Blas López Ávila: «Mascarada»

 

“La gente pobre está acostumbrada a esperar. La
Seguridad Social, la cola del paro…”
Lucía Berlín: “Manual para mujeres de la limpieza”

¡Vamos jodidos! ¡Vaya si vamos jodidos! Me resultaría difícil precisar en qué momento se torció el rumbo de la convivencia en nuestro país –también en Europa- pero sí me atrevería a señalar como hecho fundamental la aceptación social, sin oponer el menor reparo, de la doctrina de lo políticamente correcto. Ese momento abría el portón para elevar a categoría de orador lo que era un mero charlatán y a considerar “guay” cualquier pirueta aparentemente rupturista que nada tiene que ver con la transgresión, la iconoclastia o la irreverencia social y cultural, tan necesarias en sociedades avanzadas.

 

Lo que yo llamo la “cultura del guayismo” se impone definitivamente sobre la solidez del pensamiento –tan desprestigiado en estos tiempos- para enaltecer la estulticia y la necedad como armas político-sociales: así, ser “indepe” es, antes que cualquier otra cosa, “guay” ; no menos “guay” que asistir a una “manifa” –con banderas o sin ellas, por razones de enjundia o sin ellas- o pasarse una tarde-noche entera viendo lo que ahora esta progresía social llama maratón de series sin otra preocupación que fijar los ojos en la pantalla y tan alejada de la actitud y el interés del cinéfilo. Series, por cierto, provenientes en un altísimo porcentaje del mundo de la cultura yanqui que tan “inocentemente” producen para “entretener” a sus fieles. Tan transgresora la peña que es incapaz de intuir siquiera que están instalados tan frívolamente en lo que yo también llamo “cultura de la unanimidad”. La cultura de la trivialidad entronizada a categoría de “guay” como signo de lo sublime..

Me dan miedo estos tiempos y me da miedo la sociedad actual: barbarie versus cultura. Me dan miedo estos políticos que en una sociedad civilizada no pasarían de ser meros charlatanes de feria del más recóndito de nuestros pueblos: vendedores de crecepelo, pócimas y remedios contra todo; predicadores del fin del mundo; tahúres del azar o presentadores, con redoble de tambor, de la mujer barbuda. Me da miedo ver cómo, una vez más, el negro manto de la sombra de Caín cubre el cielo de nuestra piel de toro tiñéndolo de rojo sangre y me dan miedo los caballistas de “cerrado y sacristía /devotos de Frascuelo y de María”, de los que hablaba nuestro buen Machado. Me preocupa el auge de la derecha fascista –estoy en total desacuerdo con los que así no la consideran-, prepotente, deshonesta, insolidaria, católica preconciliar, ultranacionalista, racista, xenófoba, con un nauseabundo olor a naftalina y sacristía y que rezuma odio y resentimiento por cada poro de su piel. Me preocupa la izquierda amante del lujo, del casoplón y de las sociedades pantalla; de la purga del disidente y, en su zafiedad y maniqueísmo, no haber sido capaz aún de explicarnos el motivo por el que los chicos de la antigua Convergencia, los del “trespercent”, –cambiar de siglas no exime de responsabilidades ni significa un cambio de comportamiento ético- son menos corruptos o menos de derechas que los componentes del tripartito, aunque tumben, junto a estos, unos presupuestos mínimamente sociales. No cabe mayor estulticia.

Definitivamente temo a estos tiempos y a esta sociedad de políticos de plató; de periodistas en activo, lectores mitineros de manifiestos de partidos políticos, o de jueces en activo convertidos también en tertulianos de plató -¿dónde están su objetividad, su imparcialidad, su credibilidad? ¿Hasta dónde llega su sectarismo?- Me inquieta la oleada de deleznable trumpismo que recorre Europa y la infiltración en el continente de “The Movement”, el club de Steve Bannon dispuesto a desintegrar la Unión Europea en beneficio de su capitalismo sin escrúpulos y al que VOX no es ajeno. Y desconfío, desconfío y mucho de todos aquellos que dicen dormir con la conciencia muy tranquila. Tal como dice Manuel Rivas en uno de sus excelentes artículos: “Desconfío de inmediato de semejante jactancia neuronal, de su ego de ronquido intachable. Me imagino a la pobre conciencia insomne, pero simulando un sueño feliz, mientras cuenta ovejas y remordimientos […] Si el personaje es digno de figurar entre los justos, lo normal es que su conciencia duerma mucho más intranquila que la de un cabrón profesional, que seguramente envió la conciencia de vacaciones y duerme de un tirón”. Y necesitamos muchas conciencias intranquilas, en España y en Europa, que den amparo y cobijo a los millones de refugiados y de compatriotas a los que atravesar por la crisis ha sido como atravesar por un campo de minas.

Frente a toda esta inmundicia el gran acierto del doctor don Pedro Sánchez: convocar las elecciones, y en consecuencia la campaña electoral, en las fechas propias del Carnaval. La mascarada tendrá sentido propio ¡Uff, qué guay! Pero aunque jamás, nunca, renunciaré a mis ideas, no me esperen para esta carnavalada.

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