IV. EL CAMINO DEFINITIVO HACIA LA VERDAD
Su tesis doctoral sobre la Einfühlung le permitió la superación de ese objetivismo reduccionista, llevándola a desbrozar su camino hacia la verdad.
Edith Stein entendía por Einfühlung el tipo de percepción afectiva que un yo tiene de otro yo, la experiencia vivida de relación con el otro, la capacidad de sentir con el otro, de ponerse en su lugar. Con su investigación, Edith Stein quería mostrarnos lo específico de una experiencia tan personal como sería, por ejemplo, el darse cuenta del dolor de un amigo. Como señala Laura Boella, dos caminos eran posibles para ello: uno, objetivo, por el cual trataría de explicarme y explicar las razones de su dolor, de indagar las manifestaciones y las reacciones que provoca en mí; el otro, empático, mediante el cual buscaría comprender el dolor del otro en su inmediatez y globalidad, esto es: el hecho de que el amigo sufre. “Se trata de una experiencia específica, porque no es la repetición o imitación de una experiencia mía pasada, ni la deducción por analogía de mis experiencias precedentes” (1). Y, sobre todo, se trata de una experiencia de amor que nos libera de la indiferencia por el otro y del resentimiento ante el otro, que nos ciegan para los valores de los “otros”. Un tipo de conocimiento-amor, en fin, que “entrevera nuestro ámbito de vida con los campos de posibilidades creativas que nos ofrecen las realidades valiosas” y “lo pone todo a una nueva luz” (2).
Tras su conversión (3), en 1922, Edith deseó conocer los fundamentos teóricos del mundo católico en el que ella gravitaba a partir de entonces. Emprendió la traducción al alemán de las Quaestiones disputatae de veritate (1931), «camino obligatorio para penetrar en el mundo del pensamiento de Santo Tomás» (al que antes detestaba). Desde que daba clases en el seminario de maestras «Santa Magdalena» de los dominicos de Espira (1922-1931) -donde enseñaba alemán- tratará de abordar un acercamiento entre la filosofía de Husserl y la filosofía tomista sin, por ello, renegar de su formación husserliana, ni del lenguaje fenomenológico (su lengua materna filosófica). Deseaba confrontar los dos mundos e intentar encontrar el camino hacia una nueva síntesis filosófica neoescolástica modernizada. Surgió así un ensayo sobre La fenomenología de Husserl y la filosofía de Santo Tomás de Aquino. Ensayo de una confrontación, que apareció en el Jahrbuch de 1929, en homenaje a los setenta años de Husserl.
Proyectó también escribir desde 1931 un gran trabajo sobre las categorías centrales de la ontología aristotélico-tomista, Potencia y Acto (pero será aplazado, sólo lo retomará en 1935). Ser finito y Ser eterno (que se publicará póstumamente, en 1950) será otro intento para la confrontación anteriormente aludida. Subsistirán, no obstante, algunas divergencias insalvables: delimitar, como lo hace Husserl, la esfera de la conciencia trascendental pura, y luego, en el seno mismo de ésta, afirmar “un sector de auténtica inmanencia, es decir, un conocimiento (noèse) que estaría absolutamente unido a su objeto (noème) (4), se revelaría incompatible con el tomismo, para el que Ser y Conocer no coinciden más que en Dios. La filosofía católica no podía aceptar una ontología que colocaba la conciencia del hombre en el fundamento de la búsqueda filosófica, antes que en Dios.
Su tomismo poco ortodoxo se verá enriquecido, tras su ingreso el 14 de octubre de 1933 en el Carmelo de Colonia, por la aportación de nuevas lecturas teológicas y místicas. A pesar de llevar en él una vida contemplativa, Sor Benedicta de la Cruz no renunció a la reflexión intelectual: las obras de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz serán la fuente que sacie su sed de verdad y conocimiento: «Qué bien sé yo la fonte que mana y corre / aunque es de noche» (5).
En conclusión: su filosofía devino una original síntesis entre la fenomenología y el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, con algunos elementos escotistas y místicos, tratando de insertar la doctrina de la intencionalidad husserliana en una nueva elaboración de la filosofía escolástica. Para Edith Stein el esfuerzo integrador de esa nueva filosofía debía ahondar en la concepción del «ser» del tomismo con un método en buena medida fenomenológico y teniendo como telón de fondo la intuición sanjuanista de cambiar el «centro de gravedad de nuestro espíritu»: «El yo trascendental (Husserl) y el yo concreto y finito instalado en el mundo (Heidegger) deben polarizarse en torno al Ser Supremo». Sólo así ascenderemos al sentido pleno del Ser (6).
Lo peculiar de la persona como ser espiritual es poderse dar sin perderse, recogerse sin excluirse, ser autónomo al arriesgarse a ser heterónomo entregándose al Dios que no quiere ser rival. Edith Stein culminó la filosofía en una especie de conocimiento místico que no fue infidelidad a su vocación filosófico-racional sino atención estricta al lema filosófico de la fenomenología: «retorno a las cosas mismas». Esto es: instalación personalizada, creyente y amorosa en el Ser Supremo, fundamento absoluto de toda realidad finita y de toda vida personal (7).
No es probable, apuntaba Jiménez Lozano, que nuestro mundo pueda comprender una reflexión filosófica y entender una vida como la de ella, pero lo menos que se puede pedir a este mundo es que se tome con seriedad estos testimonios de una verdad que supera todas las medidas humanas, planificada y realizada sobre la «ciencia de la Cruz». El título de su último libro, el que inició en el Carmelo de Echt y estaba redactando cuando fue detenida, La Ciencia de la Cruz (8), parece presagiar la experiencia de inmolación que le esperaba: un testigo de su vida en el campo de exterminio de Auschwitz, nos la describe sentada en la barraca y pendiente del sufrimiento de los demás más que del suyo, “como una Pietá sin el Cristo” (9).
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Laura Boella, Pensar con el corazón, op. cit.
2) López Quintás, op. cit., p. 136. Ese conocimiento-amor (López Quintás) es resultado de pensar con el corazón (Laura Boella).
3) Silvie Courtine-Denamy, Tres mujeres en tiempos sombríos, op. cit., pp. 48-50.
4) Ibid., p. 51.
5) San Juan de la Cruz, Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe.
6) A. López Quintás, op. cit., pp. 144-145
7) Ibid., p. 143.
8) Edith Stein, Ciencia de la cruz. Estudio sobre San Juan de la Cruz, Monte Carmelo, Burgos, 1989.
9) Christian Feldmann, Edith Stein. Judía, filósofa y carmelita, Herder, Madrid, 1987, p. 138.
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