Juan Santaella: «La educación se fragua al calor de una buena familia»

Ahora bien, para que una familia pueda educar tiene que tener un orden, unas normas, una disciplina y una autoridad compartida entre los esposos; sus miembros han de ser exigentes cada uno consigo mismo y todos con todos, porque se quieren y pretenden lo mejor para el otro, y porque saben que sin exigencia no hay desarrollo posible; ha de existir comunicación entre todos, información de qué hacen y por qué lo hacen, pues es ésta una forma de estimular a los hijos y enseñarlos a que sepan las razones de su proceder; y, sobre todo, amor manifestado explícitamente entre todos, pues sin él no hay familia posible.

Frente a la exigencia, que ha de ser un componente básico familiar, hoy, desgraciadamente, vivimos en una sociedad permisiva, que educa a los niños en sus derechos pero no en sus deberes. Hemos pasado de la moral del sacrificio y la renuncia, a otra laxa, complaciente y sin exigencias. No se valora la voluntad. Según McLaren, estamos viviendo “la patología de la voluntad, inducida por nuestra cultura”.

  Una educación basada en la exigencia, en el amor y en el respeto produce personas  comunicativas,  que se sienten merecedoras del afecto de los demás; y que consideran a los otros  accesibles, honestos y bien intencionados.

De estas familias carentes de exigencia, que no quieren frustrar a sus hijos, lo cual genera seres mimados, incapaces de afrontar la realidad, ya hemos hablado en otros artículos anteriores. Hoy nos vamos a detener en otro tipo de familia tan destructiva como la anterior: las familias autoritarias, donde sí hay exigencia, pero falta la comunicación y el amor. Los efectos negativos de ambas familias son los mismos: poco autocontrol, comportamiento caprichoso y egoísta, incapacidad de afrontar las frustraciones y poca seguridad en sí mismos.

Los hijos de familias autoritarias vivirán marcados toda la vida y responderán con miedo ante cualquier relación externa. Llegan a ser víctimas del trauma infantil que vivieron, y la situación de estrés se convertirá para muchos de ellos en una barrera infranqueable y de difícil control. Sólo algunos, si son sometidos a sesiones de terapia adecuada, pueden terminar liberándose de los traumas sufridos.

Para la doctora Judith L. Herman, los traumas de infancia o juventud vividos, producto del autoritarismo, pueden resolverse si los afectados son sometidos a un tratamiento con tres etapas sucesivas: que el sujeto recupere cierta seguridad en sí mismo, mediante técnicas de relajación; en segundo lugar, ha de reconstruir y contar las historias traumáticas, para que pueda verlas con más naturalidad; por último, ha de atravesar una etapa de duelo, por todo lo que el trauma vivido les hizo perder; sólo entonces, el trauma podrá ser superado.

Bernd Ruf, veterano profesor de la escuela Waldorf, fundada hace un siglo por el filósofo Rudolf Steiner, y dedicada a los niños sometidos a traumas profundos derivados de conflictos bélicos, desastres naturales o padres muy autoritarios, considera que el niño ha de ser el centro de la enseñanza, mucho más aún que en la impartida para alumnos no traumatizados. “Mientras que otros métodos sólo pretenden meter cosas al niño, en este método queremos desarrollar las capacidades que lleva dentro…No obstante, el que hace que el sistema funcione es el profesor, pues es él quien logra reconocer las maravillas que lleva el niño y sacarlas fuera…”.

Shaver y su equipo han estudiado el tipo de relación que los estadounidenses (niños, jóvenes y adultos) mantienen con las personas más próximas a ellas, y han llegado a la conclusión de que el 55% mantienen una relación “segura” con los demás, fruto de una educación basada en la exigencia, en el amor y en el respeto, con lo que no tienen problemas de comunicación, se sienten merecedoras de interés, afecto y consideración por parte de los demás, y entienden que los otros son accesibles, honestos y bien intencionados.

Ahora bien, cuando la educación deriva hacia el capricho o hacia el autoritarismo las relaciones sociales se resienten: Así, un 20% mantienen relaciones “ansiosas” y tienden a pensar que los demás no los aman o no quieren estar con ellos, lo cual termina provocando el alejamiento; se sienten indignas del amor de los demás, y no pueden vivir dicho amor armónica y serenamente porque, más que gozarlo, sienten por él obsesión, ansiedad y dependencia emocional. Por último, un 25% mantienen en sus relaciones sociales una actitud “evasiva”: se sienten incómodos con la relación afectiva y con el intento del otro de profundizar en el amor; y tienden a reprimir sus emociones, sus angustias y sus afanes, pues no pueden confiar plenamente en los demás.

Una persona educada correctamente es aquella que tiene razones para vivir, es capaz de aucontrolarse y tiene autoestima –que no es prepotencia, ni soberbia-, es decir, tiene confianza en sí mismo, producto de la seguridad que padres y profesores supieron transmitirle.

Según la Sociedad Filium:

Si un niño vive criticado, aprende a criticar.
Si vive con hostilidad, aprende a pelear.
Si vive avergonzado, aprende a sentirse culpable.
Si vive con tolerancia, aprende a ser tolerante.
Si vive con estímulos, aprende a confiar.
Si vive apreciado, aprende a apreciar.
Si vive con equidad, aprende a ser justo.
Si vive con aprobación, aprende a quererse.
Si vive con aceptación y amistad, aprende a encontrar amor.

Juan Santaella López
Publicado en Ideal, el domingo, día 27 de septiembre, día de la Virgen de las Angustias

 

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