“… el necio en su casa y en la ajena sabe nada, a causa que sobre
el cimiento de la necedad no asienta ningún discreto edificio”
Miguel de Cervantes: “El Quijote”
Mal, rematadamente mal, va un país en el que sus referentes de toda índole son las redes sociales y no la cultura como ámbito de reflexión y conocimiento. Porque de otro modo no hubiéramos tenido que soportar el lamentable espectáculo que, a propósito de la cuestión catalana, venimos padeciendo desde hace algunos años ya y, muy intensamente, en los dos últimos meses -negocio millonario, por otra parte, para alguna cadena de televisión en detrimento de la televisión pública que costeamos entre todos. En fin, que al día de hoy en el que escribo este artículo, controlado el brote de tercianas independentistas y devuelta la legalidad a su prístino estado, pareciera que el problema se haya solucionado. Nada más lejos de la realidad.
De pocas cosas puedo presumir en esta vida, si acaso de tener una biblioteca mínimamente decente. Y han sido estos días los que me han servido, no para contar número de manifestantes ni de banderas, sino para releer el trabajo realizado por don Fernando Morán –el tan burlado por su preparación ministro socialista- publicado en “Los cuadernos del Norte”, septiembre 1981, y titulado “Ortega y Gasset y Azaña ante el Estatuto de Cataluña”. Sabrosísimo artículo, por cierto, que recomiendo a todos mis lectores. Transcribo lo que dice, al inicio de su artículo, el exministro: “Este [país] es, como suele decir Marías, un pueblo impío en el sentido literal de que no presta tributo, reverencia ni aún reconocimiento a sus progenitores, un pueblo que tiende a lo adánico, al parricidio cultural, un pueblo que se debate cada cincuenta años sobre el sentido de su historia…” Dicho de otra forma, la aristofobia, mal que nos pese, sigue siendo un mal endémico de este país incapaz de reconocer a los mejores. Sostiene el avilesino que aunque las diferencias ideológicas entre Ortega y Azaña son evidentes, el diagnóstico sobre el problema catalán viene a ser casi idéntico. Incluso, diría yo, que hasta el tratamiento. Piensa Ortega que “el problema catalán es un caso corriente de lo que se llama nacionalismo particularista, una tendencia a vivir aparte de los demás pueblos o colectividades”. A lo que añade Morán que “cuando se pone el énfasis en no querer ser algo, hay indicios de una vida nacional enfermiza…”
Insisto una vez más en lo poco que exigimos a nuestros políticos que, disfrazados de gafapasta, ocultan así su ignorancia haciéndoles parecer más demócratas y liberales, cuando no saben hacer la o con un cañuto. Insisto, no abuséis más de nuestra paciencia –excuso el latinajo. Porque estos tíos, cual arbitristas quevedescos, cuando hablan de Estado federal no tienen ni puñetera idea de lo que dicen. Así que cuando Ortega habla de Estado de las Autonomías y Azaña de Estado Federal, están hablando de lo mismo ya que para Azaña, según Morán, la República es un bien ético y el Estado su instrumento irrenunciable e intangible: “El estado es la concepción más alta del espíritu humano en el orden político, nuestro guía y nuestro rector”. No se puede ser más soplagaitas para proponer un Estado Federal, sin poseer previamente tan sólidos cimientos conceptuales de lo que es un Estado.
He visto en estos días tanta cobardía, tanto ponerse de perfil, tanta ignorancia, tanta bandera, que no sólo me encuentro abrumado sino preocupado. Esto no está resuelto, y menos aún con esta panda de golfos que, lejos de procurar el bienestar de los ciudadanos, le crean problemas añadidos al vivir cotidiano. |
He visto en estos días tanta cobardía, tanto ponerse de perfil, tanta ignorancia, tanta bandera, que no sólo me encuentro abrumado sino preocupado. Esto no está resuelto, y menos aún con esta panda de golfos que, lejos de procurar el bienestar de los ciudadanos, le crean problemas añadidos al vivir cotidiano. Con tanto esmirriado cultural; con ministros, como el de Educación, incapaz de reconocer el adoctrinamiento en la escuela y en la Universidad catalanas; con una izquierda tan perdida como poco preparada y siempre descolocada o con un vicesecretario de comunicación del PP manifestando que el señor Puigdemont acabará como Lluis Companys -y créanme cuando les digo que pienso que este chico no pronunció esa frase con maldad sino con un desconocimiento de la Historia apabullante- mal, muy mal vamos frente a tanto trabucaire.
Este circo tiene que acabar de una puñetera vez y no puede hacerlo de otra manera que con una reforma constitucional seria, en la que las ideas democráticas se plasmen en una nueva Constitución, sin complejos, firme, contundente y basada en la idea central de la convivencia pacífica de todos los españoles y en la igualdad de derechos y deberes. Definitivamente hay que sacudirse el papanatismo, reconocer hasta dónde puede llegar el poder autonómico y hasta dónde no, dejar de contentar a todo el mundo –cosa imposible por otra parte- y concluir que los pusilánimes y los cobardes se dediquen a lo que quieran menos a la política. Dejen de jodernos ya y diríjanse hacia Sierra Morena donde, no lo olviden, se podían hacer los mismos “negocios” que en la política.