagan, claro. Demasiado ruido para tan pocas nueces, demasiada hipocresía para tanta fragilidad. Definitivamente hemos perdido la grandeza. La chica de la calderilla es demasiado joven para comprender que, en su salto al vacío, su espacio jamás estará entre Escila y Caribdis sino entre “Irenas” y “Juanmos”, entre, como señala tan mordazmente M.Jabois, españoles profesionales –ya saben, los de las banderitas y esas cosas, cursis hasta el vómito- y amateurs ¡Gensanta qué tropa! Definitivamente no le quedará otra que tragar su rabia y su miseria, pero jamás aceptará el cristal con el que los más privilegiados miran el mundo, su chulería y su prepotencia. No digan luego, con un morro cósmico, que los populismos no los están engendrando ustedes, con su falta de solidaridad y su despotismo, no precisamente ilustrado.

No hablemos de precariedad, no hablemos de pensiones, no hablemos de un mundo más justo, menos inhóspito. No hablemos de la ciénaga de la corrupción económica y ética, ni de la degradación del planeta. Aquí lo importante son otros temas, tan intrascendentes como lucrativos para esta peña de indeseables. Y en mitad de esta infecta zahúrda se nos muere Forges. Como bien dice hoy en una carta al director del medio en el que publicaba sus viñetas: “Con el mar más embroncado que nunca, va y se nos apaga el faro. ¡Ay! ¿Qué va a ser de los náufragos de la democracia sin su salvavidas diario?» ¡Te queremos! Proclamo.

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