Gregorio Martín García: «En las calles de mi pueblo, 2/3»

Esto se agravó y mucho, cuando el capataz de la obra dijo que había necesidad de dinamitar la piedra, ¡Cuantos dinamiteros salieron de entre los “técnicos” espectadores! Había los que en Asturias había estado y en las minas de aquel lugar habían observado millares de veces como tal faena se hacía; y convirtiéndose en el centro de atención, daban cumplida explicación de cómo aquello se había de hacer. Hasta que aquel que dijo que él fue dinamitero en minas de hierro del norte de España y que él sabía muy bien hacer aquello con maestría y técnica.

 

Los plebeyos mirones se dividieron en bandos que entre ellos discutían la forma en que la piedra se había de atacar. Fue tal su empeño de aquellos dinamiteros espontáneos, que ellos decidieron como habían de horadar el granito, para dentro colocar el cartucho de TNT. Llegó la hora de la comida, los peones oficiales se fueron a reponer fuerzas, pero los espontáneos que de aquello habían hecho cuestión personal, siguieron con punzón y el martillo aporreando, perforando hasta el interior de la maltratada piedra atravesar.

La mole pétrea, que de un diámetro de tres largos metros contaba y un peso de varias toneladas lucía, se encontraba en el fondo de su hoyo malherida, se había terminado la faena de barrenado, un penetrante agujero hacia su centro apuntaba y junto a una beta de ella lo habían horadado, con técnica aprendida para lograr que esta fuera más fácilmente destruida.

Allí permanecía al igual que miles de años pasados, ocupando su espacio que pronto finalizará por la acción del hombre, que todo lo altera, todo lo mueve, cambiando fisonomía y con el habitar jugar a tentadora suerte.

Todo el que pasaba se acercaba al foso a contemplar lo que allí se faenaba, saliendo, rezando para sí una opinión o en altavoz y para que la audiencia dicte consentimiento u opinión contraria.

Barrenando una roca

Los obreros acaparaban y traían sacos viejos, alguna lona usada, un vecino acercó un gran cerón viejo que en su cuadra tenía. Los más jóvenes observaron asombrados y se preguntaban para qué serían aquellos harapos, espuertas y cerones viejos allí acumulados.

Alguien apuntó que, por el escenario donde se iba a provocar la implosión, habían de adoptar medidas de seguridad que evitaran que cascotes y onda expansiva golpeara con peligrosa fuerza en casas circundantes, mobiliario urbano, puertas y cristales y por ello y para evitar la posible tropelía que ocasionarían con la fortísima onda expansiva y la proyección cascotes, trozos de piedra y escombros. No había mejor adopción y remedio a la expansión que, “ahogar” la explosión echando sobre el barrenada cantidad de objetos, de los que ya habían preparado.

Se comenzó a dar avisos del próximo peligro que el barreno representaba, por lo que se les informaba a las gentes, que ya marchaban en retirada, de la cercana hora del estampido anunciado. Fue en ese momento que, también hicieron acto de presencia en el lugar y en calidad de servicio de seguridad, dos agentes de la Guardia Civil, que se encargará de colaborar en la preparación y de acordonar el campo de actuación

Los barreneros se afanaban en cargar la dinamita en el agujero a tal fin hecho en la piedra. Con sumo cuidado se acercaron los cartuchos del artefacto y con tacto inusitado se fueron introduciendo en el barrenado. Subió aún más el grado de precaución cuando se colocaba el “cebo” o detonador del artefacto químico colocado, TNT (trinitrotolueno).

Cargado el barreno, para lo que previamente todas las calles confluentes habían sido cortadas al paso de todo ser viviente; y supervisado por la Guardia Civil. amén de revisar puertas, ventanas y todo lo susceptible de sufrir cualquier daño, por lo que los edificios muy cercanos con colchones viejos y otros elementos aislantes se cubrieron balcones y puertas, así como sus habitantes alertados fueran a las partes traseras de sus casas, lo más alejados posible del “punto cero” que había de ser detonado.

Fue en estos precisos momentos, cuando la alerta en su estado cumbre estaba y, dada la rudeza y fortaleza de mente de aquellos curtidos hombres de la sociedad de entonces. Hete aquí que un conflicto se planteó entre dos de ellos, los cuales a barrenar habían ayudado y aún persisten en querer demostrar su técnica y conocimiento en asuntos de petardos, explosivos, pólvoras y TNT, en que decían haber trabajado; Uno de ellos, fornido, pero no muy robusto, de enjuta tez y marcados nervios, con boina a la cabeza y movimientos aspeados que mucho decían de su dinámica actitud. Noble benaluense de toda la vida, dando un decidido paso hacia adelante y plantado con bríos ante su contrincante, levantando su mano derecha y su índice apuntando al infinito cielo; RETÓ. Y con bronca y alta voz para que todos le oyeran, repitió otra segunda vez su propuesta.

Explosión controlada en una cantera gravera

Al oírle, toda la audiencia quedó petrificada, más que la mismísima piedra, objeto del trance de aquella laboriosa y ajetreada tarde, en que incrédula de la proposición de aquel, se preguntaban alertados por la barbaridad que acababa de proponer el fornido ahumado.

Quería demostrar, decía, cómo además de entender más que su contrincante del asunto, sabía que era tal la seguridad del evento que él cuasi había dirigido, que se sentaría sobre el amortiguador de la onda expansiva en el momento de la implosión y con ello demostrar, además de las agallas que tenía para sentarse sobre los serones, espuertas, sacos viejos y otros y aguantar con toda calma el zambombazo del barreno.

Todo a punto estaba, solo faltaba prender la mecha, que medida y estudiada fue, para que su tiempo de ignición fuera el suficiente para que todo estuviera bajo control.

El acérrimo barrenero de la temeraria propuesta seguía dispuesto a montar sobre la piedra y allí aguantar el golpetazo expansivo del inmenso bombazo.

Por unos minutos se hubo de suspender el fuego que era transmitido por la mecha accionaría el cebo que desequilibran las células del trinitrotolueno (TNT) dando lugar al estampido. Hubo de ser avisado el guardia civil más cercano que llegado al lugar se retiró del mismo al que persistiera con su bravo proceder en tan disparatada acción.

Ya se retrasaba el momento, ya se ponen nerviosos los organizadores del tal evento, y eso no era bueno.

Definitivamente, uno de los directivos a grito “pelado” dio un último aviso y comenzó la cuenta atrás: …cinco…cuatro…tres…dos…uno…¡¡fuego!!¡BOOM!

 

[Continuará]

 

 

 

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

autor del libro ‘El amanecer con humo’

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Comentarios

2 respuestas a «Gregorio Martín García: «En las calles de mi pueblo, 2/3»»

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    Francisco Avila

    Escelente tú relato con veracidad y mucha hemroteca nos haces revivir tales acontecimientos .

    1. Avatar
      Gregorio Martín García

      Paco donde hay cosas bonitas no es costoso hablar de ello Y el pueblo de Benalúa es uno de esos. Un abrazo Paco. A ver cuando vienes y das un paseo por la orilla del rio que está muy guapa ella.

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