Blas López Ávila: «Todo más claro»

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Supongo que, a partir de ahora, todo estará más claro, mucho más claro. Supongo que para “veintiséis millones de compatriotas hijos de puta”, entre los que me incluyo, habrá quedado clarísimo lo que nos espera si -por desidia, idiocia o puro analfabetismo-, somos incapaces de defender los valores democráticos propios de los países cultos y civilizados.

Como reflexiona Antonio Muñoz Molina en su novela “Sefarad”: “Las cosas ocurren poco a poco, muy gradualmente, y al principio prefieres imaginar que no son tan graves, que la normalidad es demasiado sólida para romperse con tanta facilidad, de modo que te irritan más que nadie los agoreros, los catastrofistas, los que señalan la cercanía de una amenaza que se vuelve más real porque ellos la formulan, y que tal vez desaparecería si se fingiera no advertir su presencia.”

Quiero suponer que a todos esos “amantes de la cultura” -sólo como pose pero a los que les importa un bledo-, “presuntos intelectuales” -también a los verdaderos-, tertulianos a sueldo y de saldo, administradores de eventos sociales de postín -a mayor gloria de ellos mismos-, pancistas irredentos, ignorantes de toda índole -concejales de cultura incluidos-, defraudadores de hacienda de cuello blanco y de los otros, trincones de toda laya y jaez, militantes despechados -no lo estaban cuando creían tocar poder-, estómagos agradecidos, sindicalistas de su propio provecho, jueces y magistrados de plató -más atentos a su carrera que a impartir justicia-, señoritingos devotos de Ponce y la Macarena, cretinos de las redes sociales y fieles seguidores de los programas de chismes en televisión y separatistas borrachos de sus propias quimeras, les habrá quedado claro lo que vale su destino: la cuneta, la tapia de un cementerio o, en el mejor de los casos, la bota militar permanentemente rompiendo su cuello.

Vuelvo a suponer que a mis conciudadanos se les habrá ocurrido pensar el porqué de esa cifra de veintiséis millones de hijos de puta a los que hay que quitar de en medio. Las cuentas no son arbitrarias: Sumen los votantes de los partidos de izquierdas, más los de Ciudadanos, más nacionalistas e independentistas, más abstencionistas y votos nulos y en blanco, y verán cuán aproximada es la cifra de víctimas mortales. Verán también que dos partidos quedan a salvo de tan terrible escabechina. Esa es toda la confianza que puede inspirar esta derecha española, tan alejada de la derecha civilizada europea que tiene como referente unívoco a la señora Angela Merkel.

Y por suponer, supongo que habrá quedado mucho más claro cuáles son las intenciones de todos estos españoles profesionales, que reniegan del estado de las autonomías – aunque sea manifiestamente mejorable-, de la Reforma Laboral vigente o venidera -nada como el Fuero de los Trabajadores- o de la propia Constitución que, en sus ensoñaciones criminales y genocidas, no tardarían en sustituir por el Fuero de los Españoles. Ahora habrá quedado más claro lo que esconde su profesionalidad patriótica, oculta tras esa exhibición de banderas: impedir que España se convierta en un país comunista bolivariano -como si España no estuviera en las instituciones europeas- fusilando a más de la mitad de la población como “medida democrática” y máscara obscena de sus ansias de poder, que bien saben les costará muchos años en recuperar por vía de las urnas.

Al final, supongo que habrá quedado muy claro que concesiones a esta derecha golpista -que quiere devolvernos a la oscura noche de las sesiones de radio de la Pirenaica y la BBC- las justas y menos. Y habrá quedado claro que la democracia es un preciado bien al que hay que defender con uñas y dientes todos los días de nuestra vida: con honradez y con transparencia.

 

 

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