Blas López Ávila: «Sin mañana»

“La primera condición para la inmortalidad es la muerte”
Stanislaw Jerzy Lem

 

¿Y ahora qué? El mundo se nos ha venido encima repentinamente, sin previo aviso, casi a traición; y nos ha pillado tan desprevenidos en nuestra prepotencia que ahora no nos acabamos de creer nuestra propia fragilidad, tan evidente por otra parte. De un manotazo el CoVid-19 nos ha dejado desnudos a la intemperie. Y todavía, llenos de perplejidad, somos incapaces de reconocer el mundo en el que habitábamos hasta sólo hace unos días. Se acabó la fiesta del individualismo narcisista de la posmodernidad, tan insolidario como hipócrita.

De repente hemos caído en la cuenta del valor de la vida en sí misma, de que ciertos valores como el de la libertad personal y colectiva merecen una profunda reflexión que la acerquen más a la convivencia y a la vida. Repentinamente empezamos a descubrir que la ética y la solidaridad existen instaladas en las conciencias de las buenas y honradas personas frente a los impostores que hacen de ellas una máscara, una mera herramienta al servicio de sus propios intereses. Así, de pronto, hemos comprobado el valor de las cosas más simples, tan alejadas del concepto de consumismo salvaje que, a fuerza de eslóganes y colorines bien planificados en los medios de comunicación, han inoculado en las capas más inermes de la sociedad.

Hemos vuelto la vista hacia lo Público, tan necesario para mantener el bienestar de todos, absolutamente todos, los ciudadanos; a cambio de nuestra mayor o menor aportación fiscal

Repentinamente, en tropel, todos hemos vuelto la vista hacia lo Público, tan necesario para mantener el bienestar de todos, absolutamente todos, los ciudadanos; a cambio de nuestra mayor o menor aportación fiscal. No le falta razón a Francisco Silvera en su artículo de hoy cuando dice: “…atacar a la Medicina de todos es atacar a la Libertad y hay un porcentaje de nuestros gestores que llevan décadas intentando privatizar, devaluar, limitar sus funciones a beneficencia por un criterio de gestión empresarial que jamás ha contado (ni cuenta) con lo que hoy está pasando”.

El posmodernismo ha muerto, afortunadamente, para nacer otra época: la del poscoronavirus. Otra época en la que habrá que recomponer, desde la escombrera en la que se convertirá el mundo, un nuevo hombre y un nuevo orden individual y social, si somos capaces de aprender de la experiencia. Porque, una vez pasada la crisis, no tardará en aparecer, desde su posición confortable, la misma gentuza de siempre que proclamará ser la única que sabe gestionar (para no ser buenistas) y con la excusa populista del peligro del comunismo hacer pagar a los mismos de siempre, cuanto más desfavorecidos más aún, todos los costes de esta terrible crisis. Ya no nos podemos tomar esto con tanta frivolidad o estaremos condenados a ser una sociedad de esclavos manejados, manipulados, explotados y depauperados por esa minoría abyecta e insolidaria que pretende enmascarar- con sus cifras y su palabrería hueca- la Economía como una Ciencia Exacta. No se trata ni siquiera de ideología, la cuestión es si ponemos la Economía al servicio del hombre –como el resto de las ciencias- o, por el contrario, el hombre al servicio de la Economía como pretenden todos estos patriotas profesionales.

En el cielo se difumina la luz de la tarde y enciendo la lamparita de mesa de mi despacho desde el que escribo este artículo. Me quedo ensimismado mirando la vida: a mi jardín ha llegado la primera pareja de mirlos de esta, más que nunca, incierta primavera. Y me envuelve la tristeza y la mente se me va a todos los héroes anónimos y cotidianos que durante horas interminables están dando lo mejor de sí mismos para protegernos a todos y a los cuales, desde aquí, rindo mi modesto homenaje. Sólo espero que no nos hayamos quedado sin mañana.

 

 

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