Gregorio Martín García: «La Candelaria, tradición, cultura, fuego»

Como consumados alpinistas o como poco, al menos de los que senderismo hacen, tres éramos subiendo por la falda de la sierra, la de Benalúa de las Villas digo, por su parte suroeste y tras el ventorro de la Emilia, que es como siempre se llamó y no como ahora que el nombre por el de Cochero se cambió. Pandeando hacia arriba y paralelos al carril de Marinavega.

Marchábamos algo rápidos. Los días eran cortos aún y no queríamos que nos anocheciera, sentiríamos algo de miedo al campo y sus penumbras y a llegar a casa tarde con la consiguiente reprimenda de nuestros señores padres. Habíamos de cuidarnos en este tema. Teníamos libertad para que con mesura andar y estar por doquier parte del pueblo, pero con el gran cuidado de estar siempre bajo control de nuestros progenitores. Gozamos de plena libertad, pero habíamos de saber administrar bien si no queríamos problemas en nuestros respectivos hogares.

Recuerdo con gran satisfacción aquella libertad de que disfrutaba siendo aún niño, el mundo parecía más grande gozando de su amplitud. Según caminábamos nos desplazamos hacia nuestra izquierda en un grado superior de ascenso, sobre nosotros más arriba estaba el Morrón, lo que lo hacía más dificultoso, entre aulagas, tomillos y romeros. Nos movíamos en monte bajo, con suelo de guijarros sueltos. Aún no habíamos encontrado lo que veníamos a buscar.

A pesar de ser un postrer día otoñal hacía una agradable brisa que ascendía de las vegas y huertas de La Angostura y del cercano río Moro ya próximo a juntarse con el del Saladillo. Lugar que daba nombre al conocido cortijo de Las Juntas, por aquello de la desembocadura de los ríos. Su serpenteante bosque de ribera marcaba el camino hacia la vecina Colomera, sus hojas ya amarillas de toda su arboleda caían moribundas cual bandada de aves al suelo, habiendo sido despojadas del tallo donde crecieron y donde habían cumplido su misión clorofílica aportando al ambiente oxígeno que enriquece la brisa fluvial. A nuestra derecha y como reina de la colina que ocupa, el Cortijo de la Angostura, así en el pueblo nombrado, cuando en realidad es el plural el que debe sonar en su nombre y de forma oficial le habríamos de llamar: Cortijo de Las Angosturas.

Cortijo de Las Angosturas, nevada. Toma desde la falda de la sierra

La tarde era espléndida, yo ascendía rápido a la par que observaba muy atento como el sol lento por el lejano horizonte amenazaba con ponerse y mandar a cubrir el cielo con el manto oscurecido de la noche. Temía esto, pero era más maravilloso ver la estampa que me ofrecía aquella tarde, ya más fría y, que se preparaba para la larga noche con luna medio crecida del cuarto creciente. Un par de enormes grajos de negra estampa, se descolgaron volando de los tajos que había tras de mí, sus graznidos hicieron que diera un sobresalto, se perdieron hacia el manchón de Carboneros a la par que una bandada de pájaros, que yo no muy entendido, identifiqué con grajillas, que de sur a norte el cielo cruzaban con su ruidoso grajeo, claramente en busca de sus dormitorios o nidos allá por la sierra del Trigo, del Noalejo o Tajos de Marchales.

Hermosa mata de alhucema de los montes de Benalúa de las Villas

Maravillándome de esta belleza yo me hallaba cuando uno de mis compañeros que delante de mí avanzaba, gritó contento, ¡Aquí está! ¡Aquí! Claro, si yo me acordaba del año pasado… ¡Venís!, nos dijo. Hay mucha y muy buena y aún está verde y desprende mucho olor. En este preciso instante yo estoy más pendiente que el sol escondía ya más de la mitad de su gran disco tras los elevados montes de las fincas del Santuario, camino seguía como hiciera siempre desde miles de millones de años. La Gran Providencia quiso que un día de esa millonésima cifra, qué era aquel, fuera yo desde ese preciso punto admirador de tanta belleza. Todo está medido, todo calculado y así marcha avanza y desarrolla la Naturaleza dirigida y mandada por Él.

Ambos comenzaron a recolectar lo que con tantas ganas habíamos venido a buscar, cuando estuve a su altura comprobé el gran rodal de alhucema y pude disfrutar de su intenso olor que penetraba en mi pecho a grandes bocanadas fruto del cansancio de la ascensión que me obligaba a agitar mi respiración. Y a la par comencé a cortar aquellas matas de alhucema que me daban cierta tristeza cortar por lo bella y bien formada en armonía y conjuntada con el paisaje y espacio que le rodeaba.

Pensamos que era tarde y si entreteníamos la llegada al pueblo sería de noche, algo que había de evitar por todos los medios. De pronto y de común acuerdo paramos la recolección de alhucema y diciéndonos a gritos… ¡otro día vendremos! Emprendemos un rápido descenso no exento de bastante peligro.

Piara de cabras

Llegábamos a la entrada del pueblo al mismo tiempo que el cabrero daba suelta a la gran piara de cabras que venía del mismo punto que nosotros, de hacer sus pastos. Cada cabra por instinto tras darle suelta iba cada una a su casa donde les esperaba el ordeño.

Pasados unos días y ajustando más los tiempos conseguimos cada uno un gran haz de buena y fresca alhucema que todos orgullosos con nuestra carga dejamos en el pajar de mi amigo Pepe.

En la escuela del siguiente día nos jactamos con los demás amigos de la gran carga de alhucema que trajimos. Nos prometimos no decir a nadie en donde la habíamos recolectado previniendo la de futuros años. Alguno de los tres se hubo de rajar y cantó porque al poco todos sabían del mejor “rodal” de alhucema de todo el pueblo y sus contornos, lo mermaron y a mí me enfadó doblemente. Sentí pena de casi su total corta, así como pensar que el próximo año no habría tanta y tan buena.

El dos de febrero estaba próximo, día de las candelas o como en Benalúa de las Villas decíamos y aún se dice: Día de la Candelaria por ser el de Nuestra Señora de la Luz.
Jóvenes, menos jóvenes y sobre todo los niños se preparan para tan singular día. Hay los que leña en cantidades supinas amontonan, los de pastos e hierbas parecidas a la alhucema y que se usan para hacer escobas para la era de trilla y que en nuestra villa llamamos vulgarmente “cagaperro”. De esta la había en más cantidad y su recolección era más fácil, pero la mejor por su gran olor en mata y ardiendo era, sin duda, la alhucema de la que nosotros nos habíamos preparado bien.

Faltaba, hacer las teas o antorchas con los distintos elementos recolectados y así cada uno se ponía a hacer sus “manchos” que era como en realidad allí llamábamos. Ello consiste en hacer grandes manojos y liarlos con ramales en forma de espiral, desde la parte de abajo por donde habíamos de prender, terminado muy fino arriba con un trozo de ramal dejado como agarradero seguro. Este sistema no era bueno. Al prender el atadero primero quemaba y toda la cuerda desliaba y desbarataba el mancho. Un año nos inventamos en vez de atarlos con largo ramal y una espiral hacer con este en su atado. Cortamos trozos de cuerda de unos cuarenta centímetros y los atamos anillados a nuestras “obras de arte” los manchos de la contienda. La importancia que nos dábamos y el orgullo que sentíamos era paralelo al número de manchos que tenías, a lo grueso de estos y si estos era de cagaperro o de alhucema olorosa.

Niños queman “manchos” o antorchas de alhucema. Día Candelaria

Aquella tarde del dos de febrero, tanto a ella se adelantan que aun siendo todavía mañana ya comenzaban a aparecer los participantes de tan fogosa fiesta, los identificarás porque las madres a los más niños los disfrazaban de ropas viejas para evitar las quemaduras de las más buenas, así como evitar, al vestir aquellas más recias, quemarse ellos. Cosa que también hacían los mayores con las mismas precauciones y así todos tener libertad para actuar entre manchos ardientes y grandes lumbres de montones de brasas formadas por altísimas y luminosas llamas.

El pueblo se encendía, ya menos que antes, por el desgaste y sobre todo por esas otras cosas de ahora que con las de antaño están terminando. La diversión de una noche de Candelas y manchos ardientes disparados al cielo y esperar su caída para por su lado bueno cogerlo y volverlo a lanzar, no es comparable a un niño en el sofá con su móvil jugando y su tablet comunicando con aquel otro que igual de aburrido bosteza y espera de aquello ¡nada! qué es lo que les proporciona.

Quema de grandes lumbres. Día Candelaria

La puesta de sol era el comienzo para encender alhucemas, lumbres y fuegos que de nuestra aldea hacía poco a poco estampa iluminada con cientos de puntos que en la noche brillaban. Vista desde la Cará, El Monzón o el Santuario, inolvidable panorámica presentaba con nerviosos manchos volantes con estela de chispas desprendidas y las grandes lumbres con enormes cúmulos de humo formando grotescas figuras de enormes monstruos amenazantes.

Noche de fuego, purificación de lo malo, Noche de luz por llamas formada. Noche embrujada de miles tradiciones preñada. Laberinto de luz, laberinto de fuego. Y mil personajes del puro crisol pendientes de ver fluir lo sano. La noche culmina lo malo desaparece el humo se esfuma la tranquilidad de la noche viene. La alterada velada con sus algaradas hunde almohadas y adormece cuerpos vencidos por los cientos de movimientos enfebrecidos y endiablados bailes y risas. Purificados por el fuego y los males enterrados en el mar de cenizas que llenan plazas y calles, donde hace unas horas ardía todo lo a él arrojado. Todo cumplido con la tradición de siempre, Benalúa descansa, Benalúa duerme. Benalúa en silencio espera el alba para seguir cumpliendo con la ley de vida traída desde aquellos que antes vivieron y que como nosotros ahora escribieron en el papel de los tiempos las vivencias de ellos que son estas, las mismas que ahora tenemos.

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado Policía Local de Granada

y autor del libro ‘El amanecer con humo’

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2 comentarios en «Gregorio Martín García: «La Candelaria, tradición, cultura, fuego»»

  • el 21 febrero, 2022 a las 2:51 pm
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    Mis felicitaciones D.Gregorio por este articulo que como todos los lunes espero con avidez , curiosidad e incertidumbre. Tu escrito sobre » La candelaria» , tan arraigada en nuestras costumbres, es una » master class» de pura etnología, un compendio de nuestras costumbres ancestrales es por ello por lo que lo animo a seguir , como todos los lunes a seguir publicando sus entrañables y bien documentados recuerdos.

    Un grato y cordial saludo

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    • el 22 febrero, 2022 a las 10:55 am
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      Sr. José B. gracias por sus gratas palabras. Todo mi agradecimiento y reconocimiento.

      Un saludo.

      Respuesta

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