¿Nos estamos convirtiendo –me estaré convirtiendo– en “destemplados y violentos”? –atrabiliarios–. O, lo que es lo mismo –sinónimos–, en “irascibles, desabridos, irritables, coléricos, violentos, severos, destemplados, biliosos, cascarrabias, gruñones” (RAE).

Os aseguro que la pregunta no es vana. Sobre todo cuando siempre he entendido y considerado como imprescindible en el ser social –que es lo que somos todos nosotros– la condición de apacible. Incluso más allá del “Ojo por ojo y diente por diente” (vid. Mateo, 5, 38-48), pues la “lex talionis”, que, según Richard Niell Donovan, “Aunque parezca bárbaro, representaba un primer intento para asegurar justicia y limitar venganza” (Recursos para predicar, sermonwriter.com), no sólo ha quedado desfasada sino que habría que borrarla de cualquier texto legal, condenándola al olvido impenitente.

¿Pero a qué viene esta reflexión? A corazón abierto os digo: ahora y siempre, en todos los entornos en los que nos desarrollamos como personas, la coherencia debería ser una de las “virtudes” que definiesen a nuestra “alma” y, por tanto, a nuestras relaciones con los demás –sean cuales sean sus razas, doctrinas, creencias u orientaciones–.

Y es que, como asunto prioritario, me ocupa la actual la sensibilidad ciudadana a la hora de definir personas o cosas, quizá por la tenuidad de las opiniones y, por tanto, la falta de introspección sobre los hechos que se imputan. Parece como si la ligereza al emitir juicios –junto a la olvidada ponderación– se alzase como la fórmula mágica para conseguir la masculinidad o la feminidad; y ello, aunque el odio, ese sentimiento de repulsa profunda que siempre conduce a la debacle, ni siquiera esté presente.

Dejadme decir –reiterar– que, al menos, la trivialidad y la frivolidad –en fraseología popular, “caradura”, “morro” o “jeta”– se han adueñado de bastantes discursos ciudadanos, añadiéndoles, además, un final despiadado: la culpabilidad de las víctimas inocentes, agrediendo no sólo los inmutables derechos humanos, sino también la capacidad innata de sentir y pensar.

Ramón Burgos Ledesma

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