Recuerdo cuando en Salobreña, venía el afilador por todo el pueblo tocando su armónica de plasticucho y con su canción…”Afiiilaaadooooor, se afilan cuchillos, navajas, tijeras, afiiiilaaaadoooor”. Llevaba una bicicleta muy bien equipada, que al darle la vuelta y apoyarla en el cuadro conseguía que la piedra girara y así poder afilar. Una cosa sí que era impepinable, cada vez que se oía el afilador, tres días de poniente. No me pregunten el porqué, pero es verídico y nunca ha fallado, ya fuera verano o invierno siempre que suena la armónica viento seguro.
Las camas de entonces eran de somier de muelles y colchones de lana; pues ya estaban los colchoneros que recorrían el pueblo al grito de… “se recortan, se atiranta, se echan piezas y quedan nuevas las colchonetas”; así mismo, cada año había que airear la lana de los colchones y se sacaba toda para ir deshilachando y que el mullido fuese más cómodo.
Los que teníamos animales, teníamos que llamar al esquilador, que en Salobreña siempre los ha habido muy buenos, pues utilizaban las enormes tijeras con una maestría extraordinaria, que dejaban a los mulos y caballos hechos un primor. Era pararme y ver cómo trabajaba esos aparejos tan bonitos y artesanales. Un artista donde los haya.
Los zapateros de toda la vida, los de siempre, como se decía entonces zapatero remendón, pues en nuestro días más que zapateros parecen multitaller, pues lo mismo te afilan un cuchillo, te hacen una llave o un sello de caucho. Yo he disfrutado profundamente con este tipo de zapatero de toda la vida, pues el Abuelo de mi primo Pepe Luis era el maestro Siorico, horas he pasado viendo cómo cosía a mano cualquier zapato y la habilidad para clavar esas minúsculas púas que apenas se veían. Un zapato podía durar años, pues gracias a estos maestros artesanales se recuperaban de todo desgaste y siempre estaban como nuevos.
El oficio de sillero no es muy apasionante, no nos engañemos. Es una profesión poco creativa, sedentaria, pero en Salobreña, la imagen del sillero Uno de los oficios artesanales donde los haya es el de talabartero o persona que trabaja objetos de cuero, también se le conoce por trabajar la guarnicionería, es el arte de trabajar diversos artículos de cuero o guarniciones para caballerías. Así como a la fabricación o arreglo de sillas de montar de caballería, albardas y aparejos: las monturas para los caballos y las albardas y aparejos (para montar los animales) para asnos y mulos.
En Salobreña ese oficio estaba muy bien representado por Pepe el talabartero, que tenía su taller en plena calle Cristo justo al lado del Bar de otro Pepe, en este caso Pepe calabaza. Una de mis distracciones favoritas arreglando las sillas de anea en plena calle era habitual. Como es lógico, el trabajo de sillero no se limita únicamente a la actividad en la calle; consiste también en recoger el material básico: la enea (o anea, se puede llamar de las dos formas). Una o dos veces al año, es necesario acercarse al río para, pies en el agua, recoger provisiones de esta planta herbácea.
Gracias a toda la saga de los Agustinicos, hemos tenido en Salobreña una gran cantidad y calidad de artesanos del esparto, la cañavera y la anea, los mejores cestos, las mejores cinchas y por supuesto asientos de anea, vaya para ellos mi reconocimiento y homenaje.
España, se debate entre el paro y el desencanto por no encontrar trabajo, pero si no hubiésemos acabado con todo este tipo de oficios artesanales, más de uno y más de dos tendría una ocupación o medio de ganarse la vida. Vivan los oficios artesanales.