Ramón Burgos: «Por su nombre»

No paro de leer, o al menos a mí me lo parecen, “verdades a medias”. Falacias –sería su nombre correcto–, espetadas con el mayor descaro, que sólo contienen una pequeña parte de la realidad del hecho al que hacen referencia, sirviendo de apoyo moral a las tesis generalistas de los que las mantienen.

 

Dicen que el tiempo pone a cada cual en su sitio, pero esta forma de falsedad, aún siendo en sí un arma de doble filo, algunos piensan que les ayuda a mantener puestos y posturas, olvidándose, entre otras verdades, de lo que ya manifestó Juan de Mairena (Antonio Machado): “¿Dijiste media verdad?/ Dirán que mientes dos veces/ si dices la otra mitad”.

Entiendo que las promesas electorales, en varios casos, se acercan a lo que hoy reflexiono, pero sé que, como yo, sois conscientes de que no son la única estructura que usa este tipo de lenguaje injustamente parcial.

Aunque la lista es larga, no me resisto a traer aquí algunos ejemplos: la interpretación parcial de las sentencias judiciales; la explicación interesada de determinados hechos ciudadanos; las negativas constantes y sin cimientos a aplicar lo equitativo; el retorcimiento denodado de la ética universal; en fin, todo aquello que hiere a la sinceridad y que, por tanto, destroza la razón.

Parece como si los “usadores” de esta destreza ofensiva buscasen –como último término de sus ocultas intenciones– no sólo la confusión de otras mentes, sino también la necesidad de confirmar públicamente sus propias conjeturas poco ajustadas a la autenticidad, negando, incluso, la sabiduría popular expresada en este conocido refrán: “antes se coge al mentiroso que al cojo”.

Así, como pasa con las “falsas noticias”, una buena forma de combatir la desorientación provocada por estos “habilidosos” a los que me estoy refiriendo –quizá la mejor– sea la de comparar versiones y no quedarse con un único punto de vista.

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