Tomás Moreno: «Reflexiones para el Tercer Milenio, XIII: Una lectura actual de la alegoría de la caverna, 1/4)

(En cuatro versiones: Mediática, televisiva, literaria y cinematográfica)

I. INTERPRETACIÓNES MEDIÁTICAS DE LA ALEGORÍA DE LA CAVERNA

Platón inicia el Libro VII de República (Politeia) (514a-518b) con una de las páginas más memorables y densas de contenido filosófico de toda la historia de la filosofía: el pasaje de la alegoría o mito de la caverna, verdadero epítome de toda su doctrina metafísica. La profundidad y riqueza simbólicas de este relato o símil son unánimemente reconocidas, a lo largo de los siglos, por todos sus lectores y admiradores como una de las “narrativas fundacionales de la filosofía”, del pensamiento europeo y de la civilización occidental. Por algo el filósofo y matemático británico Alfred North Whitehead llegó a afirmar que, en realidad, “toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de las obras de Platón”.

El relato de la “caverna” —cuyo trasunto más fiel y exacto, en nuestra actual existencia cotidiana, estaría representado por el ciberespacio, espacio virtual creado por medios cibernéticos, en el que, como los prisioneros de la alegoría platónica, nos encontramos instalados, conectados y encadenados los hombres del siglo XXI— es puesto por Platón en boca de Sócrates, que dialoga con Glaucón, y viene a decir así: el estado en que se halla nuestra naturaleza con respecto a su educación (“paideusía”) o ineducación (“apaideusía”) es comparable a la de unos prisioneros encerrados en el interior de “una especie de cavernosa vivienda subterránea”. Allí, por no se sabe qué desventura, han sido condenados a permanecer de por vida, desde su nacimiento, encadenados por los pies y por el cuello (sin poder girar la cabeza hacia atrás), de espaldas a la única entrada que comunica la cueva con el exterior. Su peculiar situación les obliga a mirar únicamente a la pared del fondo de la caverna (Platón, La República, Instituto de Estudios Políticos, Tomo. III., Madrid, 1969, pp. 1-8).

“Detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior”; entre el fuego y los prisioneros encadenados hay un camino situado en alto, junto al cual se levanta un tabiquillo (tapia o paredilla) parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de los cuales exhiben aquéllos sus maravillas o marionetas. Del otro lado de ese tabique, pasan unos hombres que transportan toda clase de objetos, “cuya altura sobrepasa la de la pared”, estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de diversas materias. Y entre los que pasan unos van hablando y otros caminan en silencio. Los prisioneros sólo pueden contemplar las sombras o imágenes proyectadas por el fuego en la pared del fondo de la caverna, y escuchar los ecos de las voces de los misteriosos porteadores.

Para ellos esas sombras y ecos constituyen la única, la verdadera realidad, no pueden concebir otra distinta. En ese estado permanecerán hasta que alguien los libere de sus cadenas y les obligue a la fuerza a abandonar la caverna y salir al exterior de la misma, pudiendo entonces contemplar a la luz del sol las cosas reales y verdaderas, el mundo auténtico y verdadero. La continuación del relato, puesto en boca de Sócrates, nos describe la liberación de uno de los prisioneros encadenados y la peripecia a la que se ve sometido hasta alcanzar con esfuerzo y sufrimiento —-por la “áspera y escarpada subida”— la salida de la cueva, y, con ello, la contemplación del mundo exterior y su felicidad por tan ”bella visión”. El liberado prisionero se acordaría con pena, entonces, de sus antiguos compañeros encadenados y sentirá compasión (simpateia) por ellos, decidiendo regresar a la caverna para comunicarles su hallazgo. Al explicarles lo que había visto fuera de la caverna, sus antiguos compañeros no lo creerían; dirían que por haber salido de la cueva se habría dañado la vista o “estropeado los ojos”, sería el hazmerreír de todos y “si pudieran incluso lo matarían”.

Todos conocemos las clásicas interpretaciones del mito o alegoría. Nuestros libros de Historia de la filosofía del Bachillerato dan buena y fiel cuenta de ellas. Aquí no podemos detenernos en exponerlas. Nos interesa preferentemente tratar de reflejar su vigencia en la nuestro universo mediático y virtual o de ficción: en la literatura, el teatro, el cine y la televisión de nuestro tiempo. De ahí que sus claves interpretativas sean múltiples, heterogéneas y sugerentes; algunas incluso llegan a establecer un exhaustivo paralelismo entre el mundo de la física cuántica y el mundo representado en la caverna (Cf. Catherine Chevalley, del C.N.R.S., Physique quantique et philosophie, publicado en Le Débat, núm. 72, noviembre-diciembre, 1992; y la entrevista a Sonia Fernández-Vidal, “Una teoría para comprender el mundo”, en “Aprendemos juntos” del BBVA).

Portada de La construcción social de la realidad (Amorrortu), de Peter L. Berger y Thomas Luckmann

Desde la publicación de la clásica obra de Peter L. Berger y Thomas Luckmann La construcción social de la realidad (Amorrortu, 1968, 2003), sí sabemos, sin embargo, cómo la realidad en la sociología actual es pensada como una construcción que, en cuanto tal, expresa de algún modo la peculiar naturaleza de la sociedad que la realiza. La caverna podría muy bien representar hoy, en realidad, el mundo de la caverna mediática (el mundo de los “mass media”, prensa, radio, televisión, cine, revistas, internet) el mundo de la pantalla mágica, cuyas apariencias, imágenes, sombras, simulacros (ondas electromagnéticas descodificadas por un aparato receptor) o “metaversos” (“mundos virtuales alternativos”) tratan hacer pasar por la única y auténtica realidad, unos determinados poderes políticos, económicos, ideológicos que están, como los porteadores del mito, titiriteros “manejando los hilos” detrás de las bambalinas del teatro.

No debemos olvidar, por otra parte, que Grecia, como nos recordara Carlos París, era una cultura exaltadora de la visualidad: los prisioneros viven en el engaño porque aquello que se les ofrece a sus ojos no son sino meras “sombras”, contrapuestas a la contemplación o visión de la verdadera realidad: el mundo de las ideas. Y el término griego “idea” guarda relación con eídenai (ver) y con eidos, (visión, forma). En la lengua griega clásica es de notar y resaltar la relación estrecha existente entre el conocimiento y la visión. Aristóteles consideraba en su Metafísica la vista como el más noble de nuestros sentidos. “Y aunque en la filosofía el logos juega un papel fundamental —como atinadamente señala Carlos París— no podemos olvidar el teatro, cuyo mismo nombre proviene de “theáomai”, contemplar, creación en que la visión juega una función fundamental. No es posible entender la cultura griega sin tener en cuenta lo que el teatro y, también, la escultura, centrada en la percepción visual de la forma supusieron en ella” (Carlos París, Ética radical, Madrid, Tecnos, 2005, pp. 249-250).

Esta clase de interpretaciones presenta una serie de variantes específicas: la caverna cinematográfica, la televisiva y la mediática en general. Se ha dicho y escrito por numerosos entendidos que la primera función de cine ocurrió en la caverna de Platón. Tal vez una de las primeras referencias a esa vinculación entre “cine y alegoría de la caverna” podemos encontrarla en la nota primera a pie de página que dos ilustres helenistas españoles, José Manuel Pabón y Manuel Fernández Galiano, pusieron en su edición bilingüe (griego y español) de La República de Platón, del I.E.P., en 1969. En ella, dejaron escritas estas palabras: “La caverna (…) puede compararse a una especie de cinematógrafo subterráneo rectangular, en que los espectadores están sentados de espaldas a la puerta y de cara a una pared” (Ibid., p. 1).

En efecto, el juego ilusorio de sombras, imágenes e iconos (“eikones”) que los prisioneros toman por la “realidad verdadera”, fue concebido por una mente filosófica genial, lógica y poética, la de Platón, que se atrevió a utilizar, con casi dos milenios y medio de anticipación a la invención del cine, un “montaje” y una precisa técnica cinematográfica, que en nada desmerecerían de las utilizadas por los más experimentados cineastas. Sirviéndose, así, de medios icónicos y de un expresivo lenguaje mito-poético, no lógico-discursivo, Platón trató de ilustrarnos con su alegoría de la caverna acerca de los temas fundamentales de su filosofía y de la condición humana en general, mediante tres precisas secuencias fílmicas: descripción de la caverna y de la situación en que se encuentran los prisioneros encadenados; ascensión o subida hacia la luz del mundo exterior a la caverna (anábasis), y regreso o descenso del prisionero liberado (katábasis) al interior de la caverna para romper sus cadenas de ignorancia y oscuridad.

Emilio Lledó

Nadie con tanta lucidez, profundidad y belleza ha logrado comentar, en esta clave cinematográfica, el mito o alegoría de la caverna como lo ha hecho, en repetidas ocasiones, uno de nuestros filósofos más respetados e ilustres, Emilio Lledó. No sólo en uno de los capítulos de su celebrada La memoria del Logos (Taurus, Madrid, pp. 20 y ss.), sino en otras muchas páginas de su muy bella y extensa obra filosófica —como por ejemplo “Variaciones sobre el tema de la caverna” (Días y libros, Austral, Edición de Mauricio Jalón, Barcelona 2018, pp. 159-162) — nuestro pensador ha reflexionado sobre este mito o alegoría con sabias y esclarecedoras palabras. Su atenta lectura, que desarrolla las distintas maneras posibles de interpretar este mito o alegoría —antropológica, epistemológica, pedagógica, social, psicoanalítica, televisiva, política y trágica— pone de manifiesto la proteica riqueza de esa narración platónica. Baste aquí referirnos a su asociación entre el mito de la caverna y el cinematógrafo. Según nuestro filósofo la narración del mito de la caverna representa “la descripción de la primera sala de cine de arte y ensayo que todos los historiadores del cine han olvidado, y con ello a Platón, como un adelantado de Louis Lumière”. Pero no sólo señala esa afinidad sorprendente entre el oscuro escenario del mito platónico y la sala del cinematógrafo, sino que se refiere además con precisión y lucidez al rodaje mismo de la mítica proto-película platónica, a los planos que lo conforman, cuya enumeración es un auténtico epítome del relato socrático y de su significación última, a saber:

Un prisionero que escapa; la dificultad de la ascensión hacia la luz, hacia la puerta de la caverna; el dolor de los ojos acostumbrados a la oscuridad, fraternalmente hechos a las tinieblas; el asombro de ir descubriendo el montaje de la caverna; los deseos de volver al punto de partida, tan cómodo en el fondo; la duda de si es mejor la luz cegadora y dolorosa que la apacible oscuridad; el deslumbramiento y la imposibilidad de ver, una vez salido de la caverna y enfrentado con el sol que ilumina árboles y montañas y casas; los recuerdos de su prisión; la felicidad; el regreso; la discusión con los que no lograron liberarse, la muerte”.

El profesor Lledó termina su reflexión recordándonos: “No hay que hacer grandes sutilezas hermenéuticas para descubrir en el montaje de la caverna la esencia misma de lo que puede constituir la desinformación en la sociedad contemporánea y, concretamente, uno de sus medios más poderosos: la televisión” (Emilio Lledó, La memoria del Logos, op. cit., p.31).

La interpretación televisiva, ideada por Gustavo Bueno, sostiene, frente a la más cinematográfica de Lledó, que el mito o alegoría de la caverna podría ser considerado como mito fundamental de la televisión (más que del cine) y, a pesar de reconocer cierta analogía entre el cine y la televisión cuando se comparan a la luz de dicho relato platónico. Argumenta, el filósofo asturiano, que la televisión es la realización más puntual de dicho mito de la caverna, y que el mismo debe entenderse como un análogo de la televisión formal y no del cinematográfico, en tanto que las imágenes, proyectadas por el tubo catódico proceden de una luz situada “fuera del mundo de la caverna”, en el exterior. Sucede además que “la televisión formal no es una reproducción más o menos fiel de la realidad, sino la realidad misma ante nuestros ojos, de la misma manera que la Luna que veo en una noche clara, o el avión suicida estrellándose contra la segunda torre de Nueva York, visto directamente por millones de personas gracias a la televisión formal, no es la reproducción que mi retina hace de los hechos, sino la realidad misma ante mis ojos” (Gustavo Bueno, Telebasura y democracia, Punto de lectura, Madrid, 200, pp. 126-127 y 260).

Javier Echeverría

Finalmente, otro distinguido filósofo español, J. Echeverría en “Cavernas virtuales y Cavernas reales” (Ontology Studios, 8, 2008, 81), ha dedicado una brillante reflexión a la actualización de la alegoría de la caverna en el mundo en el que habitamos, de Internet y de la electrónica. Considera que la caverna platónica real es la naturaleza y está compuesta por una sucesión de micro-cuevas engarzadas en el espacio y en el tiempo, nuestros respectivos “mundos vitales” o Lebenswelten. El lugar específico del filósofo es la boca o entrada de la caverna, es decir, el lugar donde se proyectan los objetos artificiales, cuyas sombras son el Lebenswelt. El teatro, el cine, la televisión y, por supuesto, Internet son buenas representaciones de las diversas cuevas virtuales (tecno-cavernas) que los humanos construimos dentro de la caverna real para representar nuestra situación en el mundo, en nuestros ambientes o “mundos de vida”: la caverna sensorial, las cavernas mentales y las sociales. Las sombras de la caverna platónica sólo eran visuales. Si pensamos en una caverna audiovisual, también lo que decimos sería una ficción, un eco de palabras que otros proyectan sobre nosotros. Los recientes avances tecnológicos en digitalización de los sentidos (tacto electrónico, narices electrónicas, lengua electrónica) abren la posibilidad de construir cavernas penta-sensoriales. En términos leibnizianos, éstas serían las mejores cavernas posibles (Cf. Entre Cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Editorial Triacastela, Madrid, 2013).

Apenas una docena de años después de haberse escrito el ensayo de J. Echeverría nadie puede cuestionar o dudar de que ya, hoy, nos encontramos de hoz y coz en ese macro-escenario cavernícola audiovisual en el que, desde las televisiones, los teléfonos móviles, los WhatsApp, las tabletas, los ordenadores personales, los twitters, vídeos, facebook, wikipedias y youtubes —al menos entre los integrados en las redes sociales de Internet y en el Mundo Virtual Universal de esa subcultura mediática, que suelen ser los más jóvenes— somos transportados inconsciente y pasivamente a un mundo ilusorio e irreal y bombardeados por una inflación informativa que no podemos asimilar ni controlar (Cf. Giovanni Sartori, Homo videns. La sociedad teledirigida, Taurus, 1998, y también Fernando Sáez Vacas, “La Sociedad Informatizada. Apuntes para una patología de la técnica”, Claves de la Razón Práctica, Nº 10, marzo, 1991).

En él, en ese Ciber-Universo Global, como los encadenados prisioneros de la caverna platónica, somos o podemos ser sistemáticamente encadenados, engañados y manipulados por las mentiras, las fake news, los eslóganes y argumentarios (los “eikones”: imágenes, sombras, ficciones de nuestra caverna sociopolítica) que los detentadores del poder difunden a través de nuestras omnipresentes pantallas y redes mediáticas mediante las voces de su amo —esos ideólogos y manipuladores ocultos: redivivos porteadores platónicos de la caverna o secuaces obedientes del Gran Hermano orwelliano o del Uno (tal y como nos lo describe el pensador francés, amigo de Montaigne, de Étienne de la Boétie en su “Discurso sobre la servidumbre voluntaria o Contra Uno”). En esa “caverna virtual” en la que habitamos, lejos de sentirnos alienados o engañados por quienes manejan los hilos de esa monumental tramoya, nos encontramos bien acomodados, incluso agradecidos, y llenos de bienestar y de felicidad por “tan benéficos dirigentes”.

(Continuará).

 

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Tomas Moreno Fernández,

Catedrático de Filosofía

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