En la bella ciudad de Tarbes al pie de los Pirineos franceses, nació el 31 de agosto, (según algún biógrafo el 30 de agosto), de 1811 un niño al que le fueron impuestos los nombres de Pierre Jules Théophile, pero al que todos conocieron más tarde como Teófilo Gautier. Este periodista, crítico, poeta, novelista y “fotógrafo” se crió en París desde la edad de tres años y desde pequeño quiso iniciarse en el arte de la pintura, pero fue la literatura la que al final le atrapó. Conoció y trabó amistad con Honorato de Balzac y con Víctor Hugo.
Su obra poética comenzó influenciada por el romanticismo en el que le introdujo Gérard de Nerval que fue quien le presentó a su admirado Víctor Hugo, pero en 1835 en su novela “Mademoiselle de Maupin” comienza a defender los principios de “el arte por el arte” que es lo que dará lugar, algo más tarde, al movimiento conocido como Parnasianismo que nace como reacción al Romanticismo, al Subjetivismo y al Realismo literario. Se puede afirmar que los fundadores de este movimiento fueron Théophile Gautier y Leconte de Lisle (1818-1894).
En la nómina parnasiana figuraban nombres como Teófilo Gautier, Leconte de Lisle, José María de Heredia, Théodore de Banville, Sully Prudhomme, Catulle Mendès y Albert Mérat, a los que se les agregaban otros poetas que después serían clasificados como simbolistas, entre ellos Charles Baudelaire, Paul Verlaine o Stéphane Mallarmé. Es en su obra “Esmaltes y Camafeos” (1852) donde se reflejan de forma inequívoca los principios parnasianos: Consideración del arte como un fin y no como un medio en sí mismo. No debía representar cuestiones políticas, sociales ni morales, sino que este arte debía ser sólo arte por sí mismo. Cuidar la belleza de las formas; el poeta debe tratar su obra como si fuese una joya de inestimable valor. El arte no debe ser útil sino bello y admirable por encima de cualquier otra consideración. Huir de todo subjetivismo; la literatura ha de ser objetiva e impersonal.
Teófilo Gautier solía decir a este respecto: “Nada es más bello que lo que no sirve para nada; todo lo útil es feo, porque expresa alguna necesidad y las del hombre son innobles y desagradables como su pobre y enfermiza naturaleza…”, “Todo pasa. Solo el verdadero arte es eterno”
Su vida personal fue agitada: revolucionario, bohemio, corresponsal en países extranjeros, periodista durante la revolución de 1848… Vida amorosa inestable. La crítica lo rechazó siempre, pero su influencia se deja ver en toda una generación de escritores franceses posteriores, entre los que destacaría Baudelaire.
Trabajó en varios periódicos como: “Chronique de Paris”, “Le Moniteur Universel” y llegó a ser director de “La Revue de Paris”
Las guerras de Napoleón en Egipto y la invasión de Argelia por parte de Francia a partir de 1830 hicieron que drogas como el hashich comenzaran a ser conocidas y consumidas por los franceses. En 1848 la élite literaria e intelectual de Paris fundó el :”Club de los hashischins”; entre sus miembros, personajes como : el Dr. Jacques-Joseph Moreau, Théophile Gautier, Charles Baudelaire, Gérard de Nerval, Eugène Delacroix ,Alexandre Dumas… Las sesiones del club, cuya finalidad era experimentar los efectos de drogas como el opio, el hashich etc., tenían lugar en el hotel Lauzun que era el lugar de residencia de Gautier.
Entre sus numerosas obras, citaremos: Poemas , La pipa de opio, La lucha contra el destino, El capitán Fracassa, Viaje por Rusia
La novela de la momia, Constantinopla, Viaje a España, La muerta enamorada , Mademoiselle de Maupin, Esmaltes y Camafeos…
A lo largo de su vida, Gautier recorrió España, Italia, Rusia, Turquía, Egipto y Argelia entre otros países del mundo publicando numerosos artículos para su periódico. Fue uno de los primeros extranjeros que visitó nuestro país tras la 1ª guerra Carlista. Estuvo por España entre mayo y octubre del año 1840. Vino con su amigo Eugene Piot que tenía intención de buscar obras de arte aprovechando la desamortización de los bienes de la Iglesia. Ambos eran apasionados del arte, no olvidar que Gautier había intentado ser pintor y tenía verdadera devoción por Zurbarán, Ribera y Valdés Leal.
España le entusiasmó. Le encantó lo que veía y lo narró de forma magistral en su libro: “Viaje a España”. Vuelto a Francia, escribió: “Me sentía allí como en mi verdadero suelo y como en una patria vuelta a encontrar.” Durante su periplo, ¿conoció Gautier, Granada y su comarca? Ya lo creo que sí.
Y aquí, me vais a permitir que haga un inciso para referirme a Alhama, pueblo que visitó nuestro autor cuando en julio de 1840 abandonó Granada camino de Málaga.
“Debíamos de dormir en un pueblecillo llamado Alhama, que está colgando del pico de una roca como el nido de un águila. Llegamos allí a eso de las dos de la madrugada, hambrientos, sedientos y rendidos de fatiga. Bebimos tres o cuatro jarras de agua, y matamos el hambre con una tortilla de tomate…”
Al amanecer, nos cuenta Gautier, bajó a la cocina y logró que para desayunarse les pusieran: “…unas chuletas, un pollo frito con aceite, media sandía y para postre, higos chumbos, a los que la posadera les quitó las espinas con gran habilidad”.
A pesar del calor reinante, el francés se echa a las calles de Alhama que encuentra solitarias por el inmenso calor reinante: “Errando por aquellas calles solitarias, de tapias enjalbegadas, apenas agujereadas por alguna ventana, pude observar que nadie se atrevía a cruzar la plaza del pueblo con aquella temperatura. Esta plaza es de una originalidad pintoresca. Está bajo un acueducto, que marca sus grandes arcos de piedra; a un lado de una meseta que se ve a su vera hay un abismo, en cuyo fondo se ve entre macizos de árboles algunos molinos movidos por un torrente de agua saltarina y espumosa”.
Continua la próxima semana con sus opiniones sobre la capital granadina.
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