Gregorio Martín García: «Por la senda de una vida. Ahondando en mis recuerdos, 1/3»

Sonaban más fuerte y alegres que otras veces, volteaban y repicaban tan rápido que “perdían el son”. Yo al oírlas fui invadido por un ataque de nervios, no podía permanecer quieto oyendo las campanas de mi pueblo llamándonos con su primer toque, a aquella fiesta, a aquel Sacramento, que desde hacía tiempo con ilusión esperaba y que pareciera, me volvería loco.
Mi madre ya me había lavado. Dentro de una tina grande de zinc donde vertía agua y parte de ella muy caliente y a falta de duchas, que no conocíamos aún en el pueblo, con estropajo de esparto y un buen jabón de aceite y sosa, hecho por ella, me frotaba tanto que endurecía mi piel… yo alguna vez me quejaba, pero hoy no, hoy quería ir muy limpio a mi primera comunión.

Sobre una silla, de pie, en mi cuarto me vestían y colocaban mi traje al que no dejaba de mirar y admirar, era tal la esperanza de pasarlo bien en aquella celebración.

Cuando me hallé con mi camisa blanquísima y mi pantalón, precioso, largo, me colocaron mis zapatos nuevos y brillantes y bajé de la silla al suelo, fui corriendo al armario del cuarto de mi madre, ya quería verme y no quería perder tiempo, cuando me asomé a aquel gran espejo quedé perplejo, pero que bien me vi y que elegante, con aquel traje ya a medio vestir. A llamadas de mi madre volví a mi cuarto y me colocaron la corbata, quizá sería la primera que vestía ¿…sería? ¡Sí!, era la primera. Sobre ésta un precioso y gran crucifijo colgado a mi cuello con un cordón de seda amarilla. cuando me vistieron la chaqueta y antes de abrochar y acomodar esta, escapé de las manos de mi madre y otra vez al espejo del armario corrí…esta vez al verme, me quedé quieto, serio, formal y contento, muy contento, por lo bien que me sentaba aquel traje con el que tanto soñé, me volví despacio de aquella bonita visión y pareció como que algo me transformó. Más formal, más quieto y con mi pensamiento puesto en aquello que hacía y que no volvería a hacer más, porque era mi primera y la primera solo hay una.

Sacerdotes en la antigua iglesia de Benalúa de las Villas

A la altura del hombro y sobre el brazo izquierdo me prendieron una especie de cinta ancha de unos veinticinco centímetros de largo que pendía hasta algo más abajo del codo y que tenía bordado un símbolo, precioso, de la Eucaristía… un Cáliz coronado por una Sagrada Forma y bajo estos unas espigas de trigo entrelazadas. Aquello y, la entrega por mi madre de un pequeño libro con tapas de nácar fue para mí como el culmen de la ceremonia que me introducía en otra dimensión en otro estadio vital. Ahora me sentía como un aventurero al que armaban caballero tras haber velado sus armas.

Qué formalidad y qué responsabilidad me invadió, ni yo mismo me conocía. Miraba a mi padre y me reía, miraba a mi hermana e igual hacía, no permitiendo que se acercara para evitar me manchara mi traje nuevo. En un momento determinado, mi padre que solo se había limitado a ver y observar todo, se dirigió a mí, vestido con su traje, corbata y sombrero nuevo y agachándose me dio un cariñoso beso que hizo que de mi garganta saliera un sordo hipido, que me costó disimular. Quiso levantarme en sus brazos, todo ilusionado, pero mi madre gritó… ¡No! Le vas a arrugar el traje, déjale estar y tú has igual.
Vamos a tranquilizarnos que enseguida hemos de salir para el templo.

El camino hasta la iglesia, lo hicimos en familia, yo caminaba delante y mi padres y hermana juntos detrás, mi hermano ya se había marchado a casa de su novia. En la Iglesia nos veríamos.

La jornada se presentaba hermosa, el sol ya había subido en su bóveda celeste. Los pocos agricultores que hoy saldrán al campo ya habían marchado. Era un día de mayo, de ese mes florido que como heraldo del buen clima nos anuncia el buen tiempo y alegra de natural manera campos, montes y praderas vistiéndose de mil colores con su primaveral manera.
En uno de esos días, un grupo de chicos, haríamos de él el momento en que, tras larga preparación, tomaríamos el Santísimo Sacramento.

Grupo de primera comunión con el párroco

Nos acercábamos a la iglesia, la pequeña explanada de su puerta se encontraba ya animada, varias familias ya estaban esperando para comenzar la bonita fiesta que teníamos preparada. Fiesta que como principal momento sería la santa Misa, con la toma de la Sagrada Forma, en ambiente con cánticos animado como culmen de la celebración.

Llegaba más gente y el aliciente se animaba, hasta que llegadas las catequistas en una fila nos organizaron a los protagonistas del día, a las puertas del templo, que ya se hallaba repleto de feligreses del pueblo prestos a vivir aquella ceremonia que íbamos a compartir. En parejas y cogidos de las manos para que no se rompiera la formación. No recuerdo exactamente, pero éramos aproximadamente veinte entre niñas y niños.

Yo hacía pareja con un amigo de siempre, que recuerdo con satisfacción y celebró que, aún a nuestros setenta y muchos años, seguimos siendo lo que fuimos: grandes amigos.

Una ceremonia muy bien celebrada en una iglesia que quedó muy pequeña para acoger dentro a todos los fieles de aquella hermosa mañana.

Fue impartida por el sacerdote celebrante la bendición de final de misa. en latín, como toda la ceremonia fue y era en aquellos tiempos, con la oración de despedida que decía:

-Oremus: Per Christum Dominum nostrum.

-Amen.
-Dominus vobiscum.
-Et cum spiritus tuo.
-Benedicat vos omnipotens Deus, Pater et Filius et Spiritu
Sanctus.
-Amen.
-Ite misa est.
-Deo gratias.

Antes de terminar de santiguarse, todo el mundo abandonó su sitio y rápidos fueron a dar el primer beso y achuchón a su hijo, sobrino, nieto o “pupilo”. Todo se desorganiza, todo eran parabienes, entre padres e hijos, entre amigos, familiares y vecinos…una explosión de alegría invade la iglesia, los chavales comulgantes acaban de despertar de la gran tensión que vivían desde hacía ya tiempo. Pareciera como si se inhibieron de una pesada carga y salieran de la Luz que le había proporcionado su reciente Comunión.

Grupo de seminaristas en el Virgen de Gracia ::CEDIDA POR LUIS HINOJOSA

Todos charlaban animadamente y todos con su gente comenzaron a salir, ya que recordaron con impaciencia y hambruna el pequeño refrigerio que le esperaba bajo el gran árbol de la plaza en la puerta, exactamente de la señora Chacha Remedios.

Si, todos los recién comulgados habían de tener mucha hambre, recuérdese que entonces para comulgar se hacía veinticuatro horas de ayuno y por esta razón y la de que un gran tazón de rico y espeso chocolate, con tierno y blanco bollo les esperaba.

A todos se les despertó el hambre y raudos y ligeros tiraban de sus padres hacia el lugar del refrigerio.

En la plaza del pueblo, en la misma puerta de la Chacha Remedios, varias tablas del pan, del horno del Ventorro; colocadas de hábil forma que, semejaban una gran mesa con patas de maderos y en blancas sábanas envueltos, cogidas sabiamente con pinzas y alfileres; dejaban ver una bonita mesa que con flores adornada; repartía por su tablero, muy bien ordenadas, tazas y tazones con su pequeña servilleta y una cuchara de postre a un lado colocados, complementado el conjunto con un apetitoso bollo de blanca harina y de azúcar. Amasados y horneados en las panaderías del pueblo.

Granada. Enero de 2024

[Continuará:/…]

 

 

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Gregorio Martín  García

(Benalúa de las Villas, 19/02/1945-

Atarfe, 15/04/2024)

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

 

Antonio Arenas

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Comentarios

5 respuestas a «Gregorio Martín García: «Por la senda de una vida. Ahondando en mis recuerdos, 1/3»»

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    Francisco Avila

    Escelente como siempre nos tuvo con el corazón en un puño y con la certeza que nos iba a trasladar a un lugar tan querido por el y por todos los que tuvimos la suerte de venir al mundo y ver los primeros rayos de luz en el, y como no podia ser de otra forma su familia por bandera.

    1. Papá cuánto te echo de menos

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        Ana Maria Martín

        Hoy tras tu marcha, éste escrito me ha parecido más bonito aún que los que he tenido la oportunidad de leer anteriormente.
        Será porque lo he leído com más atención y nostalgia tras tú marcha.
        Que pena que te hayas ido tan pronto, porque estabas mejorando en tu narrativa día a día, se te notaba
        más soltura y destreza.
        Cuantos recuerdos bonitos, nos has dejado.

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        Francisco Avila

        Una gran persona difícil de olvidar

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    Francisco Avila

    Todos los que tuvimos la gran suerte de conocerle añoramos su ausencia.

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