El día se prometía espléndido. En la calle recién regada, se formaban pequeños riachuelos hacia el imbornal más cercano, aprovechando el declive urbano de la zona. Por el rail del tranvía de la línea: Caleta/Bomba, discurren chorros de agua que parecían disfrutar el deslizamiento por los entresijos de su ranura férrea.
Un gran arco, formado por el agua de la manguera, hacía que ésta llegará más lejos, El regador demostraba maestría y de hábil manera evita mojar o siquiera salpicar a algún transeúnte.
Ahora baldeaba y terminaba, junto al Puente Blanco del granadino río Genil. Alguien me dijo alguna vez, que siempre comenzaban a regar por la parte alta de las calles para evitar, si al contrario lo hacían, que se volvieran a ensuciar.
Se presentaba limpia la ciudad, un agradable olor a humedad impregnaba el ambiente, se respira sosiego, algo invitaba a pasear despacio, pisando el asfalto refrescado con agua, de la Sierra.
Las aceras, apenas ocupadas por gente; los más, vistiendo ropa adecuada a la jornada. Se dirigían a misa. Las damas con su velo, tocadas con gracia, los caballeros gastando su sombrero nuevo, propio de los días festivos.
Era domingo, el trasiego de coches era inexistente, algún carromato que con pan y tortas calientes se dirigía a cafés y pastelerías cercanos. Despertaba en los viandantes hambre y deseo por el aroma que dejaba el carro del pastelero.
Y, aquel despabilado muchacho de reparto, que visitaba portales buzoneando y pregonando IDEAL a todo aquel que le quisiera comprar: “¡¡…IDEAAAL…últimas notiiicias…!!”. Su voz rebotada en los nobles edificios y rompía la calma de la mañana rivalizando con la del vendedor de “iguales” de la esquina de Costales
Dos agentes de la Policía Municipal, ya vigilaban la tranquilidad de la calles, prestos y atentos para franquear el paso de algún coche que pudiere pasar al tranvía que en la próxima parada se acercara.
Unos saltarines y escandalosos gorriones se bañaban en una de las piletas de la Fuente las Batallas, que ya lanzaba sus chorros, simulando disparos y repartía agua muy fina, cual niebla, que parecía el humo de la incruenta batalla que daba su nombre a tan célebre monumento.
Serían, no más de las nueve y cuarto de un domingo de los últimos días de abril. La ciudad aún dormía. Un autobús, rotulado con: “Cia. de transportes, Málaga”, junto a la venta el Ventorrillo, se disponía a aparcar; no muy lejos de Puente Romano.
Ocupado por viajeros excursionistas, que la ciudad de la Alhambra venían a visitar. De Málaga proceden a pasar una jornada en la ciudad nazarí.
Parejas de mediana edad, algunas con niños pequeños, bebés. Dos o tres, no más, era su pueril compañía.
Según bajaban del vehículo, un tanto alborotados y de extraño comportamiento con gestos y aspavientos, pero no incorrectos; sus altos y chillones sonidos guturales atraían la atención de las personas que junto a ellos pasaban los cuales mostraban su extrañeza de tan irregulares maneras quedando algo asombrados e interrogantes, para si se preguntaban qué les pasaría a aquellas gentes.
Todo quedó aclarado cuando algo más organizados y tranquilos, enfilaron hacia el puente, dirección a Puerta Real, por Carrera de la Virgen, haciendo una larga y poco uniforme hilera, “charlando” y manoseando de tal manera que, fue entonces cuando aquellos extrañados paseantes vieron y comprobaron con cierta sorpresa que todos eran sordomudos.
¡Lo eran!, todos, menos el conductor y un responsable de viaje. Pertenecientes a una Asociación de sordomudos de la vecina Costa del Sol.
Disfrutando ya de la ciudad y transmitiendo entre sí las bellezas de la misma, con su lenguaje de signos y sus sonidos guturales. Lo que les obliga a estar atentos y mirarse entre interlocutores para escucharse y ver que se dice.
Avanzaban, en, cada vez más estirada, hilera y al llegar al cruce de Puerta, Real Reyes Católicos con Calle Mesones, entraron por ésta, en su animada caminata, no se sabe por qué así lo hicieron, si a la Alhambra se dirigían, andando, por cuesta Gomérez.
La entrada en la estrecha calle Mesones, hizo que los ruidos formados por aquellas personas aumentará en decibelios por sus ecos, así como se organizó un pequeño revuelo al pararse algunos y formar cola para comprar “iguales” de aquel vendedor, que en la fachada de Costales los pregonaba y vendía: “¡Iguaaales para hoyyyy!” “¡Dos iguuuales me quedaaan!”.
Delante, haciendo cabecera de la larga fila de visitantes sordomudos, donde caminaban varias mujeres que en cierta manera “dirigen” el grupo sin ser las organizadoras ni responsables del mismo, sino las más habladoras, las más activas y más avezadas.
En un momento determinado, ¡que sería fatal!, por las circunstancias especiales que conformaban el grupo. Una de aquellas señoras que caminaba en la cabecera empujando un carrito de bebé de pocos meses. Considerando que ya lo había transportado un trecho, miró hacia atrás buscando dónde estaría el papá del niño, su marido. Allá atrás a unos veinte metros lo vio y quizá creyó que a ella también él la observaba y con su peculiar lenguaje de signos y en la distancia que entre ellos había, le transmitió que cogiera el carrito del niño y lo llevara un tramo por estar ya ella cansada. Dado el aviso a su esposo, la señora y amigas siguieron caminando hacia Bibarrambla. Los compradores de iguales hicieron igual siguiendo al grupo que en el Zacatín entraban, con la misma algarabía que hicieran todo el que llevaban recorrido.
Los atractivos y bien montados escaparates de Zacatín hacen que el grupo cada vez más se estirara y de más irregular manera avanzara, creando ya una sucesión de subgrupos que si bien, llevaban el mismo camino ya le desconectaban en cierta manera de los demás componentes. A pesar de reagruparse algo en el semáforo en rojo para peatones de la calle Gran Vía, aun quedaban algunos en los escaparates de Zacatín, distraídos.
Acompasaron sus pasos, cayó algo el ritmo, la empinada cuesta de Gomérez así lo impuso.
Con vistas ya a los bosques frescos y verdes del palacio nazarí y cruzando la Puerta de las Granadas estaría el grupo, cuando un muchacho de unos dieciséis, más o menos, años. Todo demacrado, y dando voces de advertencia, dobló la esquina de Reyes Católicos con Plaza del Carmen, donde supuso, muy bien que, habría agentes de policía de la Guardia Municipal prestando servicio de vigilancia y seguridad al ayuntamiento.
Estos de forma inmediata se pusieron en guardia y fueron a atender al joven que vociferaba, llegados a él la pareja de agentes de servicio de puertas, a los cuales ya acompañaban algunos otros que se sumaron al oír los avisos de aquel. Le invitaron a entrar rápido y le dirigieron al departamento del equipo de Atestados de la entonces llamada Policías Municipal e invitándole a hablar, manifestó que su madre había quedado a la entrada de calle Mesones, al cuidado de un carrito ¡con bebé! que allí se encontraba abandonado. Lo repitió varias veces, todo nervioso y alterado.
De inmediato se activaron los protocolos. Un mando instructor ordenó a sus subordinados dar aviso a las emisoras de radio de la ciudad con las características del cochecito y bebé. A la incipiente formación de Protección Civil de Granada. A los coches patrulla que había disponibles en aquel momento. Todos salieron a intentar esclarecer algo de los hechos. Tres agentes ya habían sido comisionados, para que se personaran en el lugar, se hicieran cargo del hecho, procedieran al acotamiento del mismo, identificación de testigos y aseguramiento de pruebas.
El bebé fue trasladado, de inmediato, a las dependencias de la Policía Municipal, a la espera de acontecimientos, de esclarecimiento de los hechos y como última actuación entrega del menor a los Servicios Sociales. Cosa que nadie quería ni deseaba, el bebé ya se había hecho querer.
Entonces Granada, ciudad más pequeña y menos poblada, que pueblo pareciera en algunos momentos puntuales. Se reunió tanto curioso en calle Mesones o plaza del Carmen que la concentración pareciera la de la Toma o los Reyes Magos o alguna de similar trascendencia.
Todo el mundo preguntaba a los agentes: “Habéis encontrado ya a los padres”, la preocupación por el pequeñín era unánime.
Pasó un tiempo. Para los entregados policías de la Guardia Municipal, muy largo. Aquello le caló muy hondo y se emplearon todos a fondo en su protocolo de servicio.
También fueron avisadas las demás fuerzas policiales. Todo Granada buscaba a sus padres. Todo Granada se interesaba por el pequeño malagueño que en esa mañana había venido a Granada a vivir, sin sentir, una aventura. Que todo el mundo rogaba a lo Divino que terminara bien.
– ¡¡Atención, atención!! … ¡¡Aquí patrullero M4 para Central de mando!!…
– ¡¡¡Adelante M4, para Central de Mando!!! ¡Central de Mando a la escucha!…
– ¡Servicio cumplido y resuelto!, ¡todo sin novedad!… encontrados e identificados los padres del bebé… Nos dirigimos a Jefatura con los mismos… ¡corto!.
– Aquí J1 para todas las unidades, servicio resuelto, termina protocolo de actuación, para unidades de calle… ¡corto!
La alegría de la resolución del hecho, aquella mañana de domingo granadino, fué motivo de alboroto positivo, todos se felicitaban a la espera de la llegada de los padres del bebé a Jefatura. El mando ordenó que a la llegada del patrulla, fuera vigilada y asegurada la presencia de los padres…algún desalmado había vociferado alguna frase improcedente, contra los padres del niño.
¿Qué pasó? ¿Cómo pudo ocurrir que se dejaran sobre la acera abandonado el carrito del bebé con el niño en su interior? Les preguntaba una y otra vez, el instructor del atestado que se instruía,de los hechos, para el Juzgado y Fiscalía, sin pensar, el que las preguntas hacía que, aquellos no podían hablar, ni oían.
Los padres no dejaban de abrazarse, de besar a su niño y con sonidos y movimientos propios de su estado, llorar y lanzar besos al aire con sus manos y un tanto alborotados a todo agente de policía que a su altura se ponía lo llenaban de abrazos y besos, esa era la única forma que de expresarse tenían.
El resto del grupo a los pocos minutos llegó a la puerta del Ayuntamiento, sede de la Jefatura de Policía Municipal. Los dos agentes del servicio de puertas, identificaron al conductor del autobús y al responsable de la excursión, “los dos hablaban y los dos oían”, fueron invitados a entrar en el Departamento de Atestados y allí preguntados, a ellos que podían, narraron el por qué había pasado aquello que conmovió, una entera mañana, a casi toda la Ciudad de Granada.
El conductor, hombre despierto y de palabra ágil y clara, comenzó a relatar al instructor qué fue lo que ocurrió para que el niño quedara solo en la acera de una calle de la ciudad..
Mire, Sr. agente, nada de maldad o mala intencionalidad, en el hecho, ha habido por parte de nadie, ni de padres ni de ajenos que hayan querido hacer mal. Todo ha sido debido a su estado, que por no poder hablar y solo entenderse por gesticular, ha pasado todo. Yo le explico señor: La Madre, una espléndida mujer pero sordomuda como puede ver, al igual que el padre y todos los que hoy traigo en el autobús, se entienden solo con el lenguaje de signos, esto les obliga a estar pendientes y fijos viendo los movimientos que estos hacen con su interlocutor. Ello ha llevado a que cuando la madre, en esa calle que dicen Vd que se llama Mesones, miró para atrás para encargar a su marido cogiera por un tiempo el carrito, tras haber enviado, por signos y a distancia, el mensaje, ésta pensó que su marido lo había captado y es por ello que sobre la acera dejó el carrito, presumiendo que, su marido, que a corta distancia ya venía,se haría con él y le tomara y llevara por unos instantes.
Por desgracia, señor agente, no fue así, sino que el padre sin haberse enterado de nada, pasó junto al bebé con otro amigo charlando con sus signos y, sin apercibirse de nada continuó su camino, en la creencia de que su esposa lo llevaba. ¡Que era lo mismo que ella pensaba!.
Como puede ver sr. todo ha sido causa de su lenguaje de signos, de su alegría eufórica del viaje, ya que salen poco y, de un fatal cúmulo de circunstancias que, ha sido causa y razón de esta gran irritación que todos hemos pasado hoy en Granada.
Así lo entendió el instructor de las diligencias confeccionadas y así lo transmitió a la Judicatura y Fiscalía.
Salió el instructor, dio novedad al jefe del Cuerpo de la resolución, quedando enterado y así fue como nuestros amigos malagueños vivieron una triste aventura en Granada, pero habrán de volver otro día, que seguro será más feliz, si quieren ver La Alhambra.
Malagueños, Granada os espera, para que con su encanto y belleza os borre las lágrimas y tristeza de esta amarga historia que hoy nos relatan.
Relato este, de primera mano, porque el que ahora lo narra fue el instructor de aquellas diligencias que a la Judicatura y Fiscalía mandó por normativa legal, para su sola constancia y archivo.
Granada, octubre de 2021
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