Rafael Bailón Ruiz: «¿Irónicos, obsesivos, realistas o equivocados?»

El ser humano camina hacia el abismo, sin obediencia y sí indiferencia hacia un problema nada minúsculo. Grita, irritado, con alguna blasfemia, no dejando atrás palabras altisonantes contra quienes llevan la manija de controlar esta situación de “anormalidad”.
Si hay rebrotes, ¿qué más da?
¿Quién nos puede quitar el deseo incontrolable de fumar junto a nuestros amiguetes de turno?

¿Tampoco podemos fundirnos en efusivos abrazos, ni hacer alarde de un roce corporal extremo?

Pero, ¡esto es de locos!

¡Nos han coartado nuestra libertad de comidas multitudinarias a medio metro de distancia!
Necesito tocar la carita de mi amada, oler su pelo, susurrar al oído y otras cositas más, si bien algún inepto nos lo prohíbe (esto es lo que piensa aquel que se tomó una muestra y dio positivo).

En el balcón de mi vecino, se escucha voz en grito a su mujer, con improperios de todo tipo, así como algún mensaje que es propio de otras épocas:

¡A las barricadas!

Los jóvenes no pueden contener sus ansias de compartir cachimba (es maravilloso poner tu boca donde antes la puso tu amigo/a, así como el novio la novia), tampoco deben dejar a un lado la necesidad de celebrar un macrobotellón (son necesidades vitales).

Manoli, la charcutera de toda la vida, amenaza con hacer choricillos y otros embutidos varios, con el cuchillo en mano, luciendo un bonito collar de perlas que adorna su cuello.

Con la luna de fondo, en una plaza céntrica, hay mucho ruido de cacerolas y megáfonos (manifestantes haciendo uso de su derecho a expresarse, sin mascarillas ni las pertinentes medidas higiénicas), pudiendo divisar a lo lejos la terraza de Ramón (abarrotada y con el cartel de no hay billetes).

Bajo la basura, cubriendo mi rostro, llegando a pensar por momentos si soy el único raro (menos mal que me encuentro con la sabia Margarita, una mujer que cumplió recientemente 84 y que se vio en muchas lides).

Ayer fue el entierro de mi querido Tobías. Recé por su alma, aunque consideré apropiado no participar de forma presencial en su despedida.

Me consuela saber que no estuvo solo, aunque me preocupa saber que en dicho acto se produjo un rebrote del denominado COVID.

Pero, como digo, tal vez yo esté equivocado, teniendo que darle la razón a los que van a la batalla con el pecho descubierto, también a Manoli, el novio airado por no poder darle un achuchón a su media naranja o los que se concentran como si no hubiera un mañana (esos que parecen querer montar una “diana floreada”, al ritmo de “Paquito, el chocolatero”).

¿Será todo una conspiración?

Me siento como Segismundo, no sabiendo si lo vivido es realidad o sueño.

¡Ojalá las imágenes de los sanitarios en su lucha diaria sean una película de ciencia ficción!

Espero que el astuto Trump tenga una vez más la razón y automedicándonos podamos acabar con esa maldad siniestra. Esta cucaña de sinsentidos o la compañía del horror con los intubados rogando vencer a la muerte, ¿será una manipulación de los medios?

A lo mejor, el gran Bolsonaro tiene la receta y cuando se quita la mascarilla (tras dar positivo), nos está dando una lección de vida.

Puede que toda esta mugre haya sido creada en base a conspiraciones, nos inserten un chip con el que controlen todos nuestros movimientos y toda esta preocupación resulte ya algo obsesivo.

O quizás este que escribe no sea “el rarito”, tratando de invitar al civismo, a la cordialidad, a la actuación con cabal conciencia, a poner remedio a los males que nos acucian (con la UNIDAD por BANDERA) como han hecho nuestros vecinos franceses, portugueses, italianos y británicos (en estos países también existen partidos de todo tipo, mostrando pluralidad en el arco parlamentario).

¡Qué mis deseos no caigan en saco roto!

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