Leandro García Casanova: «Recordando a don Jorge Guillén»

– Yo  estuve catorce años de rector y luego me vine con el arzobispo de Granada, donde estuve de vicario. Pero, por aquel tiempo, pidieron tres misioneros para Brasil y nos presentamos tres sacerdotes. A mí me destinaron a la diócesis de Río Branco, un estado que hace frontera con Bolivia y Perú. Me cogió la dictadura de los militares y éstos no permitieron que entraran en Brasil más misioneros católicos, porque el Gobierno brasileño se alió con los Estados Unidos; en cambio, llegaron muchos curas protestantes estadounidenses. En octubre de 2008, me encontraba de vacaciones en Granada y pedí que me hicieran un análisis de orina, pues nunca me lo había hecho antes. El día antes de marcharme a Brasil, me dieron el resultado del PSA: un día había marcado uno y pico, al siguiente dos y, al otro, tres y pico; pero yo dije que me marchaba. Sin embargo, el oncólogo me aconsejó que tenía que quedarme, pues el PSA estaba subiendo y me puso un tratamiento. Unos meses después me marché a Brasil, pero allí me diagnosticaron un cáncer de próstata y ahora tengo un tratamiento de quimioterapia. Tiene sus efectos secundarios, pero voy tirando. El oncólogo me ha dicho que no me moriré a causa del cáncer de próstata, pero que moriré con el cáncer. Tengo 75 años y ahora no tengo asignado ningún trabajo, sino que hago cosas puntuales, ¡con el trabajo que podría hacer en la diócesis de Río Branco! Yo me encomiendo al Señor y le digo que estoy a su disposición, para lo que él quiera de mí. Te voy a contar una anécdota: acababa de ordenarme de sacerdote y estaba paseando por los jardines de la Cartuja, cuando me entró la duda, ¿qué sería de mi vocación cuando pasaran diez o quince años? Pero aquel día había leído el Breviario, precisamente, donde venía una frase de los Salmos, artículo 37, versículo 5, de la que me acordaré siempre: ‘Encomienda a Yahvé tus caminos, / confía en Él, y Él obrará’. Y ésta es la receta que también me aplico hoy.

Le confieso a don Jorge que el Ave María me marcó –estuve durante los cursos 1970 y 71–, pues era un colegio abierto, tenía el cineforum, donde previamente nos decían las escenas de la película que habían sido censuradas y luego se abría un debate donde se criticaba abiertamente la Dictadura de Franco. A veces la memoria le falla, cuando le hablo de alumnos o de profesores de aquella época, o bien cuando le recuerdo alguna anécdota. Antes de despedirnos, me dijo: “Te voy a pedir que me tutees, pues yo me siento mejor así. El usted parece distante…”. Yo traté de tutearlo como pude, pero me costaba un trabajo enorme.

En realidad don Jorge tiene 18 años más que yo, pero en la mente de un joven, de 17 años, el rector del Ave María era algo así como la máxima autoridad. En la conversación, le conté el inmenso respeto que imponía cuando cruzaba el patio de cemento del Ave María, con su cigarrillo entre los dedos: automáticamente, se paraban los juegos y las pelotas, de manera que los alumnos esperábamos a que pasara el rector. “Yo creo que eso son exageraciones”, se limitó a responderme, aunque entonces la cosa funcionaba así. “Otro día me miraste fijamente en el salón de estudio, porque yo habría hecho algo mal, en esos momentos yo quise que la tierra me tragara…”. Antes de despedirme le pedí que me concediera una entrevista, donde me hablara de aquellos años, pero se excusó amablemente. “Pero, cuando usted se vaya…”, le dije sin pensarlo, y ambos nos volvimos a reír. Ahora la ocurrencia fue mía. Lo que llama la atención de don Jorge es su naturalidad y sencillez y esto quizá se lo deba a sus años de misionero, donde tiene que hacer de todo y mezclarse con aquellas tribus de Brasil.

Escaleras del Patio del Ave María /GINÉS

Unos días después, hablé por teléfono con el director de la Casa Madre del Ave María, Antonio Casquet –él cursaba quinto de Bachiller cuando yo estaba en sexto–, le conté que había visitado a don Jorge y la enfermedad que tenía. “Deberías ir pensando en hacer un homenaje al antiguo rector y a don Emilio Borrego, para que no pase lo mismo que con don Ricardo Villa-Real… Cualquier día nos enteramos que se ha muerto alguno de ellos”. Y Antonio me contestó: “No sabía nada de la enfermedad, pero llevas razón, lo que pasa es que uno vive el día a día. A ver si organizamos algo”.

El 21 de octubre de 2010, me encontré con don Jorge en la calle que sube a la plaza de Gracia y le dije: “Después de cruzarme con usted, me he dado cuenta de que era mi padre rector”, la frase le hizo gracia y soltó una carcajada. Sin embargo, había envejecido bastante desde la última vez, tenía la cara más inflada y ya no se acordaba de mí ni del encuentro que tuvimos en la residencia, cinco meses antes. “Me falla bastante la memoria”, me dijo. “No hace mucho me encontré con su hermano Rafael Guillén, que presentó un libro. La sencillez parece que es cosa de la familia”. Tras unos segundos de silencio, me respondió: “Sin embargo, hay quienes opinan que soy complicado”. Como no suelo pensar dos veces las cosas, le solté: “Brasil queda lejos”. Se quedó un momento pensativo y se limitó a decir: “Parece ser que sí”. Entonces, me apretó la mano y se despidió con una frase amable, de esas que te llegan al corazón: “Gracias por haberte parado a saludarme”. El gesto serio y la mirada casi perdida de don Jorge eran de quien se apresta ya para el tramo final.

El tiempo fue pasando hasta que, el 5 de mayo de 2011, me acerqué a la residencia y pregunté a la hermana de la portería: “Don Jorge ya está en el cielo, murió el 23 de marzo pasado”. No me esperaba aquel mazazo y me arrepentí de haber llegado demasiado tarde, pero me quedan los recuerdos imborrables y las alegrías compartidas con los compañeros, en aquellos años de adolescencia y, sobre todo, de haber conocido al rector que durante catorce años fue el alma del Ave María. Hace unos años, don Emilio Borrego –párroco de la iglesia de Gracia– me contó que dejaba su despacho abierto porque don Jorge tenía esa costumbre, en aquella época en que la Policía del Régimen tenía pinchado el teléfono del rector.

Texto: Leandro García Casanova

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