Aquellas chicas que a nuestro cuidado estaban, en el bullicio de gente que en aquel lugar había, intentaban, de nuestras manos, las suyas asidas, acercarnos a aquella Señora que, de gran belleza, llenaba la zona de atención piadosa.
Los tres pastorcitos fuimos colocados ante aquel altar adornado que las gentes rodeaban y al que le gritaban vivas de tal naturaleza sentidas que más que grito parecían melodías hermosas que salían a través de sus bocas y del alma venían.
Se dispararon muchas fotos, se dieron muchos aplausos, muchos vivas a aquella Peregrina Señora que venía de Fátima nos visitaba ahora y que subida con honores sobre el techo de un coche blanco adornado de esmerada forma y sujeta con firmeza a la baca del coche que de trono hiciera, e iluminada de especial manera con un foco delantero de su batería conectado, su haz de luz a su rostro lanzado, la belleza y dulzura del mismo quedaba resaltado, convirtiendo en centrada atención aquel coche que transportaba tan insigne Dama.
El camión con su tabla, restituida y nueva, tras aquel coche iluminado, marchaba. Recuerdo con asombro misterio, con curioso detalle, como desde el lugar que ocupaba en aquella tabla donde los tres pastores hicimos el viaje, el mismo vientecillo agradable que acarició mi rostro en la ida, esperándome estuvo y con el mismo agrado y encanto me lo siguió acariciando a la vuelta a Benalúa de las Villas con aquella Señora que ahora acompañamos.
Desde mi privilegiado asiento tenía ante mí algo nunca visto ni experimentado. Algo que era de atracción enorme, en aquellos tiempos, por ser aún escasos: Una larguísima y serpenteante fila de coches y camiones, alguna moto y algunas bicicletas, con sus faros blancos y sus pilotos rojos encendidos. Formaban larga fila, de belleza infinita, rivalizando con las tintineantes estrellas en multitud supina que tachonan y bordan el bonito espacio de aquella consumada tarde que ya estrenaba una nueva noche.
Para la mente de un niño de unos cinco años. Escrita y grabada en su mente, a fuego, quedó cincelada. Recuerda para él, aquella escena, en el centro de la opaca noche. Las brillantes luces que serpenteaban, marcando el camino. Como lo más interesante, lo más atrayente, de aquella visita que la Señora hizo a nuestra tierra. Algo cansados aquellos cuerpos de pastores niños, que aquel día fueron sometidos a esfuerzos extras, dentro de un agobio de gente exasperadamente radiante de fervor y alegría. La larga caravana se detuvo, no avanzaba, y la verdad que yo daba sobre mis manos, donde apoyaba mi cabeza, alguna cabezada. Me encontraba rendido.
A la altura del Molino de Arriba estábamos parados, sobre el camión los mayores no cesaban de cantar y gritar, delante la fantástica hilera de luces andaba muy despacio, a nadie le importaba y más al saber que se trataba de todos los habitantes de nuestro pueblo que habían salido al puente del Ventorro y hasta el mismo Molino Arriba llegaba la aglomeración de gente que nos esperaban. El coche que ocupaba la Señora fue rodeado con tremenda vehemencia nacida de la Fe y cariño hacia la Virgen Peregrina: apenas podía avanzar. En esta forma se logró llegar a la plaza del pueblo después de con lentitud extrema haber recorrido dicho espacio, con las ventanas y balcones abiertos y las poquitas luces de todas las casas encendidas reforzadas con velas prendidas y con colgantes de mil maneras engalanaban los balcones, ventanales y aceras.
Era como un solo ¡¡VIVA!! Salió de una sola vez de los cientos de gargantas de todos los vecinos; cuando la Señora de Fátima fue colocada en aquel bello altar improvisado y montado por primorosas manos de mujeres del pueblo. Con unas luces dirigidas a modo de focos al rostro de aquella Madre que Jesús nos donó desde la Cruz. En verdad que el haz de rayos de aquellos focos era más bien triste, lo que entonces había, luz de 110W excesivamente pobre para aquel acto de exaltación que se estaba celebrando.
Nosotros, los pastorcitos, que ya habíamos sido manoseados y adulados por todas las señoras del pueblo, se nos volvió a colocar delante de aquel altar y con dos cintas largas, blanca una y otra azul, que desde la imagen partían, las manteníamos algo elevadas cuando todas las personas pasaban delante y con ardiente pasión cristiano besaban aquella cinta que desde María venía hasta ella para poder besarla. La verdad es que muchas de aquellas criaturas pasaban llorando, que muchas depositaban un dulce beso sin más, pero había las que cogiendo la cinta se daban y restregaba por cara, cuerpo y manos, con tanto ahínco que parecía quererla llevar. Aquella “besa cintas” para mí fue larguísimo, yo me recuerdo rendido, cansado y con mis ojos entre la gente buscando a mi madre. a la que cerquísima tenía desde hacía mucho rato y cual sería mi atribulo, mis nervios y cansancio que aún no había visto. Cuando la descubrí, junto a mi padre, un suspiro de descarga de aquel pesado día se vino abajo. Me hallé más descansado, intercalé gestos con mis padres y alguna sonrisa y cuando más cerca se situaron, me preguntaron si lo había pasado bien y si me había cansado, ambas respuestas fueron positivas, sí lo había pasado muy bien y ¡no! ya no estaba cansado… ¡lo que hacen unos padres!
Viendo mi cansancio en mi cara y cuerpo, tras despedirme de aquellas chicas que me cuidaron y darles las gracias, así como al Sr. cura párroco, marchamos para mi casa…no recuerdo cómo llegué, no recuerdo cuando y como me dormí solo sé que, al siguiente día despierto, no sabía si aquello era soñado o era algo bien cierto.
Hubo noticia para varios días en la villa, hubo más corros de lo normal en las calles y esquinas, hablando y opinando de la visita Mariana, así como la compra en aquellas tiendecitas de entonces que de todo vendían, pero apenas de nada tenían, porque no lo había. El stock de mercancías era el básico, era mínimo, se podrían contar con los dedos de ambas manos, la clase y cantidad de artículos que había en aquellos mercados de entonces, en aquellas tiendas de “todo”; que había en los pueblos.
Pues a pesar de ello los días siguientes a la gran visita, las compras duraban mucho más tiempo ya que la cliente, entre un artículo y otro demandado, había un momento de charla de todo aquello que en el último acontecimiento había pasado. Normal en los pueblos, normal. su tranquilidad y paz es buena pero no tanta que no se pueda opinar con la vecina, amiga o compañera, de aquellas interesantes noticias que se dan en la paz del lugar.
Acontecimientos estos, también “tratados” por ellos; en bares, tajos o cualquier otro sitio bueno e idóneo para fumarse un cigarro. Ya, aquella noche, éste que había representado a uno de los niños a los que se les apareció la Virgen en Fátima, se sentía destemplado, no estaba bien, su madre enseguida lo achacó al gran cansancio de todo el día, cuando durmiera toda la noche se levantaría “nuevo”.
Acostando y cuando le arropaba bajo sus blancas sábanas y limpias mantas creyó tocar aquella piel algo calenturienta y se preocupó algo, no quiso ahondar demasiado en sus temores y para ello procuró engañarse a sí misma diciendo que todo era debido al cansancio de la ajetreada jornada tan movida. Aquella noche mi madre apenas durmió, era su gran problema, que alguno de sus hijos se pusiera algo indispuesto para que activara, de tal manera su cuidado hacia el enfermo que, le impedía dormir descansar y hasta sentirse tranquila, todo eran atención todos cuidados; por contra yo dormí a pierna suelta.
Amanecí pachucho, pero es cosa de niños. No obstante, mi madre se empeñaba en que tenía algo de fiebre, entonces “decretó” que no iría al colegio y a mi padre “ordenó fuera en busca de Don Paco. Y es que cuando una madre ejerce de tal, ejerce de verdad, ninguna fuerza se le resiste y todas se ponen de su parte.
Mi padre, con el encargo de avisar al médico del pueblo, Don Paco, como si del pueblo fuera, por sus muchos años ejerciendo en el mismo. Pasó a mi habitación y frente al espejo, que sobre la cómoda había, se colocaba bien el sombrero que le gustaba vestir, después de haberse puesto la chaqueta y recolocado el cuello de la camisa; pues en Benalúa, de mañana, siempre hace frio, o fresquillo, que este sí que no falta casi todo el año, privilegio de pueblo para vivir un reconfortante verano y parte de sus estaciones primavera y otoño, en que la brisa serrana de la montaña, baja y acaricia lamiendo los rojos y saludables rostros de sus habitantes, mis paisanos.
Granada, noviembre de 2023
[Continuará]
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