¡Buenos días!, amigos de IDEAL EN CLASE: les saludo de esta forma, en consonancia con el tema que hoy me preocupa y que tiene su importancia en la educación: La digna costumbre de practicar las distintas expresiones y gestos de cortesía.
La idea me surgió al hojear un pequeño librito, editado en 1901. Una joya educativa cuya lectura recomiendo encarecidamente a todos. Se titula Tratado de urbanidad, su autor es Saturnino Calleja y su capítulo VII está dedicado a las reglas de cortesía. En él se lee:
“Llamamos cortesía a las manifestaciones de respeto que tributamos a toda clase de personas que con nosotros se hallen en relación casual o frecuente; y entendemos por descortesía la supresión de esas prácticas admitidas y sancionadas por la costumbre en la vida social”.
En mi opinión, las manifestaciones de respeto se tributan escasamente en la sociedad actual, en cambio se multiplican los actos irrespetuosos. Contamos con un vehículo de comunicación excepcional para expresar unas y otros, el lenguaje. Un poderoso instrumento que usado de una forma u otra puede ser un bálsamo para la convivencia o una fuente de crispación y tensión. Lo observamos a diario en la vida política. No nos vendrían mal, principalmente a nuestros representantes políticos, unas clases de oratoria que nos ayudasen a usar el lenguaje oral de forma correcta, evitando expresiones groseras, vulgares y chabacanas, idóneas para la calumnia o el insulto, pero incompatibles con las reglas de cortesía. Siempre es posible actuar con elegancia, aunque intenten vejarnos o insultarnos. A este respecto, recordemos la anécdota atribuida a D. Jacinto Benavente, premio Nobel de literatura, que tenía fama de homosexual. Se cuenta que, un día, se encontraron en una acera de Madrid D. Jacinto Benavente y D. José María Carretero, más conocido por el seudónimo de “El caballero audaz”. Alto, de complexión fuerte, vanidoso, envidioso y buen espadachín, conocido por sus numerosos duelos, dijo contemplando al gran dramaturgo, pequeño, delgado y de barba cuidada:
-Yo no cedo el paso a maricones.
-Pues yo sí-, dijo D. Jacinto bajando de la acera, cediéndole el paso.
¡De qué forma, tan cortés e inteligente, respondió D. Jacinto a la provocación!
Volviendo al tema que nos ocupa, podemos observar que actos como ceder el paso o el asiento, respetar al maestro en la escuela, al médico en su consulta, a la autoridad pública o al empleado que nos atiende en una ventanilla, que deberían practicarse de forma habitual, hoy, o no se hacen o se hacen de forma exigua. Parece como si nos costara trabajo ser amables. En cambio, las voces destempladas, insultos y agresiones a profesionales están a la orden del día.
Me pregunto: ¿Qué ha pasado para que se hayan perdido aquellas normas de urbanidad, aceptadas por todos, para dar paso a este grado de descortesía?
Mi experiencia como docente me dice que lo que ha fallado, clamorosamente, durante mucho tiempo, ha sido la educación, principalmente la familiar, pero también la institucional y social. Los padres de posguerra habían educado a sus hijos de forma rígida y severa, conforme a la delicada situación que atravesaba nuestro país. Con la llegada de la democracia y la prosperidad se instauró un modelo económico consumista, y otro educativo laxo y permisivo, con muchas concesiones y pocas normas de conducta, muchos derechos y pocos deberes. Las relaciones paterno-filiales, basadas en la autoridad paterna en familias nucleares, fueron sustituidas, en muchos casos, por relaciones de amiguismo en éste u otros tipos de familia. Y un esquema de “Dejar hacer” se instaló tanto en estas como en las de profesor-alumno en la escuela.
Todo ello ha tenido sus efectos en el aumento de la conflictividad. Los hijos, para no perderse, necesitan percibir tanto la autoridad como la orientación de sus padres. Al igual que los alumnos la necesitan de sus maestros. La educación transforma al educando en persona. ¡Qué importante es una buena educación para conseguirlo!
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docente jubilado