Daniel Morales Escobar: «Paseo por el Albaicín más escondido»

El día 1 de julio, que empezaba mis vacaciones, decidí celebrarlo dando un buen paseo mañanero por el Albaicín. Así que, no tan temprano como la noche antes me había propuesto, por eso de las sábanas que se te quedan pegadas, me vestí con ropa fresca y cómoda, me puse un buen calzado, me eché a la cabeza el sombrero de temporada y salí de mi casa cuando todavía la temperatura era muy agradable.

Tenía en mente llegar a lo más alto del histórico barrio, pero por el camino más suave: me dirigí a la Gran Vía y desde allí, por Cárcel Baja, a Calderería Nueva. En un par de minutos estaba ya en la escalonada cuesta de San Gregorio y muy poco después hacía mi primera parada para fotos, justo antes del estrecho recodo donde se sitúa el Carmen de los Cipreses.

Carmen de los Cipreses  ::D.M.E

Continué hasta llegar a la placeta de la Cruz Verde, pero aquí me desvié de la ruta más directa para asomarme a la preciosa placeta Carvajales. Al contrario que en anteriores ocasiones, no solo estaba casi vacía de gente sino, sobre todo, ¡limpia!. También muy sombreada, por lo que la luz era tamizada, y no había el desagradable olor a maría que otras veces te aturde.

Pese a tantos alicientes, no era mi destino esa mañana y me dispuse a continuar. Lo hice por la calle del Rosal hasta el Carmen de San Eduardo; aquí inicié un nuevo ascenso por Virgen del Carmen, luego la del Almez, la placeta del mismo nombre —cubierta en parte por una refrescante bóveda de jazmín—, la estrechísima cuesta de Granadas y la calle Atarazana Vieja, que ya desemboca en el más transitado y caluroso camino Nuevo de San Nicolás.

Por unos instantes pensé tomar la cuesta de María de la Miel. Pero recordando que quizás estuviera ya terminada la restauración del altar de San Cecilio, en ese lienzo de antigua muralla que hay en el callejón que lleva su nombre, torcí hacia la derecha para dirigirme al mirador de San Nicolás y, desde él, acceder a la calle donde está el santo. No me había equivocado en mis previsiones: encontré a nuestro primer obispo y patrón en su impoluto altar, detrás de una enorme reja. Pero debo decir que lo vi con rictus serio, incluso algo “ajo”, pese al gran trabajo para dejarle el espacio como él se merece. ¿Será que se siente como preso en una mazmorra?

Imagen de San Cecilio ::D.M.E.

Como el calor empezaba a apretar y aún me quedaba un largo camino no aguardé mucho allí. Me adentré en la Puerta Nueva (o de las Pesas), hice su giro y salí al corazón social del Albaicín: la plaza Larga, donde la cafetería Pasteles, las terrazas, los comercios y los puestos callejeros eran los responsables del bullicio que se veía y del que yo quería huir. Aceleré por la calle Agua del Albayzín y me desvié a la izquierda por la angosta callejuela de San Bartolomé. En unos segundos bordeaba la iglesia de este nombre, con el imponente campanario del que hablé en un artículo anterior, y llegaba a la plaza de dicho santo (y mártir).

Enseguida atrajo mi atención un amplio graffiti al fondo de la misma: la “oración del perro”. Era la segunda vez que quedaba atrapado por una obra de tal “género”. La primera había sido, hace algo más de un año, con la “patata gestionadora de emociones”, en el paseo de los Tristes. Y ahora esta “plegaria”anónima, cargada de denuncia ciudadana pero también, y yo diría que sobre todo, de amor a los perros y de escepticismo ante los hombres.

Oración del perro, en la plaza de San Bartolomé ::D.M.E.

Breves instantes después, tras encontrar en la calle Iglesia de San Bartolomé una letrilla popular con idéntica finalidad cívica —“Haga el favor de no ser guarrete y quite la caca de su perrete”— desembocaba en la placeta Carniceros, donde se encuentra el afamado restaurante Torcuato, ¡curiosamente! con una amplia carta de pescados. Nuevamente el trajín era mayor y nuevamente yo atravesé rápido el lugar para adentrarme en terreno más silencioso, como fue la calle de San Gregorio Alto. Llegué al aljibe de Paso (o de San Gregorio) y torcí junto al mismo por la callejuela de la derecha, que hace enseguida dos recodos en sentido contrario hasta desembocar en el historicista Carmen de las Tres Estrellas. Aquí, una lápida bien alta en su fachada dice lo siguiente:

En memoria de

MANUEL FERNANDEZ Y GONZALEZ

Insigne poeta de alma granadina

Fecundo novelista en cuya obra

Martin Gil tan admirablemente

Se retrata el barrio predilecto

De los amigos de las musas

El Albaicín Famoso

Congregados estos por Afán de Rivera

En su huerto de las Tres Estrellas

Acordaron se esculpa y fije

La presente lápida el domingo

5 de noviembre del año del Señor

De 1899”.

Carmen de las Tres Estrellas ::D.M.E.

Me hago el propósito de consultar, al llegar a casa, sobre ambos y, si lo merecen, escribir un nuevo artículo para informar a mis lectores; pero, mientras, continúo por estos vericuetos del más desconocido Albaicín. Pronto llego al callejón del Conde y, subiendo, a la placeta del mismo nombre, donde el color desaparece, tornándose todo blanco. Quizás por eso me llama más la atención un nuevo y chirriante carmen al que llego justo después, el de San Pablo. Son muestras de dos gustos diferentes, pero ambos conviven en este pintoresco barrio.

Ya me queda poco para mi destino. Por la placeta de Luque desemboco en la larga calle San Luis y sigo subiendo, a la izquierda, hasta llegar a la destruida iglesia de este santo. Siempre la había divisado desde el mirador de San Miguel Alto y quería verla de cerca. Es una auténtica ruina. Casi lo único en pie es su torre, que fotografío varias veces. Pero nada informa de las causas de su destrucción, por lo que será otra cuestión a indagar oportunamente.

Carmen Amatista, en la placeta del Conde  y Carmen de San Pablo  ::D.M.E.

Es el punto y final de mi paseo. ¿O punto y seguido? Porque ahora me queda deshacer lo andado, cuando ya el calor empieza a ser muy apreciable. Por suerte, todo es bajar buscando la sombra, lo que aquí no es difícil gracias a la estrechura de las calles. Pero en la Carrera del Darro me espera otra sorpresa: me cruzo con el “hombre desnudo” de Granada, que toma el sol “como Dios lo trajo al mundo”. Nada más pasarlo me detengo y vuelvo sobre mis propios pasos: se me ha ocurrido hacerle una breve entrevista para IDEAL EN CLASE.

 

Ver artículos anteriores de

Daniel Morales Escobar,

Profesor de Historia en el IES Padre Manjón

y autor del libro  ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)

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