Juan Antonio Díaz Sánchez: «La Tuna Femenina de Medicina de Granada ronda el paseo de Caniles»

En una tarde de verano, cuando el estío ajustaba cuentas con el ocaso y el sol iba perdiendo la batalla contra las estrellas comandadas éstas por la luna, una música comenzó a caminar entre las hojas y el viento, eran las canciones de la Tuna. Fue en esa mágica tarde, cuando la granadina Tuna regaló tanta gracia y alegría a la villa de Caniles, esa misma que don Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, tomara para los Reyes Católicos y a la cual llamara maravilla.

La Tuna Femenina de Medicina de Granada hizo su aparición en escena y el Paseo de la villa levantó el telón como si se tratara de las tablas de un teatro lleno, en el cual latía la expectación. En este precioso enclave, que canta por primavera y recita versos, al trino de los ruiseñores y las rimas del poeta. Los árboles se encontraban incólumes en el Paseo, que antaño llamaron del viejo Alcalde, bailaban al son de unas notas de guitarras y bandurrias acompasadas por las letras de antiguas y nuevas canciones, que cantaban las trovadoras y juglares, y llevaban por varios lugares.

“Sonaron en la tarde, acordes de guitarra y dulces canciones…”, que lanzaban versos al vientos cantados por las juglaresas y poetisas, en cuyo corazón nace el amor, y engalanado con su beca amarilla, late el verso en el aire remando a través del papel y la tinta, del pentagrama y la clave, de la guitarra y la bandurria, del agua y el aire.

Las gentes sencillas de la villa disfrutaron con las canciones que cantaban las zagalas que componían esta estudiantina de medicina. Sin embargo, hubo una canción muy especial, una que llenó plenamente el “alma, corazón y vida” de una maravillosa familia, que allí presente se encontraba. Esas notas de bandurrias y guitarras, esos versos convertidos en letras de canciones, nacieron en los corazones de estas tuneras para ir navegando entre el oleaje de la mar, virando a barlovento para cruzar el océano a bordo del verso cuan galeón, que desplegaba su vela mayor al soplar de Eolo por sotavento, y la música atracó en el puerto del antiguo virreinato siguiendo el rumbo marcado por la rosa de los vientos.

Las notas y letras de canciones se iban perdiendo en el eco de lo lejano. La noche, que vencedora de la batalla al día se proclamaba, mostrando su poder en el ocaso, su fuerza enarbolada por el ejército de estrellas, y la luna por bandera de esos corazones batientes en espera, que atrás se dejaban el recuerdo de la primavera, abrazaba al Paseo de la villa, “sin saber quién era”. En esa noche, cuando más iluminaba la luna, se marchaba cantando la Tuna y sembrando el eco de sus canciones por las tierras donde cae la aceituna.

La tuna siempre irá dentro de mi corazón, miembro de la Tuna “Pal Cream” de Caniles, en todo momento he cultivado el “mester de tunería” junto a mis amigas y amigos tunos. Por consiguiente, a este veterano tuno que escribe, que tantos recuerdos las juglaresas, trovadoras y tuneras de Medicina le hicieron esa tarde y noche evocar, tan sólo le resta una palabra en el papel plasmar y con la que en letras capitales quiere, para la posteridad, rubricar: ¡GRACIAS!

JUAN ANTONIO DÍAZ SÁNCHEZ (CANILES)

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