Blas López: «Lara: Una historia de amor»

Apuntaba la primavera cuando, bien a medio día, bien por las noches, bien a primera hora de la mañana, la veíamos subir la empinada cuesta que conduce a su ¿domicilio? –un pequeño utilitario- con todo el verano sobre sus hombros. Siempre digna, siempre limpia. Y verla amanecer era todo un espectáculo de vida compartiendo su desayuno con algún gato o perro callejeros que se habían habituado a su presencia: ¡Bienaventurada Lara “porque habla de tú a las estrellas” que diría el malogrado Ignacio Aldecoa!

Tras numerosas especulaciones, llegamos a la conclusión más razonable de que Lara huía de algo o de alguien pues su perfil no parecía el propio de una proscrita. Habíamos tomado la decisión de denunciarla a las autoridades locales por si pudieran prestarle algún tipo de ayuda cuando el azar y alguna afición compartida hizo que entráramos en contacto: conocimos su historia. A sus cincuenta y tantos años la vida se había cebado con ella: despedida de su trabajo de siempre, un divorcio reciente, tres hijos en el paro y dos nietecitos. Ahora, por fin, había encontrado trabajo, en otra ciudad, y un respiro para la economía familiar. Primero alquiló una habitación en la que poder vivir pero cuyo precio no podía permitirse pagar y eso que la señora que se la arrendó le dijo que podía quedarse gratis todo el tiempo que quisiera. Su dignidad no le permitió ser un engorro para nadie y decidió irse a vivir a su utilitario. Lo aparcó bajo la copa de unos frondosos árboles y de allí no lo movía. Durante las noches en las que dormía en su vehículo no sentía miedo y si se desvelaba, era pensando en sus problemas. Se sentía protegida por la Naturaleza y por el rosario que siempre la acompañaba. Todo el dinero que podía ahorrar era para mandárselo a sus nietecitos pues el botín era inmenso: “ver la carita de felicidad de esas criaturitas”. Sus hijos no sabían del sacrificio que estaba haciendo pues de haberlo sabido, habría tenido un serio conflicto con ellos. Y lo mejor de todo: ni una protesta, ni una queja, ni una alusión a los políticos. Lara sabe que el mal existe, que la mala gente abunda, pero por ellos lo mejor que se puede hacer, lejos de combatirlos, es rezar.

A Lara le ofrecimos toda la solidaridad que fuimos capaces, pero siempre la rechazó amablemente, dignamente. Lo que no he sido capaz de superar, ahora lo comprenderán, ha sido la mala leche. Lara estará preocupadísima por los que no han sido capaces de hacer pedagogía para explicar las bondades de sus políticas o por aquellos otros que se ocupan de los problemas reales de los ciudadanos y, cómo no, por los que se preocupan del bienestar de los trabajadores a base de mordidas y prebendas y no digamos de los que buscan crear empleo. ¡Qué panda de golfos sin corazón! ¡Qué gentuza sin alma que no saben, y lo que es peor no quieren saber, el sufrimiento que provocan y provocarán en tantas Laras del mundo! De la existencia de Lara no habrá jesuita que se preocupe por muy Francisco que sea ni ningún banquero o empresario que le eche una mano. Nadie se atreverá a mirarla a la cara para decirle que es una perdedora porque la vida es así o queremos hacerla así. Sin coartadas morales, que no es cuestión de crisis sino de la propia condición humana de una sociedad que se suicida a diario por su falta de valores.

Yo, Lara, quiero a través de estas líneas, rendirte mi más sentido homenaje –a ti y a todas las Laras del mundo- y elevar una plegaria escéptica al Dios al que tú rezas para rogarle que te bendiga.

Me suelen achacar los que me conocen que tengo una visión escéptica, cuando no pesimista del mundo. Pues bien, aquí les dejo una auténtica historia de amor, bien me hubiera gustado que fuera un relato literario, mientras se “celebran” los mundiales de fútbol.

 

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