Ángeles García-Fresneda: «Lo que sucede en Yecla es el caso de España»

Desde Castril, en una hora, llegas al borde de Andalucía por las altiplanicies de Granada y Murcia, por carreteras locales de camioneros y de universitarios de los setenta hacia Barcelona, la tiznada capital preolímpica de la libertad. Yecla nos parecía el límite entre la España rural y la industrializada; allí los paisajes iban estropeándose y la contradicción naturaleza/ progreso nos sumía en debates interminables. En veinte años vimos cambiar —casi siempre a mejor— muchas cosas por el camino. Siempre llevas prisa cuando eres joven y, aunque nos proponíamos parar en la ciudad de La Voluntad, nunca lo hicimos. Tras dieciocho de mi regreso, entro conmovida en la Yecla real y literaria.
J. Martínez Ruiz, Azorín, pasó, como otros noventayochistas, de la crítica al escepticismo y al casticismo. Gran admirador de Pi i Margall y su república federal, lector de libros de utopía sobre ciudades cuyos alcaldes no serían políticos sino metafísicos («No hay cosa más abyecta que un político»), sus primeros escritos rezuman anarquismo: patria, iglesia, estado y matrimonio son las instituciones a liquidar; hasta de El País lo echaron por defender el amor libre y el redactor jefe del Noticiero de Málaga sufrió prisión a raíz de lo incendiario de sus publicaciones en colaboración con Maeztu y Baroja.

Palabras de Yuste

Este joven de buena familia de Monóvar, sensitivo y asexual, conocedor del pensamiento europeo, fracasa en todo: malvive en Madrid con veinte céntimos de pan al día, documentándose sobre la vida de las monjas de clausura en la biblioteca del instituto San Isidro para crear el personaje de Justina. Su pesimismo se agudiza y generaliza: ‹‹Dentro de treinta años, todos seremos periodistas, es decir, nadie sabrá nada de nada. Nos limitaremos a sospechar las cosas››, y sus ideas derivan hacia el liberalismo: «Lo que sucede en Yecla es el caso de España», afirma en La Voluntad: la aristocracia yeclana ha dilapidado su fortuna, la burguesía ha apartado a sus hijos de la agricultura y de la industria para hacerlos aspirantes eternos a funcionarios; la propiedad rústica de Yecla pasa a manos de sus vecinos de Pinoso, pueblo joven y audaz, voluntarioso, fuerte y decidido, sin señoritos universitarios. Antonio Azorín (tan alter ego de su creador que a partir de esta novela tomará su nombre como seudónimo), pasea su abulia y su frustración, junto al maestro Yuste, por esta ciudad de místicos y de inventores de toxpiros, porque aquí hay inteligencia, pero falta la coordinación reflexiva, la voluntad para terminar lo iniciado (por ej. la Estación, dice). Desde 1939, el escritor se instala en el régimen. Vivió noventa y dos años, cada día más escuálido y pulcro en sus carnes y en su literatura.

Justina se mete monja y muere tras una sesión de flagelo

Como es agosto, he paseado por la ciudad con la sola compañía de mis sombras literarias. La camarera me atiende en inglés (le pareceré una anciana extravagante). Pido un vino y un pimiento de la zona, asado al dente y con todas las binzas, por lo de la fibra —le aclaro—; una binza es un milagro de la biosfera: te comes aquí unas binzas y aparecen matas en un arrozal de Calasparra. La joven mira La voluntad sobre la mesa. Ambientada en Yecla —la alecciono—; es una de las grandes novelas filosóficas de principios del XX, un producto ideológico de aquella España retrasada dos siglos en su incorporación al capitalismo. Responde contenta que ya lo sabía, que se leyó un resumen en cuarto de la ESO; pero que ya no lee porque no la deja la niña.

Yecla En plaza Porticada

Si Andalucía Oriental se separase de la Occidental, podríamos anexionarnos Murcia —fantaseo, de vuelta ya por la Puebla de Don Fadrique—. O quizá sea la multinacional murciana la que ya se ha anexionado los acuíferos y las fincas de nuestros últimos balas perdidas para sus cultivos intensivos y sus emporios porcinos, donde la asepsia de las últimas tecnologías no ha logrado todavía evitar la pestilencia de los purines.

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ÁNGELES GARCÍA-FRESNEDA 

 

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