Leandro García Casanova: «In memoriam, padre Manuel Cantero»

El padre Manuel Cantero Pérez falleció ayer, a las 20:10 horas, en el Hospital el Ángel de Málaga, a la edad de 85 años. El 22 de marzo el padre me escribía por guasap: “Ya salgo del cuarto. Temperatura normal. Debo guardar distancia en comedor y capilla…”.

 

Y yo le respondía: “Me alegro que el susto haya pasado”. El 23 de marzo me decía: “Tiene tarea la cosa. Yo estoy bien”. Sin embargo, el 26 de marzo fue ingresado en el hospital y el 29 escribieron en el guasap de los Seminaristas de Guadix: “Esto dijo el Superior de la Residencia de los Padres Jesuitas de Málaga: ‘Acabo de hablar con él, tiene muy mal cuerpo pero la respiración va bien’”. En los días siguientes su salud se fue agravando. El 2 de abril., Manuel Jiménez me escribía: “Está mal, está sedado, con problemas en el corazón y el riñón”. El día 4 me escribió de nuevo (y también dos antiguos seminaristas): “A las 20:10 horas ha fallecido el padre Manuel Cantero”.

En los años sesenta estuve en el Seminario de Guadix y, desde entonces, mantuvimos correspondencia, En una carta de 1999, me decía: “Es interesante tu visita al Seminario, que es parte importante de tus raíces. Me ha causado emoción cuando dices que se te vino el mundo encima. Ahí se te removió algo (…). Si pudieras conocer mis verdaderos sentimientos, que no son contra nada ni contra nadie, sino a favor de todo lo bueno”. Y concluía así: “En la foto que me mandas hay un puñado de gente a quien ya no sé poner el nombre”. Manuel Cantero era el padre espiritual –su despacho estaba siempre abierto a cualquiera de nosotros– y, en aquel régimen cerrado y bastante duro, era el “hombre bueno”. Más tarde, con el transcurso de los años, se fue forjando nuestra amistad a través de la correspondencia que conservo. Al principio porfiábamos bastante porque cada cual se aferraba a sus ideas como un clavo ardiendo (entonces yo leía a Baroja, a Azaña y a todo el pesimismo y anticlericalismo que puedan imaginar), pensando que el otro estaba equivocado. Tengo que decir que el padre Cantero me ayudó mucho en mi juventud, cuando yo era un pájaro volandero que me enfrentaba a la cruda realidad de la vida.

En la Semana Santa de 2005, me escribía desde Málaga: “Querido Leandro: Con mis pies en alto y celebrando la misa sentado por cierto riesgo de flebitis. Aquí estoy hasta que pasen estos días locos malagueños, sin más atención que a sus cofradías…”. Al final, casi no se le entiende la letra debido al estado crítico en que se encontraba: “Pero una obstrucción de femoral no es cosa que piense yo que va a salir incólume de su estado. Un abrazo y a pasarlo lo mejor posible en tu realidad concreta…, que la vida se tuerce de pronto”. Además de dar ejercicios espirituales, al estilo de San Ignacio de Loyola, por toda la geografía de España –en esto era un maestro, pues sabía llegar al corazón de la gente–, al padre Manuel Cantero le gustaba escribir artículos en revistas religiosas. En 1995, me escribía esta bella frase: “¡Cómo he recordado, con la fotocopia que me enviaste, nuestros tiempos de Guadix! ¡Qué bonito es recordar y aceptar que entonces fue entonces, y que hubo valores inmensos en unos y en otros; y errores que nos hacían a todos mucho más humanos!”. Se puede decir que, los jesuitas del Seminario de Guadix, y más tarde los sacerdotes diocesanos, transmitieron la enseñanza religiosa y formaron en la disciplina y la austeridad a miles de seminaristas (en Guadix nos decían los ‘curillas’) y de ahí salieron decenas de sacerdotes. Otra cosa es que, una vez fuera el Seminario, comulgaras o no con sus ideas. Yo no soy católico practicante y la religión la tengo olvidada, pero eso no quita que tenga amigos sacerdotes lo mismo que con personas de cualquier ideología. Procuro ser flexible en la religión y en la política.

El padre  Manuel Cantero ::L.G.C

Fueron aquellos tiempos de la España pobre, religiosa y emigrante, cuando los curas nos llevaban el uno de noviembre a Jérez del Marquesado, a pasar el día asando castañas. Íbamos montados en el remolque de un destartalado camión, sin toldo ni nada, y nos agarrábamos donde podíamos por aquella carretera de tierra. En los últimos años, cuando el padre Cantero venía de vacaciones a Granada, quedábamos por la mañana y nos dábamos un paseo por el Camino de Ronda, pues tenía que andar por sitios llanos y sin sol, debido a sus problemas con la circulación de la sangre. Al final del recorrido hacíamos una visita obligatoria a las Bodegas Castañeda, donde nos encantaba saborear un vaso de vino pálido con su tapa de arroz caldoso. El piso de su hermana se encontraba cerca y allí nos despedíamos. Era ya una costumbre. A veces se quejaba del olvido de aquellos niños (hoy canosos), que habían pasado por el Seminario, pues era un sentimental.

En diciembre de 2010, me envió estas líneas: “Eso sí, y gracias a Dios, con muy buena salud, buen ánimo, y ganas de vivir y hacer, y muy feliz siendo lo que soy.  Aquí es donde encuentro mi fuerza y mi deseo de seguir haciendo hasta que Dios me jubile.  Que ya estoy más cerca, como es natural”. Nos complementábamos bien: cada uno respetaba la parcela del otro, olvidando las discusiones bizantinas de antaño, y así habíamos conservado la amistad durante más de cincuenta años. Lo suyo fueron consejos del maestro al discípulo, que al principio era arisco y montaraz. En mayo de 2010, publicó el libro “Ventana al Evangelio”, unas reflexiones previas para orar en el Evangelio y que provienen de sus “contemplaciones ignacianas”, de los ejercicios espirituales, que fue dando durante muchos años por toda España. En el prólogo del libro ya advierte que, “cuanto vais a encontrar en este libro, si tenéis gusto en seguirlo, no ha salido de ninguna bibliografía. Sólo el Evangelio y la gracia de Dios en mi oración personal”.

La revista mensual “Apostolado de la oración”, de Málaga (de dos páginas), era obra suya y, en abril de 2010, escribió esta anécdota recordando aquellos años: “Fue en 1960. Tras los pasos más insospechados y originales, ‘aventuras’ de años, que casi no se pueden imaginar, soy ordenado sacerdote el 18 de abril…, en la Catedral de Guadix”. Un compañero, maduro en años, les pidió a los recién ordenados en la sacristía una frase que expresara sus impresiones. “Él suplió mi respuesta y dijo: ‘Ponemos que mi última Misa sea como la primera’. No reaccioné en el momento. Inmediatamente después, pensé para mí mismo que aquello era estúpido. Porque mi última Misa…, en realidad la Misa de cada día, tiene que ser mucho mejor que la primera. Al cabo de estos 50 años, reconozco haber sido así de afortunado”. En estas frases se resume su vocación. Hace un par de años me contestaba, a un artículo mío que le envié: “Lo que tú me mandas lo leo siempre y encuentro un gusanillo por ser algo tuyo; algo en lo que has puesto, además, mucha alma, y que reflejan esos sentimientos que te hacen ser el que yo conocí…”. Y en otra de sus cartas: “Bueno, ahí llevas mi mensaje en la botella del afecto, buscando encontrarte. Porque esta botella es sólo para ti como destinatario intransferible de mi tiempo y de mi abrazo. Te quiere y recuerda mucho más de lo que tú crees”.

El 15 de octubre de 2016 conseguimos reunirnos en Guadix cerca de sesenta exseminaristas y tres sacerdotes diocesanos que estudiaron con nosotros. Visitamos las ruinas del Seminario y la Alcazaba (de El Zagal), y comimos en un restaurante. Aquí nos acompañaron el antiguo rector, don Levigildo Gómez Amézcua, y el padre Cantero, de manera que para la mayoría de nosotros fue un “reencuentro” al cabo de cincuenta años. Muchos de aquellos niños del Seminario estaban ya jubilados y para los padres fue como un reconocimiento a su labor de educadores.

Málaga, 6 de enero de 2020. “Querido Leandro: Me voy sosteniendo; la respiración la tengo sólo regular pero no todavía para un ingreso. Se ve que el oxígeno va haciendo su efecto de retardo. De las piernas, muy mal, muy entorpecidas, muy limitado de movimientos. No me decidí este año a ir a Granada en estas fechas. Bonito mensaje el que me envías. ¡Si fuéramos capaces de asimilar todo lo que nos ha ido llegando sobre el tema!… Ya vi las fotos que pusisteis de vuestra convivencia en tu cueva. Me alegro que la podáis disfrutar”. 7 de enero de 2020. Llamo al padre Cantero a la residencia de jesuitas de Málaga y echamos más de media hora hablando. En un momento dado, le pregunto si interviene en el grupo de wasap de los seminaristas y me dice: “Apenas intervengo porque no sé qué poner y no quiero molestar. Yo antes era sociable, pero me he vuelto introvertido. Recuerdo que un padre jesuita me decía cuando yo era joven, ‘siga siempre así porque alegra el comedor’. Yo era muy abierto, me comunicaba mucho. En Guadix, entre el padre Ibáñez y yo armábamos cada zapatiesta, contábamos chistes malos. Pero aquí, en Málaga, el ambiente es terriblemente sensible, no se puede decir esto porque molesta, si digo lo otro lo va a comentar”. Le respondo que es una mentalidad de convento y, si me apura, de habitación, de estar todo el día encerrados en el cuarto. Y me responde: “Sí, es un convento de ancianos, hay mucho individualismo, nos reunimos en el momento de la comida y pongo cuidado de no molestar o de no herir. Piensas que en boca cerrada no entran moscas y estamos callados los cuatro cenando”. Le digo que llevan una vida interior de meditación y al final te contagias, te pones la autocensura, lo suyo sería explayarse cuando se reúnen en la comida.

El padre Cantero con un grupo de antiguos Seminaristas

Es una vida monacal de recogimiento y de silencio. “Tengo 85 años, algunos hermanos tienen noventa años y también hay dos jóvenes, pero ellos son muy diferentes a nosotros, tienen otra mentalidad, en cambio, con la gente de la calle me desenvuelvo mejor”. Se queja de que ha ido encerrándose en sí mismo, porque antes era extravertido, pero lo da el ambiente que se respira entre estas paredes. Le cuento que hace unos días comimos en mi cueva varios amigos del Seminario, acompañados de las esposas, yo les decía cuatro tonterías y se reían. A mí en cambio me ha ocurrido lo contrario, antes era introvertido quizá porque no me atrevía a decir lo que pensaba, por timidez o por temor a hacer al ridículo; ahora hago un chiste fácil de cualquier anécdota y consigo que la gente se divierta. Le digo que “la formación que os dan a los sacerdotes os empuja a mirar hacia dentro, os predispone a la soledad, cuando tenía que ser hacia fuera, hacia la gente. Es más feliz el que vive hacia afuera, el extravertido, que el introvertido”. Y me contesta, “Puede que lleves razón”. Se queja de que le cuesta trabajo respirar, sobre todo cuando se mueve, porque ya no le funciona la mitad del corazón, anda con el bastón aunque las piernas le flojean bastante y todos los días dice la misa. Y me dice, “ahora me cuesta trabajo improvisar”.

Noto que está bastante machacado, su voz ahora es quebrada cuando antes era sonora, y a veces jadea por el cansancio. “En la cena de Nochebuena vinieron unos jóvenes a la residencia e hicieron una fiestecilla, pero en la Nochevieja me acosté a las diez de la noche y el resto de la Navidad aquí ha sido muy plano”. El padre Cantero siempre ha sido un hombre de acción, de llevar muchas cosas entre manos, pero ahora poco puede hacer por lo que sobrelleva con dignidad estos últimos días de su vida, sin embargo, ahora ha reído varias veces con mis ocurrencias, aunque le cuesta trabajo. Hablar es un placer para él y la conversación nos reconforta, acordándonos de los viejos tiempos y de algunas anécdotas del Seminario.

En Guadix era el padre Espiritual y su despacho siempre estaba abierto a todos, era un “jesuita de mesa camilla” que le gustaba escuchar los problemas de aquellos jóvenes seminaristas atolondrados, después, encontraba o no la solución a aquello. Lleva ya muchos años en la residencia de Málaga y ya no hace casi nada porque las fuerzas no se lo permiten. Me he despedido del padre Cantero deseándole un feliz año y que otro día lo llamaré para echar un rato de conversación, pero cada día le cuesta más trabajo respirar y se encuentra más débil. “A ver, hasta que el cuerpo aguante”, me dice, resignado. “Así nos tenemos que ver todos”, le contesto a modo de consuelo. Cuántas veces fui a su despacho del Seminario, a confesarle mis problemas, siempre le escribí cartas cuando estudiaba en los colegios y después nos veíamos cada año en Granada, cuando él venía de vacaciones.

El padre Manuel Cantero, en la puerta del piso de sus hermanos ::L.G.C

Pero, lo que es la vida, ahora él se desahoga conmigo en la soledad de su habitación. El padre Manuel Cantero vio cómo sus hermanos mayores, Antonio y José, fueron muriendo, pero no le concedieron el regreso a Granada donde viven sus dos hermanas. Era padre espiritual, confesor, amigo y sicólogo, aunque no siempre fue comprendido. “Cada día tengo un recuerdo de cada uno de vosotros. ¡Deseo tanto bueno para cada uno…!”, me decía en uno de sus últimos mensajes. Tenía el pelo cano, la mirada clara, la voz amable y caminaba ya algo encorvado, pero él nunca se salía de la norma. Fue un sacerdote enamorado como pocos de su vocación y de su tierra. Toda una época y toda una generación se van con este granadino singular, nacido en el número 33 de la Gran Vía del Azúcar –donde su padre tenía el bufete de abogado–, de manera que la iglesia del Sagrado Corazón fue como un talismán para el padre Cantero: aquí pasó largas temporadas, o paraba cuando venía de vacaciones a Granada; aquí consoló a muchos exseminaristas, que veníamos a visitarlo y a contarle nuestras penas; aquí ofició misas y prodigó sermones, y aquí debió de sentir la llamada al sacerdocio cuando acompañaba a sus padres a la misa de los domingos y correteaba por las calles de este céntrico barrio granadino. Descanse en paz este jesuita bueno al que vamos a echar mucho de menos.

 

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6 comentarios en «Leandro García Casanova: «In memoriam, padre Manuel Cantero»»

  • el 7 abril, 2020 a las 11:13 am
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    Gracias a ti Francisco Javier. Quiero dar las gracias a quienes han leído el artículo en Ideal en Clase, unos quinientos lectores. El compañero Manuel Jiménez, al que le estoy agradecido, me envió este mensaje el 5 de abril: «Fernando, el Superior de los Jesuitas, me ha comunicado que el cuerpo del padre Manuel Cantero ha sido llevado a incinerar y sus cenizas se depositarán en nuestro columbario. Cuando pueda abrirse la iglesia tendremos un funeral que anunciaremos oportunamente”. Sólo me queda decir que en estos días tan trágicos, que quedarán en la memoria de todos, el padre Cantero nos ha entregado el testigo a quienes lo tratamos.

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  • el 2 mayo, 2020 a las 9:50 am
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    Acabo de ver el comentario, María Vigil. He visto el video y gracias por la información. Un saludo

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