Antonio Bolívar: «La escuela en este escenario inédito: lo que hemos perdido, lo que podemos ganar»

«Cuando la escuela vuelva a la nueva normalidad, es probable que se impongan las reglas habituales, tras este paréntesis. Pero está en nuestras manos, como posible, que aprendamos de esta crisis»

Ahora que, con la vuelta a la escuela, estamos añorando la plena “normalidad”, conviene repensar las lecciones aprendidas de esta experiencia inédita provocada por el COVID-19. En principio, fue una decisión valiente y oportuna en nuestro país, tras el estado de alarma, no cerrar las escuelas, cuidando todos de la seguridad, a pesar de las difíciles circunstancias. Además de que ahora, en este curso, sabemos gestionar mejor la pandemia, ello ha redundado en un reconocimiento y valoración de los docentes, al tiempo que restablecer alianzas entre familias y escuelas, junto con la comunidad local. “Solos no podemos” se ha hecho realidad tanto para unos como otros.

El impacto directo causado por la pandemia en el aprendizaje de los escolares con el cierre de tres meses ha sido menor que, en países iberoamericanos (como México), donde las escuelas han estado cerradas hasta 17 meses. Otros efectos negativos, pero no menos importantes, han sido los modelos híbridos con clases presenciales y a distancia u online, así como -sobre todo indirectos- socioemocionales (motivación, desenganche, abandono, salud mental, etc.). En todos ellos la casa no es (ni puede sustituir) la escuela, y cuando se aprende en casa, más se reproducen y agudizan las desigualdades de partida en contextos complejos o zonas desfavorecidas.

Aunque pueda parecer irónico, en estos tiempos brutales para alumnado y profesorado, quiero destacar la otra cara positiva de la pandemia que -sin duda- la ha tenido. Así, es evidente, como señalábamos, ha acontecido una revalorización y reconocimiento de la labor del profesorado, en paralelo a otros oficios dedicados al cuidado de la salud, justamente cuando más falta hacía. Ha suscitado respeto y admiración por el trabajo difícil y vital que hacen los maestros en estos tiempos turbulentos. Cuando casi todo estaba cerrado, ahí estaban los docentes con las escuelas (y sus ventanas) abiertas. Es preciso, antes que el paso del tiempo lo pueda hacer olvidar, apoyar a la docencia como tarea esencial, donde el número de alumnos por clase importa (como se ha evidenciado trabajando con grupos más reducidos). Las condiciones de trabajo de los maestros son las condiciones de aprendizaje de los niños y, como ha sucedido, debemos hacer todo lo posible para ayudarles en sus esfuerzos.

En lugar de preocuparnos por el aprendizaje que se ha perdido durante la pandemia, debiéramos también centrarnos en lo que se ha podido ganar. La disrupción que ha supuesto el aprendizaje a distancia, también ha ofrecido -como su envés- una oportunidad única para que los docentes se replanteen los contenidos habituales y valoren otros tipos de aprendizajes más profundos. Al no poder cubrir todo el temario, es preciso dilucidar lo que, en verdad, es relevante. Mitigar el efecto de las pérdidas de aprendizaje, por aquello que son aprendizajes claves, no superficiales. Los docentes han debido repensar qué conocimientos y competencias estaban recibiendo los alumnos y, por extensión, de ellos, cuáles son imprescindibles o clave, que todo alumno como ciudadano debe dominar, para no correr el riesgo de ser excluido. Es muy probable, como señala Reimers, que estas preguntas sobre los objetivos de la educación y los medios para alcanzarlos sea algo que se ha ganado y permanezca.

Otra lección para la educación que ha evidenciado la pandemia es que la desigualdad sobredetermina la labor de la escuela. Lo sabíamos, pero ahora lo hemos visto aflorar en nuestras alumnas y alumnos. COVID-19 ha funcionado como una radiografía, exponiendo las líneas de falla ya existentes: pobreza y desigualdad económica, acceso desigual a Internet de alta velocidad y computadoras, y recursos inadecuados para los más necesitados. Las llamadas a las familias para que se aseguren que sus hijos no se queden atrás, solo aumentaron las desigualdades ya existentes. Algunos padres tienen el tiempo, los recursos y la educación para supervisar y apoyar que sus hijos sigan las tareas del plan de estudios, tal vez incluso que salgan adelante. Como se decía desde hace tiempo, la escuela no puede resolver todos los problemas de la sociedad, pero es un lugar donde podemos reconocerlos. Y hemos visto su correspondencia con la situación social de las familias en cada alumno.

Una tercera lección de la pandemia ha evidenciado es que, dado que la pandemia ha sido global, la ciudadanía escolar no puede construirse solo en el plano nacional, como en la modernidad; se precisa una refundación de la escuela pública, como dice Fernando Reimers, o una nueva ilustración global, como ha planteado Markus Gabriel. En este marco, tras la crisis actual de sostenibilidad del planeta, los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) han adquirido una nueva actualidad en un currículum “post-covid” para educar a la ciudadanía. La Oficina Internacional de la Educación (BIE) de la UNESCO ha analizado y propuesto en qué medida esto supone reconceptualizar y reposicionar el currículum para el siglo XXI en un cambio de paradigma global, en una perspectiva sistémica. Nuestra actual propuesta curricular en la LOMLOE, como resaltamos en estas páginas, quiere recoger como perfil de salida de la escolaridad obligatoria, junto a las competencias clave, estos grandes retos del siglo XXI como “impulsores clave” del cambio curricular en el siglo XXI (cambio climático, otra concepción del desarrollo, etc.), más de actualidad, tras las lecciones aprendidas con la pandemia.

En fin, la crisis actual con motivo de la pandemia, como dice Reimers, puede suponer un amplio potencial de innovación latente en nuestros sistemas educativos; un potencial que, bien orientado, contribuya a renovar estructuras jerárquicas y modos de hacer conformistas. Cuando la escuela vuelva a la nueva normalidad, es probable que se impongan las reglas habituales, tras este paréntesis. Pero está en nuestras manos, como posible, que aprendamos de esta crisis. Con toda la gravedad que tiene la pérdida de aprendizajes, concentrada en los países y alumnado más vulnerable, podemos reorientar la educación, aprovechando lo que podemos ganar. Es el momento de establecer un “new deal” entre la escuela y la sociedad, como ha propuesto Darling-Hammond; o un nuevo “renacimiento” de la educación tras la pandemia global, como reclama Reimers.

Publicado en “Escuela”,  28/09/2021

 

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Catedrático de Didáctica y Organización Escolar

Universidad de Granada

 

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