Isidro García Cigüenza: «Pedagogía Andariega, 4: Experiencias olfativas»

De cómo, a los niños y jóvenes, el conocimiento les entra por los sentidos…

 

Después de un largo período de sequía ha llovido. Las fragancias del suelo, mezcladas con el de algunas plantas, avivan nuestro sentido del olfato. Un olor a tierra mojada inunda nuestras pituitarias: las de Molinera, la burra, y la mía propia.

La lección de hoy va a ser eminentemente sensorial. Vamos a acompañar a alumnos de 2º de la ESO a captar los olores que nos regala el campo. Me hubiera encantado acudir a un parque de una gran ciudad para demostrar que la Pedagogía Andariega puede aplicarse indistintamente tanto en zonas rurales como urbanas, pero este, y no otro, es el entorno por el que transitaremos hoy.

El olfato es un sentido asombroso. ¡Y más en estos jóvenes, tan ávidos de novedades sensoriales! Capta los efluvios odoríferos y los conecta con emociones de vivencias que se guardarán en el fondo de la memoria, precisamente en el lugar más íntimo e imperecedero de nuestro ser.

La geosmina, que en griego significa “olor a tierra”, es un alcohol producido por cierta clase de bacterias (Streptomyces) y liberado cuando el microorganismo muere. La sustancia permanece en la tierra hasta que caen las gotas de lluvia, momento en que una pequeña cantidad es arrastrada por la humedad, haciendo que el aire adquiera un olor etéreo denominado “petricor”. En la mitología griega, el petricor era la esencia que corría por las venas de los dioses.

Vista desde el interior de la cueva

Para atraer la atención de los muchachos es preciso que les cuente cosas asombrosas. Cosas que hagan surgir en ellos la curiosidad, las ganas de indagar y descubrir por ellos mismos lo que la naturaleza nos regala. Les contaré que el olfato es un sentido privilegiado que nos alegra la vida, que nos avisa de peligros, que forja nuestra memoria y que hace posible que apreciemos los sabores de las cosas.

Voy a tener un hándicap con ellos y es que la percepción de los olores no es un asunto objetivo “per se”, sino que, en muchas ocasiones, dependerá de la apreciación personal. Con todo, ha de quedar bien claro que nuestras narices necesitan un poco de entrenamiento para apreciar los mil matices que nos llegan del exterior.

Algunos profesores, sensibilizados con el tema, introducen maletines de perfumes artificiales en sus aulas. ¡Perfumes encerrados en frascos! ¡Aulas que son jaulas! Nosotros, bien al contrario, preferimos contrastar las experiencias personales y salir a la calle. Ir al monte, al río, al jardín, a la huerta, para así reconocerlos “in situ” y tratar de explicar a qué huelen.

Planta silvestre

¡A qué huelen!” Qué fácil parece, pero qué complicado resulta el definirlo. Para poder explicarlo vamos a tener que trabajar un vocabulario específico e imprescindible. Ya me ha sucedido con otros grupos. No vale decir “huele bien”, o “huele mal”. Tampoco “huele a pies”, “a rosas” o “a pedo”, Para empezar, vale; pero para el trabajo de investigación que pretendemos llevar a cabo no sirve. Tampoco vamos a caer en la trampa de utilizar expresiones poéticas como “efímero, níveo, nocturno, embriagador, delicado y sensual”, aplicadas al olor del jazmín, por ejemplo. ¡Todo en su momento! Ahora, bastará con proponerles unos cuantos adjetivos sencillos: fuerte, tenue, dulce, penetrante, fino, pestilente o corrompido. En todo caso, los relacionaremos con otros a los que estamos más acostumbrados: los de las frutas, por ejemplo. De todos modos, estaremos abiertos a todo tipo de sugerencias por su parte: sus aportaciones resultan a veces más expresivas que las nuestras, los adultos. Si hay algo que me escuece cuando vengo de vuelta de estas experiencias es el haber intervenido demasiado… ¡Al menos en el primer encuentro! Posteriormente, en días sucesivos, mis aportaciones no me preocupan tanto…

¡Ay Molinera! ¡Quién pudiera concederte el don del habla! ¡Tus percepciones olfativas, como las de los sabuesos, seguro que nos dejarían pasmados a más de uno!

Nuestro principal objetivo en este taller de los olores que vamos a iniciar hoy es ambicioso: experimentar por nosotros mismos, conformando un inventario de buenos y malos efluvios a partir de lo que nos llegue a la nariz. Hemos de averiguar su procedencia: si se trata de un emisor vegetal, animal, mineral o artificial.

En ocasiones sucesivas procuraremos buscar una explicación a los mismos, contrastando opiniones y, a ser posible, recogiendo información sobre el proceso químico que los origina. Estaría muy bien llevar a cabo un mapa de olores del entorno , tanto de nuestras casas, como de las tiendas, calles o talleres próximos. Incluso idear algunos métodos sencillos para la conservación de los olores. Pero hoy vamos a limitarnos a algo tan sencillo como el pasear por el campo oliendo esas plantas que, por la época en la que estamos, nos regalen sus fragancias. También detectando vahos desagradables…

Cuando llegue el verano visitaremos una huerta para apreciar las emanaciones de las hortalizas más odoríferas: ajo, pepino, tomate, cebollas, patatas; o de los frutos de sus árboles: naranjas, castañas, manzanas, higos, nueces, granadas… Hoy, sin embargo nos vamos a centrar en las plantas aromáticas.

El itinerario va a trascurrir entre dos tipos de suelos: los ácidos (silíceos o arenosos) y los básicos (calizos). No nos va a ser difícil poder disfrutar así, de una manera exitosa y gratificante, de las plantas que los caracterizan: romero, espliego, tomillo, salvia, retama, hierbaluisa, mejorana, jara, ajedrea, poleo, lentisco, sabino, gamona, jérguen o manzanilla…

Educar en los olores es complicado

Para otro día dejaremos el tema de las setas, que a mí tanto me apasiona. Viviendo como vivimos en el entorno del Parque Natural Los Alcornocales no nos resultará difícil hallar todo tipo de ejemplares, a cual más odorífero: amanitas, lactarius, russulas, boletus, agaricus…, cada uno con un vaho característico.

¿Sabes, Molinera? Esto de pretender educar en los olores es complicado. Sin embargo la posibilidad de acompañar a los chavales en su aprendizaje a partir de lo que la naturaleza de las cosas nos proporciona es fantástica. Los efluvios existentes dentro de los Institutos, tan característicos por otra parte, son por lo general densos, agrios y pastosos. No creo que sean los lugares ideales para educar los sentidos. Por eso insistimos en la necesidad de desescolarizar: de salir a la vida y dar oportunidad a nuestro cuerpo a que forje su propio aprendizaje.

Nuestros sentidos, y este del olfato es uno de los más incisivos, son precisamente la puerta para cualquier conocimiento. Un conocimiento que parte de lo real y auténtico. Un conocimiento que tiene su resilencia en esta serenidad, placidez y armonía de que gozamos ahora nosotros al caminar. Perdóname que me lo diga y me lo repita a mí mismo, pero ¡qué demontre: no tengo abuela! ¡Viva la Pedagogía Andariega! ¡Viva!

 

 

 

Isidro García Cigüenza

Blog personal ARRE BURRITA

 

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