Daniel Morales Escobar: «Sobre el turismo y la cultura en Granada»

Ya de vuelta en Granada tras el largo paréntesis estival. Y en solo estos primeros días las experiencias han sido agridulces. Primero un calor sofocante, bajo unas nubes plomizas que nos visitaron lunes y martes. Y luego esas cosas propias del “turisteo” al que me dedico con afán en mis ratos libres en esta sorprendente ciudad. Por eso, el segundo de los días de temperaturas asfixiantes, ya a la caída de la tarde, subimos hasta el Paseo de los Tristes, buscando el frescor que ha dado fama a las noches granadinas del verano, mientras que el miércoles, muy de mañana, me fui hasta la Alhambra con la intención de visitar la exposición Odaliscas, de Ingres a Picasso, que ayer cerró sus puertas. En ambas ocasiones tuvieron lugar esas experiencias que voy a contarles.

En el Paseo de los Tristes, que es uno de los rincones más especiales de nuestra ciudad, estuvimos de pie un rato mirando —más bien ¡admirando!— la Alhambra, que ya estaba iluminada. Y cuando emprendimos el regreso vimos una mesa vacía en una de las terrazas.

La Alhambra desde el Paseo de los Tristes ::D.M.E.

Pese a sospechar que la tapa no sería la mejor, decidimos sentarnos a tomar una cerveza para terminar de aliviarnos del calor y prolongar el disfrute de la inmejorable vista. Rápidamente nos atendió un joven camarero con cierto acento en su Español. Y muy poco después nos servía nuestras refrescantes copas. Sin embargo, esa tapa que esperábamos, aunque no esperáramos gran cosa de ella, no llegó, por lo que, ya dispuestos a pagar, le preguntamos la causa de esta anomalía, dado que si algo da fama mundial a nuestra ciudad, aparte de Lorca y la Alhambra, es la tapa, inequívocamente una de sus señas de identidad. Su respuesta fue algo así como que estaba solo, por las vacaciones del compañero, y que le faltaba tiempo para lo que le demandábamos. No fui yo el que le contestó que, precisamente en un lugar tan turístico, la calidad de lo que se ofrece al cliente debe ser aún mayor que en otros sitios. Al fin y al cabo esos negocios ubicados en los enclaves más bellos —de lo que se aprovechan— son los que mejor contribuyen o más perjudican a la buena imagen nacional e internacional de Granada. De ahí que el Ayuntamiento, así como la Junta de Andalucía a través de la consejería oportuna, deberían vigilar para evitar que esto suceda. La tapa es un valor más de nuestra tierra, como dicen mis amigos alemanes, a los que les encanta salir “de tapas” cuando vienen.

Al día siguiente me propuse ver la exposición de las Odaliscas, en el palacio de Carlos V. Y fue una gozada. De esas que de vez en cuando pasan por aquí y te reconcilian con nuestras instituciones. Han sido solo cuatro salas; y los artistas más prestigiosos de los que se han podido ver obras han sido cuatro también: Ingres, Delacroix, Matisse y Picasso. Pero lo más interesante ha estado en los “secundarios”, es decir, en varios pintores italianos y franceses menos conocidos —o desconocidos para mí—, todos del siglo XIX, que desde ahora tendré en cuenta, como Cesare Biseo, Domenico Morelli, Georges Jules Clairin, Léon-François Comerre,… Por eso, a quien se haya perdido la exposición, le recomiendo la búsqueda en libros o en la red de las siguientes obras que han formado parte de la misma: “Las favoritas en el parque”, un luminoso óleo de Biseo, de los que te llaman la atención desde lejos y tiran de ti para que te acerques. “La sultana y las esclavas volviendo del baño”, de Morelli, tiene también algo especial: quizás el contraste entre el colorido de la comitiva y la monocromía del lejano fondo urbano, gris e imperceptible, como atravesado por una espesa tormenta de arena. En tercer lugar, una acuarela de Clairin, pequeña pero enormemente atractiva, por su sencillez, de “La Sala de las Camas de la Alhambra”. Y, finalmente, otra visión “nuestra”: “Un rincón de la Sala de los Baños de la Alhambra”, óleo de Comerre realizado hacia 1890 y que es una prueba más de lo magnética que ya resultó nuestra ciudad para escritores y artistas foráneos de hace dos siglos.

Ingres, “La pequeña bañista (detalle)”. Museo del Louvre, París. ::ABC

H. Matisse, “Odalisca en una butaca negra”. Colección particular :: ABC.

De los más famosos antes citados me quedo, por su erotismo, con un pequeño desnudo que Picasso realizó en Saint-Tropez el 30 de agosto de 1951 sobre una humilde hoja de bloc. Muestra una “Odalisca” que está dibujada con un trazo muy simple de grafito en su totalidad excepto el pubis, intensamente destacado a base de rizadas líneas negras y un difuminado del mismo color. Ha sido una obra prestada por el Musée National Picasso de París.

Picasso, “Mujer con pandereta”. Museo de L’Orangerie, París :: ABC

 

Picasso, “Mujer desnuda con gorro turco”. Centro Pompidou, París :: ABC.

Salía tan contento de la exposición que decidí tomarme algo en el viejo quiosco que hay delante de la Alcazaba, donde te ponían, cuando yo era niño, el agua más fresquita de “Graná”. Ya en su mostrador pedí un batido de chocolate y un vaso de agua. Y pensé sentarme, a la sombra, en el banco de piedra que está solo a un par de metros. Le pregunté al camarero si era posible y, ante su respuesta afirmativa, tomé ambos vasos y me volví para dirigirme al asiento. Pero nada más darle la espalda me soltó —¡este sin acento!— que le debía dos euros, es decir, que los abonara antes de dar un solo paso más. Así lo hice de inmediato, descargando de nuevo mis bebidas en el mostrador, pero haciéndole ver que desde luego pensaba pagar mi consumición y que por eso mismo le había preguntado previamente si era posible que me sentara donde le había dicho.

Quizás uno esté susceptible, pero su innecesaria petición de pago me arruinó el sabor del “pulevín” y templó el agua. Durante unos instantes pensé que estaba una vez más frente a un caso verídico de la legendaria “malafollá granaína”, pero al final llegué a la conclusión, recordando también lo sucedido la noche anterior, de que se trataba de algo mucho más simple: un episodio más de escasa profesionalidad o de inadecuada atención al cliente, lo que por aquí ocurre con excesiva frecuencia.

En suma: mi enhorabuena a la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía y, específicamente, al Patronato de la Alhambra y Generalife, por tan magnífica exposición sobre las Odaliscas y, por el contrario, mi queja, en forma de suspenso sin paliativos, a esos establecimientos de hostelería, que estando en los mejores sitios de Granada, estropean con su trato la imagen turística y cultural de nuestra ciudad.

 

Ver artículos anteriores de

Daniel Morales Escobar,

Profesor de Historia en el IES Padre Manjón

y autor del libro  ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)

 

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