Rafael Reche: «¿De dónde eres? Mi pueblo y yo, Colomera por Silvia Cañete»

Dentro de mí se apiñan las vivencias tan comunes a tantos jóvenes de los años 70. Hay piedras que no ceden y recuerdos que no se borran. Una de ellas, la conocida popularmente como “mili”, el Servicio Militar Obligatorio, que hoy es pasado y forma parte de la historia de una larga época, significó un salto a otro estilo de vida de chicos que se desprendieron temporalmente de su ámbito familiar, amigos del pueblo, plegaron el mapa de España en su bolsillo para adentrarse en un universo de caras nuevas, con compañeros de otras regiones, adquirir otros valores, defender la porción de historia heredada.

La guerra fría, las dos potencias mundiales la URSS y USA, en una carrera de armas nucleares ponen en peligro la paz mundial

La guerra fría como una ola avanzaba y se hinchaba se desplegaba de oriente a occidente, el muro de Berlín una barrera entre dos partes en litigio, ante dos estilos de vida contrapuestos. La Tierra giraba convulsionada ante un posible conflicto con armas nucleares, mientras España crecía encerrada en una isla, fuera del Mercado Común y la OTAN, con un frente exterior abierto en el sur en el protectorado del Sahara con Marruecos y el Frente Polisario y con otro en el interior, un ramillete de grupos terroristas recubrían el territorio de sangre inocente: ETA, FRAP y GRAPO, un azote sin sentido de muertes.

El Ejército Español compuesto de soldados de remplazo y la Legión, defendieron el territorio del Sahara.

El territorio Nacional un freno que retenía el avance rápido de los rusos y una gran base logística para Europa. Las Fuerzas Armadas disponían de más de 300.000 hombres que servían de refuerzo y de muro de contención, en sus filas jóvenes valientes de todos los pueblos de España, hoy convertido en un ejército profesional con 80.000 hombres y mujeres.

Mientras el tiempo cierra su abanico, merece el homenaje de nuestra admiración aquellos jóvenes que se formaron durante 18 meses en el Ejército Español.

El chirrido metálico de las ruedas del tren, en su frenada me despertó, en mitad de la noche me sobrecogió la oscuridad cerrada del exterior, solo campo y negrura se divisaba desde la ventana. El silbato agudo y las señales de la linterna del teniente nos invitaban abandonar el vagón. Los cincos voluntarios del compartimento, cruzábamos las miradas interrogantes, hacia la nada, solo incertidumbre ¿Que sucedía? Los cinco chicos de 17 años que termínanos el curso de COU, cruzábamos una frontera en nuestra vida al anticipar la entrada al servicio militar.

Vestidos de paisano con el único equipaje el saco petate, aquel artilugio verde, multiuso, con una boca de arandelas que se cerraba a través de una pieza metaliza en arco, con un candado. El tren parado en un páramo, un silencio transparente roto por la pisadas sobre la gravilla de la vía, comenzamos a caminar por un sendero, el cielo nos daba la bienvenida con una fina lluvia, el 14 de octubre de 1972 en Cerro Murriano en Córdoba. Las piernas pesaban, la sangre suspendida, un letargo circulaba por el cuerpo, las palabras se congelaban, las primeras sensaciones del novato, del recluta, del mozo, que se adentraba a lo desconocido, en la mente horadaba las leyendas contadas por los más mayores, con frases ¡Cuando yo, hice la mili! ¡Aquello si era duro!

Un mundo deshabitado nos recibió en la desnudez de la noche, tenues postes de luces iluminaba la inmensidad del llano, un desierto fantasmal de largas calles y bloques de barracones que se sucedían uno tras otro.

Las puertas de un colosal comedor se abrieron de par en par, las largas mesas metálicas se multiplicaban perfectamente alineadas hasta el final, reverberaban con la luz fría de los fluorescentes. Los impávidos ojos del grupo de reclutas observaban con asombro cada detalle. Bandejas de huevos fritos, patatas y chorizo, acompañada de agua y chusco de pan, un manjar para el hambre que se precipitaba en cada uno, tras largas horas sin comer en un trayecto eterno de paradas desde Algeciras, devoramos sin contemplaciones nuestra primera cena en el CIR 4 (Centro de Instrucción de Reclutas).

A los cinco voluntarios nos separaron del resto de la expedición, a una compañía diferente. Guiados por un Cabo 1º, penetramos en una nave dormitorio, donde todos dormían en literas a derecha a izquierda, en medio, el largo pasillo tragado por la oscuridad.

Deseos y temores tiraban de mí, arropado sólo por el calor de los compañeros, latía la inquietud en aquel extraño mundo. El cabo nos indicó unos colchones en el suelo para dormir, a la mañana siguiente nos asignarían la cama y taquilla.

Mozos incorporándose al Servicio Militar con el petate como equipaje y reclutas en el periodo de instrucción en el Campamento CIR

Extenuado me arroje vestido a la colchoneta, con los ojos incapaces de cerrarse, se establecían en mis orejas el concierto de ronquidos y el crujido de las literas. Tumbados bajo la luz roja del fondo del pasillo, con los rostros enrojecidos, parecíamos espectros escapados de algún infierno. No sabía si gritar o partirme de risa. El sueño y cansancio me venció, y desperté sobresaltado con un toque de trompeta seguido de voces: ¡¡¡Diana!!! ¡¡Diana!!, anegó el dormitorio un estrepitoso ruido metálico al saltar de las literas. Fornidos hombres de 21 años, rudos en el lenguaje, de algunas bocas salpicaban tacos: ¡Me cago en…!! La hostia..! en un repaso a todo lo divino. Unas groseras expresiones que nos abrían oquedades en la conciencia moral y religiosa. Ellos nos miraban sorprendidos de ver a unos chavales andaluces de 17 años como aparecidos en medio del pasillo. La compañía formada por mozos vascos y los 5 voluntarios gaditanos. Vuelvo el rostro y no puedo olvidar mi primer día, inexorablemente pasé de estudiante a soldado.

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Mi pueblo y yo, Colomera contado por María Silvia Cañete Romero

María Silvia Cañete Romero

Realmente es una satisfacción presentaros a una mujer que conquista con sus palabras en verso y prosa. Ella tan vital a sus 50 años, desnuda la belleza de la vida, la condición de ser humano a través de sus poemas. El escribir no es transmisible por que no está hecho de recetas sino de creatividad y a Silvia, la admiro por su arte, porque nos contagia su espíritu joven. Bienvenida a este espacio compartido con tantos compañeros. Silvia forma parte de la tertulia literaria de la Asociación ALUMA.

DE DÓNDE SOY: TIERRA DE MIS ANCESTROS Y DE MI INFANCIA.

Soy de Granada. Aquí nací, aquí trabajo (soy orientadora) y aquí vivo.

Aunque el peregrinaje por diversos lugares al que nos somete la Administración cuando se aprueba una oposición de funcionarios del Estado, es más que seguro, puedo decir que la suerte me ha acompañado desde siempre, pues jamás he ejercido mi profesión fuera de la provincia de Granada.

Pues sí. Soy de Graná; así es como se dice aquí.

Granada es, como decía Manuel Machado, “agua oculta que llora…” pues no hay un rincón en sus calles, donde no susurre el verso del agua, o donde no se hayan posado los ojos de un inquieto Federico, desgranando la esencia de estas gentes y esta tierra, transformándola en Arte.

Sin duda es tierra de arte, de cultura y de contrastes… Aquí se disfruta por igual la playa y la nieve, las avenidas espaciosas y las callejuelas empedradas, el bullicio de la ciudad y la calma de la Vega, la modernidad y lo tradicional, la ciudad y el mundo rural.

Yo creo que soy un poco, una compleja amalgama de todo ello; el resultado de la historia vivida en los lugares que me han acompañado; porque cada lugar es un escultor acompañante de vida, que inevitablemente cincela y moldea lo que somos en cada momento.

Cuando pienso en las vivencias de mi infancia, los recuerdos más bonitos me llevan hasta los dos pueblos de mis padres: Colomera y Olivares.

Los dos están en la provincia de Granada, a poco más de media hora desde la capital; y a los dos los separa una distancia de catorce kilómetros; esos que recorría mi padre en moto o andando, solo por ver a mi madre en el pueblo vecino. (A falta de redes sociales en aquellos tiempos, buenos eran los caminos…y las Fiestas Patronales.)

Colomera (Granada)

Colomera es el pueblo de mi madre. Pertenece a la comarca de los Montes Orientales y es un pueblo agrícola que se dedica principalmente al aceite de oliva.

En mi familia, hemos disfrutado desde niños el contacto con el olivar en los fines de semana que el tiempo lo permitía: la recogida de la aceituna; las comidas caseras sentados en el campo tras el vareado y recogida de suelos (ensalada campera, chacinas, huevos cocidos…); el tiempo de descanso y juego, oteando el horizonte desde las ramas de los olivos y los almendros o explorando en las lindes del vecino; y la visita a la cooperativa al final de la tarde para pesar la aceituna recogida. (Todo el día era una increíble aventura.)

Vista de Colomera ::IDEAL

En la casa del pueblo, situada en la calle Oro, hemos pasado muchos días de verano.

Calle de empinada pendiente, no apta para el juego con pelotas. (…Más nos valía, si no queríamos estar corriendo calle abajo todo el día, en busca de la reincidente fugada.)

Lo mejor sin duda era estar en la calle todo el día, con la puerta abierta y la cortina echada (para que no entraran las pesadas moscas); y sentarse por la tarde en el tranco de la puerta, para comerse un trozo de pan con aceite y Colacao (…que ríete tú de las actuales marcas comerciales de “crema de chocolate”) o tomarse un pimiento verde sin tapadera (relleno de aceite, vinagre y sal) comiendo a mordiscos sus refrescantes orillas y bebiendo pausadamente el mejunje interior…

C/ Oro, en Colomera

Recuerdo ir a la vaquería en lo alto de la calle, con mi lechera de metal para traer la leche recién ordeñada; y nos relamíamos solo con pensar en comernos la nívea nata después del hervido, untada en pan con azúcar. (Una delicia.)

A la caída de la tarde, me asombraba ver la vuelta del cabrero con toda la algarabía de cabras de los vecinos, subiendo la calle en una bulliciosa (y olorosa) marea oscura, y dejando a cada una en su correspondiente cuadra. A mí me parecían todas iguales, con lo que me resultaba sorprendente que las conociera una a una, y las devolviera sin equivocación alguna; y no dejaba de reconocer todo un talento, en que un solo hombre sencillo, con su repertorio de divertidos sonidos, pudiera dirigir tan inmenso y jovial rebaño.

Colomera. Lateral de la Iglesia parroquial de La Encarnación ::SILVIA CAÑETE ROMERO

Las noches tenían encanto y misterio. Mis hermanos, mis primos, y los hijos de los vecinos jugábamos al escondite, correteando por las calles y callejones de envolventes nombres: callejón de Pimienta, Calle de la Amargura, callejón del Cuartel… Bien valía cualquier cortina para disimular la silueta y esconder la punta de los pies tras ella, cualquier frondosa maceta de la calle, o el quicio profundo de alguna ventana, oscurecido por la tenue luz de un solitario farol titilante. Los nuevos contra los del pueblo. (Y se notaba nuestra poca pericia en eso de correr como gamos, trampear, escalar, o camuflarse.)

Mi amiga Mari Carmen también era de Granada. La casa de su abuela estaba en lo hondo de la calle, y a veces coincidíamos de fin de semana en el pueblo y nos juntábamos a escalar el barranco de detrás de su casa para buscar tesoros: pedacitos de azulejos multicolores de algún derribo nos bastaban como botín. (Dos niñas de ciudad algo patosas, en busca de aventuras…)

El verano finalizaba al debutar septiembre (preludio del inicio de las clases del nuevo curso y de la vuelta a la monotonía de la ciudad) con la fiesta grande del pueblo y con la solemne procesión del 14 de septiembre en honor al Santísimo Cristo de la Vera Cruz, una talla de una sobrecogedora belleza incluso para la mirada de una niña.

¡Gracias, compañero Rafael Reche, por invitarme a rescatar tantos recuerdos!

 

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Rafael Reche Silva, alumno del APFA
y miembro de la JD de la Asociación
de estudiantes mayores, ALUMA.
Premiado en Relatos Cortos en los concursos
de asociaciones de mayores de las Universidades
de Granada, Alcalá de Henares, Asturias y Melilla.

Rafael Reche Silva

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Comentarios

6 respuestas a «Rafael Reche: «¿De dónde eres? Mi pueblo y yo, Colomera por Silvia Cañete»»

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    Diego Quiros Montero

    La casualidad hizo que Rafa y yo hayamos compartido vivencias muy similares, que comenzaron precisamente en la época que describe en su estancia en Cerro Muriano, hasta el punto de que ambos, con 17 años, fuimos voluntarios a hacer la mili, fuimos al mismo campamento y justo cuando finalicé mi instrucción en el mismo, se incorporaba él. Que bien ha descrito la situación aunque ha sido muy benévolo porque el ambiente era más hostil de lo que parece. Pero esa es otra historia. Enhorabuena Rafa por el magnífico artículo.

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      Rafael Reche

      Amigo Diego. Mira por donde, no coincidimos de casualidad en el Campamento de Cerro Muriano. La verdad que fue muy duro la convivencia con los vacos, estaban fuera de su tierra, no entendían como entramos voluntarios a la mili que suponía más meses.

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    Antonio Alcalde Castilla

    Que recuerdos de la mili yo estuve vien de cartero con una moto llevaba los partes a todos los cuarteles en Melilla y lo peor fue cuando la marcha verde a punto de licenciame todos apuntar con los carros de combate aquella marcha que era infinita y de Colomera recuerdo un sargento de guardia civil muy malo estuvo por las Alpujarra y hera temible no te multaba ni te pegaba pero si te cogía robando fruta en un cerezo o manzano mientras quedaba una cereza o lo que fuera te tenía allí hasta la última tú imaginate un abrazo

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      Rafael Reche

      Amigo Antonio. Me has recordado lo importante que eran la cartas en la mili, llegaban tacos de correspondencia que se repartía en voz alta el nombre del destinatario. Recluta Fulanito…..Presente, con una sonrisa de oreja a oreja … Carta de la novia, carta de los padres….. Que tiempos. Un abrazo..

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    Maria Exposito Mesa

    Gracias Rafael por tus escrito, evidentemente de la mili no tengo recuerdos mios pero mis hermanos si que me contaban y leyendote parece que los estoy oyendo. Gracias tambien a Silvia que esos bonitos recuerdos si que son los mios.

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      Rafael Reche

      Gracias amiga y compañera Maria, muy agradecido, por tus comentarios, aunque la mili era para hombres, al final toda la familia, amigos y el pueblo estaba implicados con los llamados «Quintos». En Linares me contaron que las familias ahorraban un dinero para los chicos que se incorporaban al servicio.

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