La idiosincrasia granadina –entendida como distintivo propio de nuestra colectividad– no deja de sorprenderme por su perfecta adecuación a las situaciones que corren en cada tiempo. Y mi fascinación ha llegado a límites insospechados coincidiendo con el anuncio de las próximas citas electorales, porque si era relativamente habitual que nos encontrásemos, por ejemplo, con frenéticos asfaltados de nuestras calles, potenciación de la iluminación general o arreglo de los baches de las aceras, no lo era tanto que se personalizarán las “atenciones” a modo y manera del mejor servicio al cliente de unos grandes almacenes.
Me explicaré: los políticos cogen el teléfono, dan citas rápidas, se paran por la calle y, hasta incluso, invitan a sus reuniones al resto de los mortales.
Pero el pespunte no para ahí: si se les plantea que un determinado mobiliario urbano estorba para el buen desarrollo de un pequeño negocio, se cambia por otro menos agresivo; las fuentes de las plazas más o menos señeras son adecentadas a marchas forzadas; la situación, de una forma u otra, anómala de terrazas “chiringuiteras” se pasa por alto en lo posible; en las redes sociales se lanzan solicitudes de amistad a diestro y siniestro; la papelera deseada nace al calor de la primavera; el cauchil “revientatobillos” vuelve a su ser natural; etc.
Parece como si a los integrantes de la “sociedad civil” –ya sabéis que no aplaudo precisamente este término– nos conminasen a sentirnos más cercanos a los que, en muchos casos, no han dudado durante años en no concretar y llevar a buen término anteriores promesas.
Sigo planteando que necesitamos más que nunca un cambio profundo y urgente en las leyes que rigen uno de los más importantes derechos ciudadanos: el de la elección de nuestros representantes. Es decir, el voto a la persona y la estancia en cargos con un límite máximo.
No creo que sea pedir demasiado, sobre todo viendo el ritmo y la demora de los partidos políticos asentados en este país.
Y, ¡ojo!, no estoy afeando la situación actual –a la que, indudablemente, hemos llegado con trabajo y sufrimiento, en un esfuerzo común de desarrollo– sino que considero que, como en otros aspectos de nuestra vida, tenemos que dar un paso adelante para no “hacer la olla gorda” a unos cuantos.
Leer más artículos
de
Ramón Burgos
Periodista