Antonio Luis Gallardo Medina: «Mi querida calle Cristo»

Todas las ciudades, villas o pueblos, tienen su Calle Real, Avenida Principal o arteria importante que atrae a toda la ciudadanía. En Salobreña, durante muchos años esa calle emblemática que congregaba a la mayoría de habitantes del pueblo fue la Calle Cristo y hablo en pasado, pues esta mañana de agosto, aprovechando unos días de vacaciones en mi pueblo, me he dado un paseo por la misma y me ha entrado una gran nostalgia de tiempos pasados.

Los que pasamos de los cincuenta recordamos perfectamente la vida que transcurría por dicha calle. Empezando por el Portichuelo y la antigua Caja de Ahorros, la Casa de D. Fermín “el Practicante”, la tienda de “Paquito Franco”, el Bar de Eduardo “el Cuco”, la Fábrica de Gaseosas de “Encarnita”, la tienda de Santiago Romera, la Barbería del Maestro José, la Tienda de Teresa Montes, la Farmacia y su eterno mancebo D. Francisco, la Parada de Taxis, el Estanco, la casa donde nací, la Posada «San José» la Fragua de Marino, la Tienda de Pepe Hernández, la Parada de Autobús, el Cine de verano de mi tío Pepe Cervilla, el Ambigú con Andrés Palomares y sus deliciosos calamares fritos, el horno de Castilla y ese olor tan rico a pan recién hecho, la Casa de D. Antonio “el Médico”, el taller de Bicicletas de Calderay. En fin, toda la vida social, comercial y de relaciones humanas se desarrollaba a lo largo de la Calle Cristo.

“uno de los recuerdos más gratos que me queda, es que aun siendo la calle principal del pueblo, ha cobijado todos mis juegos de infancia y adolescencia”.

Esta mañana, como digo, he paseado por ella de punta a punta, y solo queda el Bar de Eduardo “el Cuco” en su nueva ubicación y el estanco. No había ruidos, voces, jaleos, apenas si me he encontrado con un par de personas. Pero uno de los recuerdos más gratos que me queda, es que aun siendo la calle principal del pueblo, ha cobijado todos mis juegos de infancia y adolescencia hasta el punto de que la vida se hacía y vivía prácticamente en plena calle.

En el callejón donde vivía mi abuela Laura (hoy calle Ingenio) desarrollábamos la mayoría de los juegos. Quisiera recordar algunos de ellos: el Boli, Píola, el Trompo, el Aro, el Triángulo, éste último tenía variaciones pues dependiendo de qué época fuera podría tratarse de “Santos” (la cara principal de las cajas de cerillas), chapas de botellas o envoltorios de polvorones. El juego consistía en hacer un triángulo y en él se metían las apuestas, para a continuación contar diez pasos y marcar una raya y desde ella se lanzaba con una suela de alpargata y ver de conseguir cuantos de los objetos depositados en el triángulo salían del mismo. Alegría me da el recordar el altísimo valor que tenían aquellos primeros mantecados con envoltorio de colorines, aquellos “platicos” de Gaseosa “La Pitusa” y la suela de Alpargata tan fina y lisa que me había hecho el abuelo de mi primo Pepe Luis.

En época de “campaña” de la Fábrica, los Acarretos recorrían toda la calle Cristo hasta llegar a su destino cargados de haces de caña de azúcar y en cuanto el encargado de la reata de burros o mulos se descuidaba, íbamos sacando alguna caña del haz y nos sentábamos en el bordillo de la acera a chupar el rico néctar. Qué olor más penetrante se olía a costra de azúcar mientras duraba la molienda. Otra de las distracciones, era sentarse en “la esquina de mi tía Teresica” y ver pasar a la gente en peregrinación con sus cubos, garrafas, pipotes, cántaros, etc. hacia la fuente de Andrés Díaz y llenar los distintos recipientes con esa agua tan fresquita; raro era el día que no pasaban más de 20 personas.

Otro de los juegos que cubrían nuestro tiempo era el “Pincho”, cuando llovía, el Callejón que por supuesto estaba sin asfaltar, se cubría de un barro perfecto para desarrollar el juego que consistía en marcar con un “pincho” siete cuadros superpuestos y con valores desde 1 hasta 7. A partir de una raya que se trazaba a tres pasos de los cuadros, debíamos lanzar el “pincho” e ir clavando en los cuadros para ver qué puntuación obteníamos, lógicamente según fuera el barro, el «pincho” y la destreza se podían alcanzar distintas puntuaciones. Uno de los mejores “pinchos” era el mío, me lo hizo mi tío Modesto en la Fábrica y tenía hasta puño de madera.

En las noches de verano, todos los vecinos de la calle Cristo, desde el principio al fin, se sentaban en la puerta de sus casas a charlar con la familia, amigos o vecinos y mientras los chavales jugábamos al pilla- pilla, a la escoba, a las prendas, al veo-veo, etc. Toda la calle era nuestra y no existía peligro alguno de atropello, pues los únicos coches eran los taxis y a esa hora no pasaban por allí.  Ahora, yo también he abandonado la calle y vivo como la mayoría de la gente en la parte baja del pueblo -como se decía antes- pero no quiero olvidar aquellos años tan maravillosos y más aún, los juegos tan importantes y tan inventados, que con mucha imaginación y ganas de pasarlo bien disfrutamos tanto. Han pasado los años sí, pero aún late en mí las ganas de decir… “Querida Calle Cristo”

Antonio Luis Gallardo Medina
Salobreña 4/8/1992

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