Con frecuencia, se tiende a menospreciar la figura del docente. Somos considerados “seres privilegiados”, muy dados a la “vagancia”, con demasiadas vacaciones y despreocupados en lo concerniente a nuestras tareas diarias. Aprovecharé estas líneas para hacer una defensa a ultranza del trabajo de todos/as los/las que intentamos impartir conocimientos, pero también inculcar valores dentro y fuera del aula.
En numerosas ocasiones, son los maestros y profesores de los diferentes niveles educativos quienes descubren las causas de problemas graves y menos graves que afectan a sus alumnos/as. Al igual que nos encontramos con progenitores implicados en la evolución de sus hijos/as, debo decir (sin ningún tapujo) que asistimos atónitos a la dejadez o indiferencia de otros. Es entonces, cuando surge la pregunta: ¿Dónde está el padre o la madre de “X”?
El diálogo o la interacción profesor- alumno resulta muy beneficioso, siendo muchos/as quienes se desviven por su quehacer diario en aras de una integración total del alumnado en las diferentes materias. Al igual que abogo y abogaré por charlas frecuentes padres-hijos, haré lo propio si nos referimos a ese espacio compartido para la enseñanza y aprendizaje entre los responsables de enseñar o enseñantes y los destinatarios. Ayudemos a construir nuevas experiencias, mejorando la autoestima, así como ayudando a responder cuestiones planteadas.
Necesitamos forjar o formar alumnos/as competentes, predominando las reglas de una conversación fluida, con el lenguaje oral y escrito muy presentes. No olvidemos la importancia de aquellos/as que pasan numerosas horas a lo largo de la semana con nuestros hijos/as, esos a lo que no siempre se les reconoce su trabajo, personas que tratan de diseñar nuevas estrategias en pro de sacar el máximo beneficio.
El maestro trata siempre de facilitar el desarrollo del pensamiento, promoviendo iniciativas en las que afloren las habilidades sociales, actuando como gestor de los diferentes contextos existentes. Observa minuciosamente cada detalle, expresión facial, mirada o postura, así como el lenguaje utilizado.
Ejemplifica y comprueba si los contenidos impartidos han sido asimilados o no. De la misma forma, el docente hace las veces de psicólogo (escucha y se preocupa por los problemas de sus alumnos/as). Sin duda, es orientador y gestor de la convivencia.
El maestro del siglo XXI es una persona preocupada por introducir cambios en su metodología, dejando atrás el tradicionalismo de “pizarra y tiza” (eso no conlleva un rechazo absoluto), alguien capaz de comprender las emociones, a la vez que transfiere la responsabilidad del aprendizaje al alumno (se convierte en guía y espectador de sus avances). Es un guía, responsable de sus alegrías y frustraciones, aquel que pone todo su empeño en la búsqueda de soluciones, un buen planificador o articulador de acciones en el aula que supongan una mejora significativa en la transmisión y captación de conceptos. En definitiva, el docente debiera ser un profesional respetado por el conjunto de la ciudadanía (primeramente por la clase política). Invito a la reflexión y a la puesta en valor, porque y sin ninguna acritud, diré: “El respeto se aprende y pierde en casa”.
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Rafael Bailón Ruiz |
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