Tomás Moreno: «Reflexiones para el Tercer Milenio, XIII: Una lectura actual de la alegoría de la caverna, 3/4)

III. LA ALEGORÍA DE LA CAVERNA EN EL CINE: MATRIX Y EL SHOW DE TRUMAN

Por lo que se refiere a su presencia en el cine no podemos dejar de citar filmes tan significativos y famosos como “Matrix de los hermanos Larry y Andy Wachowski (1999); “El show de Truman” de Peter Weir (1998); “La Rosa púrpura de El Cairo”, de Woody Allen (1985), entre otros muchos. Todos ellos sirven muy bien para representar el mito o alegoría de la caverna de Platón de una manera gráfica, como si se tratara de una especie de teatro de sombras chinescas o de marionetas.

Juan Antonio Rivera, en su ensayo Lo que Sócrates diría a Woody Allen (Espasa Calpe, Madrid, 2003) ha puesto de manifiesto que lo que Platón, por boca de Sócrates, nos cuenta en el Libro VII de República, el mito de la caverna. Se plantea en él entre muchos otros la cuestión de la dificultad de distinguir entre la ficción y la realidad, el mundo real y el mundo soñado, o, lo que es lo mismo, entre la vigilia y el sueño. Esta temática es una de las que nada más iniciarse el film The Matrix, de An y Larry Wachowski, 1999, nos sugiere su trama: “Matrix —escribe el filósofo y ensayista madrileño– es una fábrica de sueños especial, porque la alucinación es compartida y porque la mayor parte de las personas no despiertan nunca de ellas” (Ibid, p. 258).

No es necesario explicitar por extenso su complejo argumento, todos hemos asistido a la visión de alguna de sus partes o versiones y sería algo prolijo extenderse en su complejo desarrollo y avatares. Ch. Falzon en La filosofía va al cine (Tecnos/Alianza, Madrid, 2005, p. 40-41) nos lo ha sintetizado perfectamente: “La premisa de esta película es que la mayoría de la humanidad ha sido esclavizada por una raza de máquinas inteligentes que utilizan los cuerpos humanos como fuentes de energía. Sin embargo, ellos son completamente inconscientes de su situación real. Todo parece normal porque un superordenador les suministra una realidad simulada (“Matrix”). Sólo unos cuantos rebeldes han logrado escapar a esta esclavitud y pueden resistir y enfrentarse a las máquinas. Así, al comienzo de la película, antes de escapar de “Matrix”, todo lo que el personaje principal Neo (Keanu Reeves) experimenta y toma como real es de hecho una ilusión generada por un ordenador”.

Cubierta del libro La filosofía va al cine de Ch. Falzon

En su opinión la película se acerca significativamente a la situación del genio maligno cartesiano con respecto a la profundidad del engaño que presenta, un escenario muy semejante al del cerebro en el frasco de cristal. “Efectivamente, como en ese escenario, casi toda la humanidad en la película está en realidad flotando en depósitos, alimentados con electrodos por medio de los cuales se les implanta su simulada realidad”. Uno de sus personajes, Morfeo, nos da la clave del contenido filosófico del film. En una secuencia del mismo va a exponernos la intuición básica que trata de explicitarse en el mismo. Le dice a Neo, el protagonista –“el elegido”, el nuevo Mesías- lo que es realmente el mundo virtual creado por Matrix:

-Es el mundo que ha sido puesto ante tus ojos para ocultarte la verdad.

-¿Qué verdad?

-Que eres un esclavo, Neo; igual que los demás, naciste en cautiverio, naciste en una prisión que no puedes ni saborear ni oler ni tocar. Una prisión para tu mente”.

Como podemos colegir del diálogo, la situación de partida es, básicamente, la misma que la de los prisioneros de la caverna platónica. En efecto, Matrix es una ilusión colectiva, en la que se nos presenta una multitud de individuos compartiendo la misma ilusoria realidad. La película, como recuerda Christopher Falzon, rememora además una serie de temas asociados también a la caverna. Cuando el traidor entre los rebeldes, Cypher (Joe Pantoliano), traiciona a sus compañeros —porque anhela escapar de la dura realidad, para volver a las ilusorias comodidades de Matrix— se comporta como aquellos prisioneros de la caverna platónica que prefieren permanecer en su original estado de ignorancia y felicidad, antes que atreverse a sacrificarse en la búsqueda de la verdad. La vinculación de la historia de la caverna con un mundo social esclavizado más amplio se trata también en el film, pues Matrix es un instrumento de control social.

René Descartes

La perturbadora suposición de que podemos estar morando en un mundo no plenamente real, en una caverna platónica, ha conocido avatares posteriores en la historia de la filosofía, en opinión de J. A. Rivera. Uno de ellos es también el del “genio maligno” imaginado por el filósofo francés René Descartes (y antes aludido por Ch. Falzon) “un agente todopoderoso y malevolente que trabaja entre bastidores, y la posibilidad de estar completa y sistemáticamente engañados por este agente”, una especie de duendecillo burlón y embaucador que se complacería en hacernos pasar como real y verdadero lo que no lo es. Hipótesis del genio maligno, utilizada como motivo de duda por el filósofo francés con el fin de alcanzar una primera verdad indubitable, y expuesta en sus Meditaciones metafísicas.

Descartes solucionará el problema apelando a la veracidad incuestionable de Dios que no puede consentir que yo esté permanentemente sometido a tal engaño de semejante espíritu burlón. Pero Matrix no es el Dios cartesiano veraz y benevolente, sino una fábrica de sueños creada, diseñada específicamente para mantener en la ignorancia insuperable a los seres humanos. ¿No podría suceder, se pregunta Falzon, que todo lo que experimentamos, todo lo que siempre hemos experimentado, incluso lo que aceptamos como verdades lógicas básicas, fuera el resultado de una construcción generada por algún superordenador, como el de Matrix?

Hay también en el film múltiples referencias al tema de los sueños y a la posibilidad de que pudiéramos estar durmiendo sin saberlo. Es el tema que Descartes plantea en su segundo argumento o motivo de duda. Descartes empieza por hacernos partícipes de su desazón –como la que experimenta en la película su protagonista Neo- ante la dificultad de distinguir entre sueño y vigilia. Las palabras de Descartes así lo atestiguan: “[…] veo de un modo tan manifiesto que no hay indicios concluyentes ni señales que basten a distinguir con claridad el sueño de la vigilia, que acabo atónito, y mi estupor es tal que casi puede persuadirme de que estoy durmiendo”. Así cuando el líder de los rebeldes, Morfeo (Laurence Fishburne), dios romano de los sueños; se dirige a Matrix para reclutar a Neo en la causa de la resistencia, le propone a nuestro héroe la oportunidad de “despertar” de su ilusión. La pregunta que le formula es puro Descartes: “¿Tuviste alguna vez algún sueño, Neo, que estuvieras tan seguro que era real? ¿Qué sucedería si no pudieras despertar de ese sueño? ¿cómo podrías saber la diferencia entre el mundo de los sueños y el mundo real?”.

Si en Matrix son las máquinas las que se nos han ido de las manos, en El show de Truman (The Truman Show, 1998) de Peter Weir son los medios de comunicación de masas los que nos tienen encerrados en el fondo de una caverna con el objetivo de manipular y someter a la ciudadanía. Se trata, en opinión de Christopher Falzon, de una película que intenta representar una situación de engaño deliberado y sistemático. Sinópticamente el argumento es el siguiente Truman Burbank (Jim Carey) es el protagonista de “un show televisivo emitido en directo a una gran audiencia de televisión y controlada entre bastidores por Christof (Ed Harris), el todopoderoso director del show, desde una adecuada sala de control no mundana situada por encima del plató tras una luna artificial”. Todo en su vida es mentira, desde su mujer a sus amigos, fruto de un guion hecho a su medida en un inmenso plató (Christopher Falzon, La filosofía va al cine, op. cit., p. 39).

Portada y contraportada del libro de Juan Antonio Rivera Lo que Sócrates diría a Woody Allen

Juan Antonio Rivera nos ha descrito magistralmente el artificio tecnológico urdido para el perfecto engaño: “Nosotros empezamos a ver el show a partir del episodio 10.909 de su emisión. La vida de Truman está siendo filmada en directo desde sus comienzos, las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, para la audiencia de todo el planeta. La vida de Truman se “rueda” en la isla de Seahaven, el estudio cinematográfico más grande jamás construido. Unas cinco mil cámaras ocultas escudriñan cada movimiento de Truman. Miles de extras dan verosimilitud a ese “mundo dentro de otro mundo” que es Seahaven. Aparte de los extras, intervienen como actores, los vecinos de Truman, los padres de Truman, su esposa Meryl (Hannah Gill fuera del plató y Laura Linney en la realidad, fuera del otro plató, el de la película). El creador de tan ambicioso proyecto televisivo es Christof (Ed Harris), que financia los elevados costes de una serie así –que se emite además ininterrumpidamente, sin cortes publicitarios- a través de una ingeniosa y lucrativa publicidad encubierta. “Todo está a la venta –explica Christof en una de las pocas entrevistas que concede-, desde el vestuario de los actores y lo que comen hasta las casas en las que viven” (Juan Antonio Rivera, Lo que Sócrates diría a Woody Allen, Cine y Filosofía, Espasa-Calpe, 203, p. 284).

Fotograma de la película El show de Truman

Hay, sin embargo, una especie de ironía ácida en el diseño de esa vida perfecta. La ciudad aparece trazada con tiralíneas, los vecinos se saludan al verse y en los quioscos se venden revistas sobre perros y periódicos con noticias locales. Truman Burbank vive, en ese contexto, una vida ya de casado con un trabajo de vendedor de seguros. Acepta la visión de lo que le rodea y cree que el mundo es lo que ve. Tras treinta años sin ninguna duda, comienzan a producirse algunos fallos que obligan a Truman a cuestionarse lo que le rodea y a tratar de saber cuál es la verdad. La situación contiene, efectivamente, un pequeño desajuste que amenaza su estabilidad: el encuentro con Sylvia y el enamoramiento de Truman crea una pequeña alteración en ese proceso. Es ella la que, antes de que la echen del programa, le revela que todo es una gran mentira.

A partir de esa intuición de Sylvia, Truman va cuestionando el mundo que le rodea: las repeticiones, las coincidencias que progresivamente le van confirmando el engaño monumental que hasta ahora ha sido su vida. Christof, el guionista, ha jugado a demiurgo de un mundo perfecto, pero el destinatario de su obra se revela y lo abandona poniendo de manifiesto su rotundo fracaso. Y la fidelidad del público, pendiente durante treinta años de la serie, desaparece con el fin de la misma. ¿Qué más ponen?, pregunta uno de ellos. Las cosas sólo duran y existen mientras las ponen en televisión. “El show de Truman”, en opinión de J. A. Rivera “es una variación muy interesante del tema del mito de la caverna. Truman, su protagonista, nada sospecha del tinglado que lo engaña permanentemente. Sin embargo, “a diferencia del relato platónico, en el que un solo prisionero se desencadena para ascender al mundo real y abandonar la lóbrega caverna, en esta película solo hay un prisionero en la caverna, y los demás son figurantes que entran y salen de ella” (Ibid., p. 285).

Fotograma de Matrix

Su semejanza o similitud con Matrix reside en que en ambos filmes: pocos son los inclinados a distinguir ente el mundo de las apariencias y el de las realidades auténticas; pocos son los que se preguntan si viven en una especie de juego de muñecas rusas oníricas. “Sabemos que despertamos del mundo de los sueños a la vigilia, que nos parece el mundo real, pero ¿es así? ¿No es el mundo real otro sueño del que también podríamos despertar? Tal vez sea este el mejor momento para recordar algo importante: en la metafísica de Platón hay más muñecas rusas que las que se tienen en cuenta en Matrix o en El show de Truman.

En conclusión, en ambas películas, los prisioneros dejan de tomar por reales las sombras que danzan en la pared y descubren, al desembarazarse de sus cadenas y darse la vuelta, que son más reales los objetos que las proyectan. “Pero si Platón hubiera podido asistir como espectador a ambas cintas”, nos apercibe Rivera, “habría dicho que en ninguna de las dos se sale de la caverna, de lo que él considera la caverna en su mito. El mundo de las Formas o Esencias de las cosas, que es el mundo exterior a la caverna en Platón, sería descubierto –si existiera- en un segundo despertar tanto por Neo como por Truman (o por cualquiera de nosotros, si vamos a ello)” (Ibid.)

(Continuará).

 

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Tomas Moreno Fernández,

Catedrático de Filosofía

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