Ángeles García-Fresneda: «Al profesor Juan Carlos Rodríguez que nos desasosegó con rosas amarillas»

El sombrero le oculta la mitad del rostro al profesor Juan Carlos Rodríguez. De joven, a las alumnas recién salidas de los colegios de monjas nos parecía el Mefistófeles de ‘Fausto’ y repetíamos sus apuntes como los loros; poco a poco, a la par que abandonábamos los últimos restos del idealismo pequeño burgués y nos entregábamos a la tarea de darle la puntilla al franquismo (o eso creíamos alegremente), íbamos comprendiendo la lógica de su discurso. Raymond Carver, nos dice cuarenta años después, se estaba muriendo al tiempo que relataba las últimos días de Chéjov: en la cama de una habitación de balneario yace el autor ruso; su esposa da instrucciones a un joven camarero para que busque una funeraria, pero este no le presta atención porque está reconcentrado en cómo recoger de la alfombra el corcho de la botella de champán -con una copa del cual el finado se había despedido del mundo- sin que se le caiga un jarrón donde lucen fragantes tres rosas amarillas. Por otro lado, Borges, en un cuento mucho más corto que el de Carver, dice que a Giambattista Marino, en su barroco lecho de muerte, una rosa amarilla colocada en una copa de cristal le reveló que ella estaba en la realidad y no en sus palabras de poeta: los libros no son un reflejo del mundo, sino “una cosa más agregada al mundo”.

  Granada debería pararse alguna vez, callar unos instantes el estruendo de la autopublicación descarada o encubierta (terror de los árboles del bosque) para leer aunque solo fueran unas líneas de las muchas que han salido de la pluma más honda y más original de la teoría literaria en la España del último medio siglo.

Granada debería pararse alguna vez, callar unos instantes el estruendo de la autopublicación descarada o encubierta (terror de los árboles del bosque) para leer aunque solo fueran unas líneas de las muchas que han salido de la pluma más honda y más original de la teoría literaria en la España del último medio siglo. Y no crean que toda su obra es tan ardua como la “Teoría e historia de la producción ideológica”; en títulos tan encantadores como “El escritor que compró su propio libro”, referido a la compra en un mercado de parte de “D. Quijote” por Cervantes, donde nos interpreta al genial loco como producto de la lucha entre los debilitados códigos caballerescos y las nuevas relaciones mercantiles capitalistas o en “Lorca y el sentido”, “La literatura del pobre”, “El mito de la ciudad-mujer de Ganivet a hoy” etc. podemos encontrar la erudición y la profundidad al alcance de cualquier lector que todavía crea que leer te puede hacer más consciente y más feliz, que leer no equivale necesariamente a pasar un rato alienándote o excitándote carnalmente.

Aunque no creo que a Juan Carlos Rodríguez le importe mucho el alcance de mi petición y, desde luego, su obra está a años luz de la media nacional laureada, las autoridades académicas, culturales y políticas deberían también reconocer los méritos del genial intelectual con rosas amarillas, blancas… purpúreas rosas que se lo pongan gongorino a Ángeles Mora, y concederle toda clase de medallas, homenajes, estatuas y divulgación de su obra. Y si no lo hacen por él, háganlo por nosotros mismos.

(Nota: Este artículo de opinión de Ángeles García-Fresneda, profesora en el IES Padre Suárez (Granada), se publicó en el diario IDEAL correspondiente al día 18/05/2016).

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