Antonio Luis García Ruiz: «Amor, fealdad y belleza: Fernando VI y Bárbara de Braganza»

Cuando entramos en su interior, mi sorpresa y mi satisfacción aumentaron, porque la plenitud y la riqueza del mismo, eran superiores a lo esperado. La enorme nave que la conforma, la cúpula, la capilla mayor, el retablo, el púlpito, los mausoleos de sus fundadores Fernando VI y Bárbara de Braganza, etc., constituyen algunos ejemplos de la magnífica integración de elementos diversos, en un espacio cargado de historia, patrimonio y significado. El cura, tan amable como joven, pronto se percató de los muchos “provincianos” que andábamos por allí y, tras finalizar la ceremonia, nos contó algo de la vida tan singular de estos reyes.

El rey Fernando VI (1713-1759) era el tercer hijo de Felipe V y de María Luisa de Saboya, su primera mujer. Tuvo, entre otras muchas, las desgracias de que su madre muriera cuando él tenía sólo cinco meses y de que dos meses después, su padre se casara con Isabel de Farnesio, teniendo seis hijos más con ella, hermanastros de Fernando VI. Pero también tuvo la afortunada desgracia, de que sus dos hermanos mayores -Luis y Felipe- murieran antes que él, con lo que a los dieciséis años se convirtió en Príncipe de Asturias y heredero del trono. Llegado ese momento y dentro de la política exterior de la corte, se concertó su matrimonio con Bárbara de Braganza, hija mayor del rey Juan V de Portugal. La vigilancia y las vicisitudes que le hizo pasar su codiciosa y todopoderosa madrastra, la reina Isabel de Farnesio, superan la ficción.

Como en aquella época aún no se había descubierto la fotografía, para poder reconocerse tenían que recurrir a retratos recientes hechos por los pintores reales. Pero se cree que el retrato que recibió Fernando de su prometida Bárbara, tuvo que estar muy mal pintado o muy bien retocado, porque el príncipe no sospechó gran cosa de la horrible figura física de su futura esposa, aunque sí procuró no enseñarlo. Efectivamente la princesa portuguesa era rechoncha, de rostro poco afortunado y con manchas en la cara, tras haber sufrido la viruela. Por ello la historia – no científica – narra que cuando, antes de la boda, la conoció en carne y hueso, la tuvo delante y la observó, la debió ver tan horrorosamente fea, que no resistió el impacto, dándole un súbito mareo y quedando casi inconsciente por unos instantes. Sin embargo, ella no se extrañó de nada, estaba segura de su victoria amorosa; sabía que poseía otros tesoros ocultos de gran calidad.

El día 20 de Enero del año 1729 celebraron sus nupcias en la catedral de Badajoz, y la larga enemistad entre España y Portugal, quedó definitivamente zanjada. Pero, a pesar de lo expuesto y de las muchas privaciones a las que Isabel de Farnesio continuó sometiendo al matrimonio, ambos cónyuges fueron entendiéndose y enamorándose cada día más. La princesa Bárbara, puso en juego esos otros tesoros ocultos, a los que era muy difícil resistir: amor, sensibilidad, simpatía, inquietud, inteligencia, sabiduría, cultura, etc. es decir, una extraordinaria forma de ser. Hablaba seis idiomas, conocía el movimiento europeo de la Ilustración, amaba la música, estaba en contacto con los grandes artistas, escritores e intelectuales, y aún más con el pueblo. Todo cambio favorablemente cuando en 1746 muere Felipe V y Fernando VI es nombrado rey de España.

  La belleza física es hermosa, aunque nada comparable con la educación y la belleza interior que poseen muchas personas, cualesquiera que sean sus circunstancias, pensamiento o posición.

Su reinado fue altamente provechoso y fructífero, contribuyendo inteligentemente a la política europea de equilibrios. Firmó la paz con todos los países en conflicto, lo que le permitió dedicarse más a la política interior, desarrollada por buenos ministros como Ensenada, Patiño, Wall, etc. Introdujo grades reformas y apoyó decididamente a los ilustrados, siempre con la ayuda inestimable de la reina. El no tener hijos favoreció, aún más, la unión y el profundo amor del uno por el otro. Por ello, cuando en agosto de 1758 muere Bárbara, el rey Fernando VI, quedó sumido en una profunda tristeza, que le condujo a enfermar de locura y morir al año siguiente. ¡Qué contraste tan fuerte, entre el día que la conoció y el día que la perdió definitivamente!

La belleza física es hermosa, aunque nada comparable con la educación y la belleza interior que poseen muchas personas, cualesquiera que sean sus circunstancias, pensamiento o posición. Pero, como sostenía Hume, la belleza también depende del espíritu de quien la contempla, y, desafortunadamente, hoy sólo se busca lo superficial y la apariencia externa, el fondo de las cosas y de las personas apenas interesa, apenas sabemos apreciarlo.

(*) Antonio Luis García Ruiz es catedrático de EU de la Universidad de Granada

(NOTA: Este artículo de Opinión se ha publicado en la ediciones impresas de IDEAL Almería, Granada y Jaén, correspondientes al martes, 30 de agosto de 2016)

 

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