Jesús Fernández Osorio: «Del ‘Viva la Pepa’ al ‘Vivan las «caenas»’»

Abundando en algunos temas como el patriotismo y la identidad nacional, tan en boga en nuestros días, hoy nos proponemos viajar en el tiempo hasta los inicios mismos del siglo XIX para encontrar allí sus orígenes: en las ideas más progresistas y liberales que dieron pie a la Constitución de 1812. Después, el particular devenir histórico de nuestro país los conducirá a su definitiva apropiación por parte de las fuerzas más conservadoras. Al menos hasta ahora.

Los conceptos de patria o nación española, tal como muy bien explica el historiador José Álvarez Junco, en su indispensable obra Mater dolorosa: la idea de España en el siglo XIX, surgen, precisamente, en el momento en que el Antiguo Régimen se desmorona bajo los efectos de la Revolución Francesa y la posterior invasión de los ejércitos napoleónicos. Una ocupación del país que conducirá a una revuelta generalizada contra el invasor y que, años después, será conocida como la Guerra de la Independencia. Un levantamiento popular espontáneo y emocional que, con distintos matices, vendrá instigado fundamentalmente por el clero, por los párrocos rurales, que, como toda la Iglesia, estaban profundamente “imbuidos de una ideología antiilustrada y antirrevolucionaria”.

Pero, en aquellos momentos convulsos de la guerra y ante el vacío de poder, las élites intelectuales conseguirán refugiarse en la única ciudad libre de la conquista francesa: Cádiz. Allí, los liberales, en su intento de modernizar el país y de apostar por el espíritu de las leyes frente al de la arbitrariedad, conseguirán acuñar, por vez primera en nuestra historia, el concepto de soberanía nacional. Una soberanía que recaería en la nación, es decir, en el pueblo y que, además, introduciría las libertades civiles de los ciudadanos hasta entonces sólo súbditos. Unas novedosas pretensiones a las que los absolutistas se opondrán con todas sus fuerzas, por considerarlas un invento revolucionario y amparados en su idea de que “la autoridad la ostentaba Dios, y Dios se la da al monarca”.

A pesar de todo, se inaugurará el primer ciclo de las revoluciones liberales en nuestro país y el breve tránsito de la Monarquía absoluta al Estado constitucional. Una primera oportunidad que quedó recogida en la Constitución de Cádiz, la Pepa. Una denominación con la que será popularmente conocida por el día de su promulgación, el 19 de marzo de 1812 y una forma ingeniosa de sortear la imposibilidad de llamarla por su nombre; ya que llegará a estar prohibido siquiera mentarla. Y, sin embargo, una experiencia constitucional que, pese al triunfo de las ideas más liberales, seguirá manteniendo a la Monarquía como sistema de gobierno y a la religión católica como la oficial del Estado; en fiel seguimiento del secular arraigo español.

Dos años más tarde, con el final de la guerra, los liberales pedirán el regreso de Fernando VII (en esos momentos “el Deseado”). Si bien, debería acatar el nuevo marco político establecido por las Cortes de Cádiz de garantizar las libertades civiles. Pretensiones a las que el rey no pudo oponerse. Si bien, los absolutistas la nobleza y el clero maniobraron para que, con la vuelta del monarca, se restaurara otra vez el Antiguo Régimen. Para ello, idearon el Manifiesto llamado «de los Persas» (que le fue presentado por sesenta y nueve diputados de las Cortes, el 12 de abril de 1814) y la movilización del pueblo para que le mostrase su adhesión incondicional. Así, a la entrada del rey a Valencia, incluso se desengancharon los caballos del carruaje que le transportaba para ser sustituidos en el arrastre por la multitud enaltecida; en señal de sumisión plena y absoluta a sus designios. De ahí derivará la conocida expresión del “vivan las caenas”. Obviamente, con tales precedentes, Fernando VII –desde ahora el rey Felón traicionó sus fingidas promesas: anuló la Constitución de Cádiz, restauró el absolutismo e inició una implacable y feroz represión contra todos los liberales que no consiguieron exiliarse. Un periodo de vuelta a la Monarquía absolutista que comprenderá un total de seis años. Los mismos que habría permanecido el déspota en el destierro francés.

ARRIBA: La promulgación de la Constitución de 1812, de Salvador Viniegra AQUI: El 3 de mayo de 1808 o Los fusilamientos de la Moncloa_Francisco de Goya (Museo del Prado)

A pesar de su escasa vigencia, la Constitución de 1812 tendrá una gran importancia simbólica y siempre fijará las aspiraciones progresistas fundamentales, durante, al menos, todo el siglo XIX. Entre sus logros principales citaremos: fijar el establecimiento de una escuela de primeras letras en cada uno de los pueblos, garantizar la libertad de expresión política (no así respecto a la expresión religiosa) y que, por fin, se decretó la supresión definitiva del Tribunal de la Inquisición y su vigilancia férrea de la ortodoxia religiosa. Y, sobre todo, su artículo 13, que explicitaba que: “El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. Nada más y nada menos.

Consecuente todo lo expuesto, y tal como apunta el catedrático de Derecho Constitucional, Javier Pérez Royo, hasta 1931, con la Constitución de la II República, “España no ha sido propiamente un Estado constitucional, sino (más bien) una monarquía constitucional”. Todo un síntoma del sempiterno sometimiento hacia la Corona. Con el golpe de Estado de 1936, y la Guerra Civil que le siguió, los alzados en armas acabarán con el Gobierno legítimo amparados en las ya viejas ideas de patria y nación (nacional-catolicismo). Hasta llegar a nuestro último proceso constituyente, la Constitución de 1978, donde, para no ser menos, es óbice insistir en la prevalencia de la Monarquía (parlamentaria) esa que ahora se encuentra inmersa en la ciénaga de sus regulaciones fiscales y la vuelta a casa por Navidad y, por otra, la pretendida aconfesionalidad del Estado; con la siempre bendecida Iglesia católica y el Concordato con el Vaticano.

Hasta llegar aquí encontraremos, como todos saben, una historia jalonada de guerras fratricidas entre el cambio y el inmovilismo. Donde el espíritu esperanzador del “viva la Pepa” y su lucha por la libertad quedarán asociados a la expresión alegre del todo vale, del jolgorio y de la despreocupación. Mientras que la triste realidad, dentro de esa especie de fatalismo hispano de la innata sumisión del pueblo impondrá el “vivan las cadenas”; el vitorear al que te oprime y aprisiona. Hasta llegar al más soez eslogan del “viva la muerte, muera la inteligencia”.

Una tierra, esta de España, tan sacrificada como atormentada, de los eternos dos bandos de las dos Españas, si se prefiere y su recurrente tradición de rebeliones, pronunciamientos y golpes de Estado. Amenazas y hechos violentos que, en estos tiempos confusos que vivimos, se verán jalonadas con la febril cruzada, tan antidemocrática como delirante, de los que aún siguen considerando a los que no piensan como ellos de enemigos irreconciliables y, por supuesto, carentes de virtud alguna. Mientras, enarbolando la bandera del patriotismo, vuelven a espantar con las “maniobras del 36”. ¡Pobre España, siempre sumida en el peso de su pasado más negro, traidor y reaccionario!

 

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Jesús Fernández Osorio

Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).

Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.

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y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX

Redacción

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Comentarios

4 respuestas a «Jesús Fernández Osorio: «Del ‘Viva la Pepa’ al ‘Vivan las «caenas»’»»

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    Isidro García Cigüenza

    «Admirable, didáctico, clarificador y rabiosamente actual…» Así calificaría, D. Jesús, su artículo.
    Podría añadir más epítetos a su trabajo, pero sobrarían las palabras. A los hechos…, o, aún mejor…, a su mensaje me remito.
    Mi señora madre tenía una frase para tantos vaivenes y debaneos que, en los momentos de desaliento, me sirven de referencia. Ella, que pasó por por varias guerras, situaciones y devaneos políticos me aconsejaba: «Hijo, en esta España nuestra, si quieres sobrevivir y no morir en el intento tienes que saber la aguja variar…»

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      Jesús Fernández Osorio

      Es un enorme placer contar un buen compañero y gran lector que sepa agradecer de este modo lo que uno buenamente se atreve a compartir en estas páginas de Ideal en Clase. Muchas gracias, Isidro, y muy bien traídos los sabios consejos de nuestros padres, que conocieron y vivieron los tiempos difíciles en los que no era posible expresarse con libertad. En deuda con ellos debemos evitar que dichos hechos caigan en el olvido. Un saludo.

  2. Gran trabajo y visión de la España actual.
    Cierto es ,y,en relación a esas dos Españas, que lamentablemente siguen vigentes.

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      Jesús Fernández Osorio

      Muchas gracias, Rafa. Como muy bien sabes, a veces, hay que mirar atrás para encontrar respuestas a los problemas que nos acucian en nuestros días. En este caso, si ha servido para que reflexionemos sobre algunas de las cuestiones de actualidad, lo doy por bien empleado. Un saludo, amigo.

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