Daniel Morales Escobar: «Los tesoros artísticos ocultos de las Mercedarias»

El pasado 26 de mayo, mientras la corporación municipal granadina se preparaba para los actos de homenaje a doña Mariana Pineda en la plaza que lleva su nombre, un grupo de interesados en todo lo que nuestra ciudad tiene de historia y de riqueza artística, capitaneados por la inspectora de Educación Encarnita Moreno, nos dirigimos al colegio de las Mercedarias, en El Realejo, para conocer los baños árabes que este centro escondía en sus sótanos hasta que unas obras en 1984 los sacaron a la luz.

Poco podíamos sospechar que, además de los baños, el colegio contiene otros espacios de gran interés patrimonial que alargaron la visita hasta algo más de dos horas. Porque resulta que las hermanas de la Caridad de Nuestra Señora de la Merced compraron en 1904 al Colegio Notarial —que era entonces el propietario— lo que antes había sido el palacio de don Luciano Porcel y Valdivia —marqués de Villa Alegre—, construido a mediados del siglo XIX por el arquitecto Juan Pugnaire, decorado por artistas como Eduardo García Guerra, Manuel Montesinos y Manuel Martín y que es donde se establece este veterano centro escolar.

Sala de visitas. Foto: D.M.E.

En honor a sus inquilinas hay que decir que han sabido conservar perfectamente algunas de las estancias más señoriales y delicadas del edificio —que son las que nosotros pudimos ver ese día—. Empezando por una sala de visitas que mantiene intacta la decoración y el encanto de los antiguos gabinetes que en toda casa “de bien” había. Ignoro si el elegante mobiliario —que incluye un piano— se remonta a los lejanos momentos de la construcción del palacio, pero seguramente las pinturas y los motivos ornamentales del techo y las paredes sí. De ellos, incluso, su barroquismo llevaría en una primera impresión a pensar más en el siglo XVIII que en el XIX, aunque es bien sabido cómo durante toda esta última centuria la arquitectura europea —y por tanto la española— osciló entre una serie de estilos historicistas, desde el Neoclásico hasta el Neoárabe, pasando por el Neorrománico, el Neogótico, el Neorrenacimiento, el Neobarroco,… que le dieron una enorme diversidad no exenta, a veces, de un eclecticismo y de un pintoresquismo de dudoso gusto artístico —aunque no en esta ocasión—.

Sala de visitas (pinturas del techo). Foto: D.M.E.

La siguiente parada fue en la capilla, que está aneja a la sala de visitas, aunque dispone de un coro elevado al que se accede desde la planta superior. En los primeros momentos fue salón de baile del palacio y también estilísticamente es continuación de la anterior habitación, porque cuenta con una decoración mural y del techo de la misma estirpe. Incluso el retablo, articulado en dos cuerpos por pilastras corintias y entablamentos, al más puro estilo renacentista, acentúa el sabor clásico de la estancia. En definitiva, nada demasiado extraño en ese panorama historicista del siglo XIX y primeros años del XX.

La capilla desde el coro. Foto: D.M.E.

La sorpresa mayor, al menos en un primer instante, estuvo en la pequeña habitación neoárabe de la segunda planta. Al acceder a ella la sensación que uno percibe es de entrada a un abigarrado decorado de la Granada medieval. Todos son motivos y elementos propios de nuestro pasado islámico, desde el zócalo cerámico de motivos geométricos, parecido al de tantas salas alhambreñas, hasta las coloristas yeserías que nos envuelven, los arcos de herradura de puertas y ventanas o los mocárabes dorados que coronan las paredes y parecen servir de soporte al techo. Sin embargo, al igual que en los habitáculos anteriores, lo que vemos es “revival”, es decir, estamos en un espacio que, como otros de la ciudad —el hotel Alhambra Palace, por ejemplo— reproduce, en plena Edad Contemporánea, los diseños arquitectónicos de las más emblemáticas construcciones del periodo musulmán.

Habitación neonazarí Foto: D.M.E.

Pero no todo es así en este variopinto colegio. Descendiendo en ascensor —uno de los elementos de modernidad— llegamos a un lugar con una trampilla en el suelo que hubo que levantar para poder abrir una puerta. Tras ella aparecieron unos estrechos escalones que bajamos y que nos llevaron, uno a uno, hasta el lugar más esperado por todos nosotros: los célebres baños de época almohade, es decir, de los siglos XII-XIII, que ansiábamos conocer. Diré, para una correcta apreciación de su antigüedad, que son anteriores al Reino Nazarí y, en consecuencia, a los palacios de la Alhambra y el Generalife. Estábamos en un espacio rectangular de no muy grandes dimensiones y, no obstante, dividido en tres tramos —cuadrado el central— por dos filas de arcos de herradura apoyados en unas columnitas de piedra. Al recinto le falta la cubierta original —probablemente abovedada—, quedando al descubierto el espacio que hay encima, y está, asimismo, totalmente desprovisto de decoración, por lo que la impresión es de una enorme sobriedad. Sin embargo, casi emocionan su belleza y su autenticidad después de tanta imitación en las plantas superiores.

Sala de los baños almohades. Foto: D.M.E.

Actualmente estos baños están en la Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía que edita el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, pero no parecen tener ningún tipo de protección oficial, por lo que su conservación se limita a la que le proporcionan las religiosas de la orden. También su visita, que tiene que ser concertada con ellas. En nuestro caso, gracias a la directora del colegio y a la inspectora que había gestionado el encuentro, el jueves de doña Mariana Pineda pasamos una mañana espléndida descubriendo los tesoros artísticos ocultos de las Mercedarias. Y quizás para que la tarde no fuera peor la ocupamos en otras visitas “del mismo interés”, como fueron el restaurante Oliver, la cafetería Bernina y la heladería Los Italianos. ¡Un perfecto día granadino!

 

 

Ver artículos anteriores de

Daniel Morales Escobar,

Profesor de Historia en el IES Padre Manjón

y autor del libro  ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)

 

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