Gregorio Martín García: «La onomástica y su regalo»

– ¡Cristóbal!… a los güenos días que mus dé Dios…
Güenos días compae Rafael. Le contestó su vecino que frente a la puerta de su cortijo laboraba afanosamente para terminar de regar sus remolachas antes de que terminara su torna de agua.
Apenas se incorporó para responder al saludo de su vecino que había salido de su cercano cortijo, a la otra orilla del río, en hora muy temprana y al parecer se dirigía al pueblo a hacer algún menester, fue por ello que Cristóbal el que regaba sus remolachas terminó por incorporarse y vociferando, aunque necesario no era por encontrarse no muy lejanos… pero eran sus formas y maneras de hablar. Le preguntó:

– Rafael “¿y ande te diriges tan trempano?… Yo es que me cortan el agua y por eso he madrugao …pero ¿tú ande vas medio entrajao y con la burra enjaezada con los aparejos nuevos?…

– ¡Soo…! . Dirigiéndose a su burra la paró haciéndolo también él y mientras se echaba su gorra de paño hacia atrás con una mano, se rascaba la cabeza con la otra y dejándola colocada con reverencial forma, contestó a aquel:

Pos mira Cristóbal… Ahí voy a la Cortijada de las Provincias a la capilla que hay allí a una misa funeral de una parienta mía que hace ya que falleció. La probe murió el año pasao y hoy le decimos la misa del cabo de año.

– Está bien vecino hay que cumplir con toas esas cosas pa cuando nos toque a nosotros…

Güen camino tengas…

– Gracias.

– Adiós Cristóbal.

La vociferante conversación mantenida, había dejado la vega y alrededores sin pájaros, sólo se oía el agua del río en su caía por el muro del azud y el buen chorro en cola de caballo que saltaba por el aliviadero de la acequia, ocasionando un sonido relajante que sin ser atronador, era suficiente para llenar los alrededores de espesa niebla y retumbante ruido.

El caudal de agua de la acequia de su riego, se venía a menos, la última tabla de remolachas no pudo ser anegada por la enriquecedora agua. Ya no llegaba. Cerró tornas Cristóbal; dejó tapado el canal que da la salida de la acequia, asegurando no hubiera aniego y con su azada al hombro comenzó a subir la vereda, en cuesta, que llevaba a la placeta de la puerta del cortijo, donde una gran loza cuadrada en rectángulo, brillosa por el uso, colocada para majar el esparto, junto al viejo y retorcido tronco del almendro que en el centro de la explanada se hallaba. Allí se sentó. Comenzó a descalzar aquellas botas altas de goma donde se cocían los pies, a pesar de ser relativamente temprano y el sol hacía poco había salido. Sus pies hervían en aquellas katiuskas como allí llaman.

Su mujer recién levantada, le trajo hasta el pie del almendro, un gran vaso de leche sopada con abundantes galletas María, recién ordeñada.

Comentó con ella que el vecino había pasado, bien enjaezado con su burra… que en poco sería el día de su santo y tendrían que hacerle un regalo como costumbre era entre los dos vecinos. Así que le dijo:

– Ángeles. Vamos ir pensando que le mandamos de regalo.

Como quiera que los hijos de Cristóbal todas las mañanas iban a la escuela del vecino pueblo, le hicieron el encargo a ellos del regalo que en pocos días harían a Rafael, el compadre.  Si algún hijo de Cristóbal había apadrinado él y su señora Encarna y de ahí el sobrenombre de “compadre”, era de uso y costumbre tal apelativo en la zona de los Montes de Granada, si apadrinas a alguien en boda, bautizo u otro cualquier evento social o religioso, el que también queda bautizado era él que por siempre y para siempre pasaba a ser el compadre y así le llamarían, o mejor y por ser más al uso, como se le llamaba en realidad era compae por aquello de que en la zona son económicos y gusta de ahorrar, en este caso letras.

Los vecinos cortijeros de aquellos bonitos y apacibles “ranchos”, como se llamarían allende los mares. Con sus faenas de campo seguían, amén de actividad ganadera que también y no por capricho o entretenimiento, ejercían.  Cristóbal bregaba todos los días, al alba, con unas buenas vacas lecheras que tenía. Antes de marchar al campo le ocupaban toda la mañana el cuidarlas y ordeñarlas. Leche, que un personaje llamado faenero acompañado de un burro o varios, según encargos y faena, y venido cada día desde Granada retiraba, de un punto cercano al cortijo cerca de la vereda por donde el faenero pasaba dos o tres cántaras o más, de buena leche, del ordeño del día, que cada mes terminado, una de sus mañanas, el dueño junto a las cántaras esperaba para ajustar sus cuentas y poner al día la mercancía transportada por el faenero a Granada.

Siempre me he preguntado por qué al señor de los borricos que retirada la leche cada mañana, se le conocía como El Faenero, si faenero es todo aquel que faenas de distintas maneras y formas hace en el campo dedicado a la faena de la recolección, pero no precisamente solo el que recogía la leche. Estos faeneros tenían forma peculiar de vestir, que les distingue de otro cualquier gremio de trabajo, a saber: alpargatas blancas de suela de cáñamo, pantalón gris de fina tela, vestido muy bajo y caído, sujeto con cinto de cuero muy ancho con hebilla pasadera grande o si el faenero tocado de la espalda estaba, que lo estaban casi todos por sus largas caminatas, entonces vestía apretada faja, ésta muy larga y que daba a su cintura y espalda un par de vueltas.
Si no la llevaba en la mano, lo hacía metida en la faja atravesada en la espalda. Una buena vara de metro y medio de sargatillo, buena y dura madera que se cimbraba sin romperse. Era costumbre llevar en la parte superior del cuerpo una camisa blanca, aparentemente muy fresca que remataba en el cuello con un pañuelo atado para evitar entrar polvo del camino, todo rematado con gorra visera, no de paño sino de tela. Sus peculiares andares estaban viciados de tal forma debido a sus largas andanzas tras los burros y a un precipitado paso. Siempre tenía prisa.

Una anécdota curiosa en ocasión de la forma de vida de los pueblos, me contaron y no recuerdo quien pero si conservo fresca la tal anécdota por curiosa. Un día en que el médico del pueblo se hubo de acercar al cortijo de Cristóbal a visitar en consulta a un familiar que en cama estaba enfermo. El galeno, hombre dicharachero, amigo de sus amigos y muy cercano a la gente del pueblo. Como quiera que un buen desayuno abundante en buena leche le sirvieron, amén de otras mil viandas, parecido aquello más a banquete que simple desayuno. Entre taza y taza de leche, porque repitió, le pregunto a Cristóbal de dónde era; como quiera que le dijo que era suya de unas vacas que tenía. Fue enseguida que el Sr. doctor en alarde de generosidad y agradeciendo por el buen desayuno servido, le dijo:

– Prepárate que mañana vendes toda la leche sin que te quede nada para hacer de este rico queso…

-¿Y eso por qué doctor?

– Mañana toda madre que con su bebé me visite, recetaré leche de vaca, tú verás señora Encarna que poca te queda de la que dan las vacas.

Efectivamente, las ventas se multiplicaron, los viajes al cortijo desde el vecino pueblo a por leche, aumentaron… tan fue así que hubo de pedir leche al vecino Rafael para dar abasto a las ventas y así además ayudar a aquel.

Por un largo tiempo se puso de moda en el pueblo consumir leche de vaca en vez de la de cabra que eran más abundantes.

Aquel día, aún caluroso y como rastro venido desde el cercano y pasado verano, que también lo había sido. Se presentó como un día más ya que en el cortijo, aparte del pequeño alboroto mañanero de preparación de aperos, yunta, animales a sus pastos, el gañán y un porquerillo que cada día venían del pueblo a hacer su faenas. Así como los hijos de Cristóbal que con ellos marchaban al tajo.

El cortijo quedaba tranquilo y en agradable sosiego, tan solo alterado con Cristóbal que aún faenaba arreglando las vacas y cambiándoles las pajas que de camas la noche pasada habían usado. Fue de pronto que éste quedó parado y pensativo se dijo… pero si hoy es…  24 de octubre, día de San Rafael y día del compadre. Fue en seguida que llamando a su mujer le recordó que había de enviar a algún hijo a llevar el regalo al padrino antes de que llegara la tarde y fueran ellos a visitarlo y que se conviara.

Fue de inmediato que la señora del cortijo salió a la esquina del mismo y ya en los ruedos, dio una voz a su hijo para que presto se acercara. El cual había de llevar el regalo al vecino.
El paquete que formó liándola con unas hojas de periódico, se lo entregó a su hijo.

-Ten cuidado, no lo rompas, es el regalo del día de Rafael el vecino. Ve y se lo llevas y le adviertes que esta tarde iremos la familia a darle “Los Días” por su santo.

Llegada la media tarde, recogidos los animales de sus pastos y tras encerrar la yunta en su cuadra con todo a buen resguardo, aparejada una gran burra que Ciristóbal tenía con unos arneses con sus jamugas y jáquima nueva. Con sus prendas de domingo ellos vestidos, partieron hacia el cortijo de Rafael, al otro lado del río. Tras haber pasado el vado a unos ochocientos metros más o menos se hallaba, con una joven y bien cuidada noguera en la puerta que prestaba muy agradable frescor a la placeta empedrada del cortijo.

Caminaban aún Cristóbal con su esposa montando el burro en ceremonial actitud, pues iban a cumplimentar al vecino en su onomástica, cosa que ambas familias practicaban desde hacía años, tanto padres como hijos. A casi la mitad de camino estaban, que discurre por la ribera derecha del río. Un carril de carros con abundante polvo que soplado por la brisa ribereña del río, lo volaba hacia el norte colándose entre los abundantes álamos y mimbres que jalonan la orilla en bosque, del río. Ya estaba parte de la familia de Rafael bajo la noguera vociferando y gesticulando en actitud de saludo la llegada de sus vecinos, mientras la madre preparaba en la sala-cocina con gran chimenea de la entrada una mesa con viandas, unas jarras de vino y el regalo de Cristóbal, sin abrir, que presidia en un lado, parte de la mesa.

A poco más de ochocientos metros de distancia vivían y los recibimientos y saludos los hacían como si al otro lado de los Montes de Granada vivieran. Ellos de esas visitas hacían una fiesta, las disfrutaban y para ello habían de dar importancia al encuentro. Se besaron se abrazaron y todos cogieron silla alrededor de la mesa allí preparada, con las puertas del cortijo de par en par abiertas, dejaban ver un panorama agradable con el frondoso río al lado y de por medio una vega que plantada toda de hortalizas servía de despensa a mano, con toda clase de frutas, verduras y hortalizas. Resaltan especialmente unos gordos tomates de entre las ya tocadas matas tomateras por el frío de las noches, así mismo unas voluminosas y abundantes calabazas estaban esparcidas por el huerto con sus rastras ya secas, matas de maíz rosetero y todo aquello que los agricultores del pueblo vienen en sembrar y plantar en sus aprovechadas tierras de regadío.
Ya caía la tarde, el sol se ponía y hundía en el horizonte, pronto anochecerá. Cual si fuera un largo viaje el regreso, volvieron a despedirse, la señora de Cristóbal Ocupó asiento montando el burro y todos volvieron contentos y satisfechos de la buena tarde charla, risas y viandas de varias clases que degustaron.

Ya en el camino de vuelta la señora de Cristobal, Angeles advirtió a su esposo:

– Has visto Cristóbal, nuestro regalo estaba puesto en la mesa, pero ni lo han abierto, allí ha quedado entero y cerrado.

-Si. contestó Cristóbal continuando camino a su cortijo que a cien metros ya de él estaban.

Pasaron los meses y así el tiempo, las faenas agrícolas se sucedían cumpliendo con normas naturales establecidas. También el ganado con sus crías había aumentado a excepción de un momento amargo que pasó Cristóbal. Fue el día que se le murió una de sus vacas, no solo sintió el valor económico del animal por su pérdida, sino que los sentimientos humanos también jugaron en la muerte vacuna. Con el que pasaba bastantes horas al día en su cuidado alimentación y ordeño…

Era el día de Cristóbal, 10 de julio, aunque según que sitios varía la fecha, ellos lo festejaban el día 10 de julio. Llegada la onomástica, ya de mañana la señora de Cristóbal recibió el regalo de aquellos sus vecinos traído, según uso y costumbre por uno de sus hijos, aquel acto, como otros parecidos hizo historia y de tal manera en sus vidas entraron que a modo de ceremonia con el evento cumplían pareciéndoles, si así no lo hacían, que su maneras no eran normales ni cumplían con lo que tradición establecida. Tras comunicarle toda clase de saludos y parabienes para que se los pasara a sus padres, quedaron como final de acto y firma a lo ejecutado que…:

– Han dicho mis padres que esta tarde se acercarán a “dar los días a tú marido” y a que los convidéis. Adiós hasta luego señora Ángeles.

El regalo recibido de aquellos , venía dentro de una caja de cartón y envuelto cuidadosamente, como si se quisiera disimular su contenido. Sobre el poyo de la ventana de la cocina quedó .
Llegada la media tarde. cuando ya las sombras comenzaban a alargarse sobre el barbecho y sembrados. El gañán con su yunta y el porquero con sus cerdos volvieron al cortijo advertidos por Cristóbal para que tuvieran tiempo de arreglados y preparados esperar a recibir a sus vecinos.

La familia anfitriona, todos bien lavados y aseados, vestidos de domingo sin serlo, se dispusieron a esperar la llegada de aquellos y celebrar lo que desde hacía muchos años como costumbre ancestral se había impuesto. Hacerse un regalo, caminar para visitarse y como si de un gran viaje se tratara, ya que ellos consideraban que a más larga preparación más importancia le daban al evento a celebrar.

Era tal el sosiego y paz vividos en las casas cortijo que para tener en qué ocupar su escaso ocio tras el mucho trabajo agrícola y ganadero. habían de inventar cualquier actividad social que viniera a cumplimentar sus relaciones vecinales. Era por eso que celebraban cualquier actividad que ocasión les daba para disfrutar el encuentro que se pudiere dar. Motivo agradable y complaciente era llegar de visita a un cortijo donde siempre había actividad y movimiento de tareas a efectuar que daban un relajado ambiente y bienestar. Animales sueltos por doquier, disfrutando de libertad, alimentándose, picoteando, escarbando o correteando. Gallinas y cabras, algún cerdo maniatado hozando, el borrico necesario para faenas diarias y que rebuznar era su mayor ocupación; todos, los ruedos ocupados de vida animal donde varios y grandes perros no dejaban de ladrar, sin faltar aquel mozo, cabrero o gañan que arreglando cualquier apero con sus golpes llenaban de ecos sonoros la vida del lugar, y que un requiebro dedicaban a la moza que en delantal y cántaro a la cadera se acercaba al pozo que con su pretil, garrucha y cubo ocupaba la explanada con que todo cortijo contaba en nuestra tierra del Sur. Que con blancura sin igual lucen por lomas y campiñas, olivares o manchones de nuestra tierra andaluza.

Un hijo de Cristóbal dio el aviso… ¡Ya vienen los vecinos!, se oyen por el carril bajar. Y al igual que ellos hicieron estos salieron también al encuentro del compae y sus familia, con la señora de Rafael en las jamugas de la yegua subida, con reverencial estatus y compostura.

Tras los saludos y abrazos de rigor…, ¡que bien te veo…qué bien estás!”, a estos hicieron pasar a la habitación primera y principal del cortijo donde mesa en el centro preparada lucía con toda clase de viandas a igual y copia cuasi exacta de la onomástica de Rafael. Tan solo variaba algo el paquete que envolvía el regalo que por la mañana trajeron a Cristóbal. Este ocupaba en la mesa el lugar principal y se presentaba sin abrir, tal como le fue entregado a la señora muy de mañana. Sentados a la mesa hablaban animadamente pasando momentos buenos de su celebración.
Hubo chacinas de la matanza casera con extraordinarios productos así como los regaban con un mosto del terreno que un día el anfitrión se trajo en su viaje a Granada, de las bodegas Castañeda. Hasta el acordeón sonó, el de la señora Ángeles, que no muy bien lo manejaba pero si entonaba alguna que otra canción que todos aplaudieron alegres ya por el vinillo que tomaban del que trajo el agasajado. Terminada la tarde y próxima la noche, decidieron levantar campo y marchar los vecinos que con toda clase de cumplidos y agasajos fueron despedidos.

Pasado el vado del río, la señora de Rafael desde lo alto de la yegua dirigiéndose a su esposo le dijo:

-Has visto estaba el regalo aún envuelto sobre la mesa puesto… –

– Lo mismo que tu hiciste cuando ellos a casa vinieron.

Caminaba el tiempo. El sol en su recorrido cada día y sin falta salía y se ponía contando días sumando estaciones y así la vida pasaba entre vivencias acontecidas, sementeras y labranzas de las tierras de los cortijos.

Varias onomásticas en ambos sentidos con visitas alternativas ya habían celebrado. Estando en la última que se celebró, estaban en casa de Cristóbal. con mesa y mantel puesta en el centro de la sala del cortijo, al igual que siempre adornada con comestibles, y varias bebidas y el regalo del compadre en principal sitio colocado.

Habían ya consumido gran parte de comida, varios vasos de vino así como dulces, mantecados y unos roscos de azúcar y vino muy ricos que ambas señoras sabían hacer, propia la receta del pueblo de Benalúa de las Villas.

Como quiera que el tapeo había acabado, Cristóbal se dispuso, esta vez, a abrir el regalo que le habían traído muy de mañana. Decidido comenzó a abrirlo y deshacer su envoltorio agradeciendo a su compadre el haberlo traído.

– ¡Mira niña…! -exclamó a su esposa- Es una botella de licor de Ponche Caballero que a ti te gusta tanto.

Entre todos se cruzó una mirada furtiva y con cierto remordimiento de ver y al tiempo pensar que cinco o seis veces o más el vado del río la botella había cruzado camino de cumplir como regalo onomástico.
Todos guardaron silencio y de ello nada se dijo… Aunque todos sabían los viajes que la botella había cumplido.

La abrieron y en copitas repartieron un trago…

– ¡¡Pues mira está muy bueno a pesar de sus años…!! se le escapó decir a Rafael.

En manifiesta excusa que debió ser recíproca, ya que el Ponche Caballero fue uno de ellos el primero en comprarlo y los dos se encargaron de hacerlo viajar en días tan señalados desde casa Cristóbal a casa Rafael, mientras, el licor ganaba en añada y presentaba un exquisito sabor. Dijo Rafael:

– He aquí la forma de economía manifiesta. Con una sola y misma botella se hicieron un sinfín de regalos.

Granada, enero de 2022

 

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado Policía Local de Granada

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