¡Cuantas veces lo repetiré! La lectura del Diccionario de la Real Academia Española –no sólo como consulta– tiene todo tipo de beneficios para el alma… Y no exagero, pues, al menos yo, soy uno de sus beneficiados.
Por razones de actualidad –¡qué triste es tener que circunscribir a un tiempo las situaciones comunes!–, hoy no he podido pasar de la letra “A”, “De Adán e -ismo” y su primera entrada: “1. m. Hábito de comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado anteriormente”.
Y es que las desnudeces de los “iluminados” –que no los illuminati– están floreciendo, cual garrapatas y demás bichejos, con los calores de este agosto tan especial que estamos sufriendo en nuestra tierra… Ellos no se detienen ante nada ni ante nadie, usurpando –con sus “desvestimientos aflautados”– todos los rincones de nuestra convivencia con un único fin: acabar, lo antes posible con cualquier destello de paz ciudadana.
Ahora y siempre, en todos los ámbitos en los que nos desarrollamos como personas, la coherencia debería ser una de las “virtudes” que definiesen nuestro quehacer y, por tanto, nuestras relaciones con los demás –sean cuales sean sus razas, doctrinas, creencias u orientaciones–.
Como reflexión contrastada en el diario vivir, me ocupa la actual sensibilidad a la hora de definir personas o cosas, quizá por la tenuidad de las opiniones y, por tanto, la falta de reflexión sobre los hechos que se imputan. Parece como si la ligereza y la falta de meditación –junto a la nula introspección y la olvidada ponderación– se alzasen como fórmula mágica para conseguir la masculinidad o la feminidad.
Pongamos pie en pared y analicemos todas y cada una de las falsedades y vanas promesas con las que nos han asaeteado y con las que nos van a seguir crucificando, pues la solidez, antónimo de la debilidad, tiene su base en los cimientos de la formación universal; es decir: en el respeto a los derechos humanos y, por tanto, a cada uno de nuestros congéneres y a su libertad de conciencia.
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de
Ramón Burgos
Periodista